Mensaje a quien quiso estafarme

Hace unos días me llamó por teléfono un estafador. Se hacía pasar por un enfermero que estaba atendiendo a mi hijo en la sala de emergencia de una clínica de Bogotá por un golpe que se había dado en el colegio. El objetivo de la estafa era transferirle un dinero para autorizar unos medicamentos urgentes que el seguro me pagaría luego por reembolso. 

Ya entrados en contexto, ahora le escribo a mi amigo estafador. Aunque te confieso que casi caigo, quiero que tomes este artículo como una encuesta de calidad de servicio que te llenaré amablemente para que tus tácticas sean más convincentes la próxima vez.

Para comenzar, si tu objetivo fue crearme angustia, quiero que sepas que me la creaste, pero por las razones equivocadas. Sinceramente, lo primero que pasó por mi cabeza fue el regaño que le iba a dar mi hijo por haberse lesionado. Esto le haría perder unos entrenamientos en la selección de natación en la que está y quizás hasta pondría en riesgo su pertenencia a dicho equipo. 

Luego de eso pensé: “Con todo el trabajo que tengo que hacer, este carajito viene a golpearse hoy”. Mi real preocupación era pensar si iba a aguantar la trasnochada trabajando a punta de café. En mi caso, créeme que eso me da más ansiedad que estar toda la tarde en una clínica. 

Luego me vino otro estrés menor, pero estrés al fin. El teléfono ya tenía poca pila y me tenía realmente angustiado el pensar en qué parte de la clínica iba a encontrar un enchufe para cargar el celular. Para luego juntarlo con el estrés de tener que ir uno por uno mis contactos diciéndoles que me tendría que ausentar de todos los asuntos de trabajos de ese día. 

Finalmente, debo confesarlo, se me generó otra angustia muy banal, pero que existió: salir a la calle con la ropa que tenía puesta en la casa. Además, son el tipo de salidas en las que uno llega al otro sitio y comienza a pensar: “¡Co… ¡No me cepillé los dientes! ¡Y me vine sin efectivo!”.

Aunque luego usted hizo algo que no me gustó. Fue cuando le pregunté quién había llevado a mi hijo a la clínica. Ahí usted me tranco. Y aunque eso no fue lo que me molestó, lo que realmente me indispuso fue que yo le devolví la llamada y usted nunca me contestó. Secretamente yo quería que me estafara y ahora es que me doy cuenta.

Además, ¿usted no conoce la naturaleza del ser humano promedio? Todos tenemos dos genes que se activan en casos como estos: el gen chisme y el gen arma peo. Con el primer gen, lo primero que hice fue llamar al colegio a ver si en efecto se habían llevado a mi hijo a la clínica. Y como no fue así, me quedé con el gen arma peo atragantado, porque cuando me confirmaron que él seguía en el colegio, no pude armarle un rollo a ninguna autoridad del colegio para descargar los otros cuatro estreses previos que ya tenía encima.

Además, para la próxima, le recomiendo: si desea prestar un mejor servicio de estafas, estudie bien a su víctima. Le cuento que yo soy venezolano. El que me llamen para avisarme que mi hijo está siendo atendido -y bajo control- en la sala de emergencias de una clínica para mi es todo un lujo. Incluso sentí alegría. ¡Me provocó hasta abrazarlo! Eso sin mencionar que usted me quería estafar en pesos colombianos. En Venezuela las estafas eran en dólares y créame que eso me dejó totalmente entrenado para defenderme de estafas en cualquier moneda menor.

¿No ve toda la cantidad de zozobras que me generó en un solo día? Por eso, para la próxima, hagamos algo para que usted preste un servicio más eficiente y yo me sienta más a gusto como cliente: simplemente llame y dígame que necesita dinero. Si lo tengo, hacemos algo. Yo se lo transfiero, me relajo y así, hasta lo estaría graduando de enfermero de verdad. Porque no sabe la cantidad de estrés que me estaría quitando de encima.

Reuben Morales
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