Me contrató una chica mala

Como una semana después de un show de stand-up comedy que hice en un restaurante, me llega un mensaje de una mujer que me vio ese día. Decía que me quería contratar para el cumpleaños de una amiga. De una vez me envió fecha, hora y cuando revisé, coincidía con la reunión semestral de la junta de vecinos. Así que obviamente acepté el show.

Siempre que se trata de eventos así, suelo preguntar datos del agasajado para dedicar mejor la presentación. Entonces llamo a la mujer y le pregunto a qué se dedica su amiga. Con cierta timidez… me dice… que son compañeras en un negocio de “webcamers”.

Como me había escrito por redes sociales, inmediatamente fui a ver las cuentas de ambas y me encuentro con fotos de ellas en Europa y hasta montadas en yates usando hilitos. Entonces, sospechando esa sospecha sospechosa que ya sospechaba -y como para no meter la pata durante el show- le pregunto con mucho respeto:

  • ¿Ustedes son “escorts”? -como para no decirle ese término que usted y yo tenemos en mente, que es “damas que cobran altas sumas de dinero por bloques de sesenta minutos para brindar placer sexual a hombres necesitados, bien sea en hoteles o locales, usando poca o ninguna vestimenta y adoptando un nombre falso que suena elegante y contrasta bastante con el que les dieron sus padres”.
  • Bueno… sí… je, je… Lo que pasa es que una compañera de trabajo cumple años y se lo vamos a celebrar, pero es una reunión normal de amigas. Nada de trabajo.

Pues si Batman va a fiestas como Bruno Díaz y Superman como Clark Kent, ¿por qué Kassandra no tiene derecho a celebrar su cumpleaños como Yorleidis?

Con la duda ya aclarada y con la gran tentación que presenta para la comedia una situación como esta, le pregunté si había problemas en que hiciera chistes del tema durante el show. Me dijo que no. Que todos allí estaban claros con el asunto. 

Aunque luego llegó el momento más difícil: preguntarle a mi esposa si me permitía aceptar la contratación. Ella de inmediato reaccionó territorialmente, protegiendo al hombre de su vida. Me refiero es a mi hijo, pues me dijo que si el dinero de ese show ayudaba con los gastos del colegio, que obviamente lo hiciera.

Entonces acepté y fui a la fiesta. Cuando llegué, me recibieron muy amablemente en un apartamento que estaba decorado como para celebrar cualquier cumpleaños (con motivos bastante zanahorias para lo que yo imaginaba, por cierto). Un escenario perfecto para que un grupo de chicas malas viera satisfechas sus más secretas fantasías humorísticas con un hombre calvo, con lentes, orejón, flaco, sin ropa pegadita y, además, con pocas nalgas, várices en las piernas y usando un anillo de casado. 

Fue así, como en la próxima hora me entregué a agarrar ese micrófono para ponérmelo en la boca y darle a la lengua con el fin de generarles cosquillas mentales y ponerlas a gemir de la risa. Algo que muy pocos hombres provocan en chicas malas (además de hacer que sean ellas quienes le paguen a uno).

Afortunadamente, el show corrió de maravilla. Se rieron mucho, fueron muy respetuosas, le aportaron a la comicidad con sus comentarios espontáneos e incluso me invitaron bebidas y comida cuando acabé. 

Finalmente me despedí, salí y al llegar a mi casa, mi esposa me revisó minuciosamente buscando alguna señal rara. Fue tal el hostigamiento, que no me quedó más que confesarle la verdad: “¡Sí, chica, me pagaron!”. Aunque no se quedó tranquila hasta no ver el mensaje de la transferencia. 

Desde ese día, murió el tema en la casa. Aunque siempre me quedó rondando la duda de si esas chicas malas realmente quedaron complacidas con mis servicios “eroti-cómicos”. 

Pero no fue sino hasta noviembre de ese año cuando de repente me llegó un mensaje de la misma chica. Ahora era para contratarme en una fiesta de navidad.

¿Qué tal? Como que tengo lo mío, ¿no? Aunque luego entendí que no toda la magia de ese show del cumpleaños dependió completamente de mí. Pues mientras hacía el humor con todas esas chicas malas, comprendí que todo salía bien por algo muy particular que me enseñó ese día: que las chicas malas también pueden tener un corazón bueno.

Reuben Morales
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