¿Poder Popular?
Nicolás Maduro acaba de cometer otro error político. Quiere disfrazar su escuálida base política y clientelar como poder constituyente. Esta convocatoria no es otra cosa que un llamado a las organizaciones de base del PSUV, clientelares y dependientes, para que lo ayuden a salir del atasco que significa el juego pluralista, las presiones de una Asamblea Nacional independiente, y para silenciar a la sociedad democrática que le está pidiendo cambios sustanciales y relevo político. Es un error porque los venezolanos saben qué son unas elecciones y qué es un juego limpio, pero también saben cuándo los están “caribeando”. Es un error porque se revela ante la comunidad internacional como un régimen inescrupuloso que es capaz de intentar cualquier jugarreta antes de conceder el poder. Y lo es porque van a significar nuevas presiones a la escasa confianza inversionista, que no va a resistir una nueva escalada populista de intervencionismo y nuevas medidas de regulación de precios. La inflación y la devaluación del tipo de cambio, que se nutren de las malas expectativas, serán aún peores, y la población sentirá en sus estómagos la tragedia política de esta nueva fase de la dictadura popular.
Mao, de quien Nicolás se dice seguidor, solía decir que la política, la guerra y la economía nunca tienen avances en línea recta, sino que se producen en distintas etapas, que tienen sus altibajos, como las olas, que una persigue a la otra, de acuerdo a las leyes del oleaje. ¿En qué etapa estaremos? El poder comunal -el comunismo- era uno de los sueños del extinto presidente Chávez, quien incluso llegó a decir que para ero él estaba investido del poder constituyente que le había otorgado el pueblo. Esa unción divina fue, tal vez, su delirio postrero, pero al final no tuvo tiempo. Pero hay que estar claros: El Plan de la Patria no era otra cosa sino el cronograma para llegar al “comunismo a la venezolana”, rentista y de base militar. Chávez no pudo, pero eso no significó que se haya dejado a un lado. Todo lo contrario, el sucesor, abrumado por el inmenso fracaso de su gobierno, sabe que no tiene otra salida que el barajo constituyente. Al parecer llegamos al momento de intentarlo. Esta asamblea constituyente espuria es su “gran salto adelante” o el gran asalto de la república para lograr el poder total. Y lo hace así, como aprendió de su mentor, intentándolo aun en las peores circunstancias y asumiéndolo con esa entereza que es propia de los fanáticos. Intentar una dictadura popular, invocar “al pueblo” para que sea esa la excusa que le permita aplastar la democracia y termine de enterrar la república, es entre otras cosas un acto de cobardía política.
No faltará mucho para que, ante este anuncio, comience la procesión de respaldos y de “abajo-firmantes”. Pronto veremos al TSJ y a los restos del Poder Moral, haciendo coro con los altos mandos, gobernadores y alcaldes de la revolución, para respaldar la brillante idea de Nicolás: “entregar todo el poder a los obreros y trabajadores revolucionarios”. La verdad es que todo ese conglomerado no llega a ser ni siquiera tres millones de personas. Por donde se saquen los cálculos, los restos de la revolución, los respaldos clientelares, el uso de las misiones como medio para la extorsión o el chantaje, por donde se intente se aprecia una minoría de la que todos los días desertan los que se van dando cuenta de que toda esa parafernalia socialista se reduce a un inmenso fraude social.
Ahora bien. Esto no es un problema que se puede abordar desde el derecho constitucional, ni se debe abordar desde las disquisiciones legales. Hace mucho tiempo la ley es un mero maquillaje para esta revolución. Esto es un problema político. El gobierno quiere gobernar solo. Al gobierno le estorba la disidencia. Nicolás no tolera el pluralismo, ni le gusta el escrutinio ciudadano, y por lo tanto, no le sirve una constitución democrática. El proyecto político del socialismo del siglo XXI es la dictadura totalitaria y la conformación, a la fuerza, de una comunidad totalitaria de ciudadanos sometidos a la servidumbre. Eso también está previsto en el Plan de la Patria. Pero, para que no queden dudas, Nicolás lo anunció: el proyecto en marcha supone el control total de toda la economía, desde la producción hasta la comercialización. El objetivo es no dejar resquicios para que por allí se cuele la libertad. Nicolás quiere todo el poder, y eso significa que nosotros, los ciudadanos venezolanos, estorbamos.
Pero la historia es buena conciencia. Baste recordar los efectos del “comunismo de guerra” aplicado por Lenin. Por cierto, no es gratuito el uso del término “guerra económica” para justificar la estatización forzada, la planificación central y el control de los precios. El profesor Sheldon Richman apunta que “en Rusia, entre 1918 y 1921, operó la primera experiencia del comunismo. El mercado fue repentinamente declarado ilegal. El comercio privado, la contratación de mano de obra, el arriendo de la tierra y toda empresa y propiedad privada fueron abolidos, al menos en teoría, y sometidos a sanción por parte del Estado. Se confiscaron las propiedades de las clases altas. Se nacionalizaron las empresas y fábricas. El gobierno se apoderó del excedente de la producción agrícola de los campesinos para apoyar a los obreros y fuerzas bolcheviques de la guerra civil en las ciudades. Se reclutó la mano de obra organizándola militarmente. Se racionaron los bienes de consumo a precios artificialmente bajos y, más tarde, sin precio alguno. Como era de esperarse, se concedió tratamiento especial a quienes tenían poder e influencia. Los resultados fueron catastróficos. En 1920, la producción industrial fue igual al 20% del volumen anterior a la guerra. La producción agrícola bruta disminuyó de más de 69 millones de toneladas en el período 1909-1913 a menos de 31 millones de toneladas en 1921. La superficie cultivada bajó de más de 224 millones de acres en el período 1909-1913 a menos de 158 millones en 1921. Entre 1917 y 1922, la población disminuyó en 16 millones sin contar las defunciones por causa de la guerra ni la emigración. Entre 1918 y 1920, ocho millones de personas dejaron las ciudades para trasladarse a las aldeas. En Moscú y Petrogrado, la población disminuyó en un 58,2%”. El resultado fue el hambre y el sufrimiento de millones de rusos. ¿Les parece conocido el resultado?
