Mi familia alemana
Mi hermano vive en Alemania y cuando hablamos por teléfono, las conversaciones nunca son realmente cómodas porque yo vivo en Colombia y las llamadas siempre terminan siendo algo así:
- ¿Y qué más, Stevan? ¿Cómo está todo?
- Bien, aquí, comiéndome un manjar.
- ¿Qué? ¿una langosta?
- No, un aguacate.
- ¿Aguacate?… ¿Allá?
- Es del tamaño de una ciruela, pero lo conseguí en rebaja.
- ¿En cuánto?
- 5 euros.
- ¿¿¿Quéééé???… ¡Carísimo!… ¿Y qué más? ¿Qué cuentas?
- Acabamos de terminar de hacer las reservas para el viaje a la playa que tendremos dentro de tres años.
- ¿¿¿Tres años???… ¡Wuao!… ¡Qué planificados!
- Sí y Eric -mi sobrino- comenzó primer grado y se fue solo a la escuela agarrando el autobús que pasa todas las mañanas a las 6 y 47 con 23 segundos y 3 centésimas de la mañana y que lo deja justo en la puerta del colegio para arrancar clases a las 7 y 14 con 52 segundos y 41 centésimas.
- ¡Awww!… Dios lo bendiga.
- Gracias… ¡Ay!, mira Reuben, te tengo que dejar porque llegó la fisioterapeuta que le asigna el Estado a Vicky -mi cuñada- para ayudarla con una terapia de la espalda.
- Dale, dale.
- Sí, es que llegó diez minutos antes de la cita.
- ¿Y cobra caro?
- ¡No, vale!… Uno sólo paga una tontería y ya.
- Wuao… fisioterapia a domicilio… Eso sí es vida.
Son llamadas que lo dejan a uno haciéndose un autoanálisis cual monje budista sentado en el Himalaya; cuestionándose si la vida que uno vive realmente es vida. Aunque tras mucho reflexionar, vi la luz… sí… La luz que me iban a cortar si no la pagaba porque estaba en la fecha límite del recibo. Entonces fue cuando me di cuenta de que yo también vivo en un país agendado como Alemania. Por lo que la próxima llamada que tenga con mi hermano, será así:
- Epa, Reuben, ¿y cómo está todo?
- Bien, llegando de comprar unos dólares porque está subiendo como ascensor de rascacielos y toca ser prevenido.
- Claro. ¿Y qué hay de nuevo?
- Bueno, aquí, terminando unas vacacioncitas que logramos agarrarnos porque juntamos dos vacaciones vencidas y unos días de enfermedad gracias a un reposo médico falso que nos consiguieron. Porque las excusas también se planifican.
- Ja, ja, claro.
- Y ahorita estoy agarrando el ritmo de nuevo porque Tobías -mi hijo- tiene natación.
- Me imagino.
- Entonces llega del colegio en el transporte escolar que lo deja siempre a la misma hora. Que es una hora que va entre las 3 y 22 con 41 segundos y las 3 y 38 con 12 segundos. Después tiene como 5 minutos y 37 segundos para ir al baño, cambiarse, comer algo y cepillarse porque luego tenemos que salir corriendo a agarrar el bus a la natación y el viaje no sabemos cuánto dura.
- ¿Cómo que no saben?
- Porque dura 35 minutos si todos los semáforos están en verde, 48 si se atraviesa un loco en la vía, 55 si hay manifestaciones y 60 si las manifestaciones son con lluvia. Aunque hay una forma de llegar en 17 minutos.
- ¿Cuál?
- Que juegue la selección de Colombia, porque no hay nadie en la calle.
- ¡Claro!… ¿Y Tobías no se puede ir solo?
- Obvio. De que puede, puede. Lo que pasa es que, gracias al eficiente trabajo del Estado, ahora en la cuadra tenemos tres malandros, dos señores que huelen pega en la parada y un tipo que roba teléfonos en el autobús.
- Wuao…
- Y ellos no es que llegan diez minutos antes, como la fisioterapeuta de Vicky. Ellos están a la disposición 24/7.
- ¡Qué vaina!
- Ay, mira Stevan, te tengo que dejar.
- ¿Qué pasó?
- Es que viene el señor de los aguacates que siempre pasa entre las 10 y las 3 y tengo que bajar a comprar unos.
- ¿Y los aguacates son caros?
- ¡No, vale, pagas una tontería! Porque le puedes regatear y a veces te deja los de cuatro mil, en tres mil. Como medio euro.
- ¿¿¿Quééé???… ¿Y cómo sabe él cuáles son los de tres mil y los de cuatro mil?
- Porque tiene un sistema avanzadísimo llamado “La mano del aguacatero”.
- ¿En serio?
- Sí, porque él los agarra, los menea un poco, escucha si la pepa baila, analiza un pelo y te da el precio.
- Imagínate… Aguacates baratos en plena calle… eso sí es vida.
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