Lo mismo ocurrió con el “gran salto adelante” intentado por Mao en 1957. Un delirante líder, aislado de la realidad, declaró que China debía avanzar hacia una economía no monetaria, donde se proporcionarían la comida, la ropa y la vivienda de manera gratuita. Proclamó que el camino al paraíso comunista eran las comunas populares. De un momento a otro quinientas millones de personas se vieron forzadas a vivir en organizaciones comunes del pueblo, donde debían compartir riquezas e infortunios con extraños a los que tocaba en suerte. La comuna se convirtió en la unidad básica de la sociedad y de la economía. Este experimento tuvo resultados tenebrosos. Entre 1959 y 1960 -solamente un año- murieron de hambre unos veinte millones de chinos, y nacieron quince millones menos de niños, todo esto por la hambruna y la debilidad concomitante de mujeres que no podían parir. Otros cinco millones murieron de hambre en 1961. Philip Short, biógrafo de Mao, señala que este experimento totalitario fue el peor desastre humanitario jamás acontecido en China. El gran salto había sido un error apocalíptico. ¿No estamos nosotros al borde de una tragedia humanitaria? ¿No estamos sufriendo los estragos del hambre? ¿No se está desplomando la economía socialista?
Debemos estar claros en una premisa: Al modelo político llamado comunismo -y esto es comunismo- corresponde unos resultados económicos y no otros: colapso y hambruna. Eso es lo que nos estamos jugando. En el caso que nos atañe, el comunismo del Diosdado-Madurismo, el orden de los factores no altera el producto. El gran asalto a la constitución es parte del mismo guión que, sin dudas, nos llevará a los mismos resultados. Un caos político y la debacle económica que en parte ya estamos viviendo. Tan socialista es esta desmesura autoritaria como la pobreza a la que estamos sometidos. Pero, ¿qué hay detrás de esta decisión tan radical? Un reconocimiento del fracaso político y económico del socialismo del siglo XXI. La confirmación de que se vaciaron de legitimidad y, por lo tanto, no les queda ninguna otra cosa que la represión y la mascarada. Porque este llamado al poder constituyente no es otra cosa que una payasada autoritaria. Ellos no van a permitir una elección libre y competitiva. Ellos cuentan con que van a poder arreglar los términos de la convocatoria para seleccionar a los suyos, a sus secuaces, a los que dependen de ellos, a los más ideologizados, a la turba fanatizada que todavía cree que el comunismo es el camino. Ellos cuentan que van a pasar la prueba de la falacia y el disimulo, invocando una entidad espuria que solo va a contar con la fuerza, pero en ningún caso con la razón. Es un salto adelante del proyecto socialista, pero que los lleva al vacío, y a nosotros, al momento de las definiciones.
El pactismo acaba de morir traicionado por sus socios implícitos. No hay espacio para el diálogo. Nunca lo hubo. Tampoco hay espacio para un cronograma electoral republicano. Eso nunca estuvo en los planes del régimen. Son tiempos de ruptura y de definiciones. Y de fortaleza de ánimo. En las calles de Venezuela los ciudadanos están demostrando que hay poder popular. El poder que se destila de un ciudadano comprometido con un cambio radical de las condiciones políticas y económicas. La convicción irrevocable de que hay que dar el debate de las ideas, porque este socialismo perverso ha colonizado voluntades y conciencias, usando el narcótico del populismo para hacer flaquear a más de uno. La exigencia siempre presente de que hay que preservar la unidad, y que sea unidad no se puede negociar en la mesa de la perversidad. Y que, llegados a este punto, no hay marcha atrás, no hay regreso posible, no hay cohabitación imaginable con aquellos que desean nuestra extirpación de la sociedad política para convertirnos en siervos y víctimas de una ideología insensata. Los resultados están allí, en el caldero de la historia, donde se cuecen en su propio caldo los comunistas de ayer, hoy y siempre, con sus fracasos y la cobardía que los comuniza a todos, porque ninguno fue capaz de reconocer la inevitable mediación entre el comunismo como ideología irrealizable, y el hambre, la represión y la pobreza como sus únicos resultados.
Que nadie se engañe. Esa invocación al poder constituyente no es para convocar al poder popular. Es para todo lo contrario, para concentrar aún más todas las opciones, todas las capacidades, todas las posibilidades en un grupo que tiene secuestrada la república y nos tiene a todos despojados de nuestras garantías y libertad. No es para entregar sino para acumular. No es para compartir sino para monopolizar. No es para sumar sino para restar. La escena está puesta. Elías Jaua es el coprotagonista. ¿Confiaría usted la suerte de sus hijos en Isturiz, Escarra, Isaías Rodríguez, Delcy Rodríguez, Cilia Flores, Earle Herrera y Ameliach, entre otros? ¿Verdad que no? Entonces no queda otra opción que seguir luchando.
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