Los buhoneros no pueden ser sifrinos
La buhonería es un oficio donde solo tienen éxito los pobres. Me refiero específicamente al rubro de la buhonería alimentaria, es decir, los asquerositos. Este oficio ha de ser detentado por personas con maña callejera, rapidez manual y velocidad de pensamiento. No sé si les ha pasado, pero últimamente me he topado con una suerte de asquerositos sifrinos y no sé… no es lo mismo. Es como comer pescado frito con tostones en el páramo. ¿Pierde la magia, verdad? Me refiero a una nueva raza de buhoneros alimentarios que trabaja en un carrito como un buhonero, despacha comida rápida como un buhonero, pero no se hace llamar buhonero. Son “emprendedores”. Parecieran ser un “upgrade” de los asquerositos, pero no. Les explico por qué.
Cuando vas a un asquerosito común y silvestre, debes ir al gueto de tu respectiva Calle del Hambre. Una vez allí ubicas tu carrito favorito, por lo general llamado algo así como “Auto Lunch La Potente 2002”. No tiene logo. Su único logo es el de Pepsi o Maltín Polar, quienes les financiaron el cartel. Vas a pedir y por lo general te atiende un moreno o un guajiro. Sus uñas están sucias. Pides la hamburguesa más grande cuyo nombre es algo como “La 4×4 revienta tripas” y de inmediato agarra tu tarjeta de débito, la pasa por el punto, teclea eso rápido, saca la copia de la transacción, la rompe rápido y grita: “¡Una revienta tripas pa’ cá!… ¡Próximo!”. De inmediato vas a divertirte viendo cómo la preparan. El cocinero rompe el huevo, fríe la carne, calienta el jamón y tuesta el pan… ¡todo con la misma espátula! Luego mete todo en el pan con una envidiable puntería, coloca tu hamburguesa en un papel, la dobla a velocidad origami con Red Bull, la pica y te la da. Ya tú sabes cuál pote pertenece a cuál salsa. Inmediatamente embadurnas tu hamburguesa con cuanta sustancia se te atraviese. Comes eso con tu lata de refresco helado y sabe a gloria. Luego te vas a dormir y tienes el sueño más placentero que hayas tenido en meses.
Ahora, si vas en busca de los carritos de emprendedores, todo cambia. En principio vienes con esa actitud arrabalera de cuando uno quiere comer en la calle, pero te ves frenado porque dicho carrito está en un mercadito municipal o en una Feria Gastronómica (con mayúsculas). Preguntas donde está el carrito y te dicen: “¿Los foodtrucks? Por allá”. Cuando lo encuentras, el fulano “foodtruck” no es sino un carrito de asquerosito nuevo. Solo lo diferencia un nombre cuchi en diminutivo como “Mi Pernilito”, acompañado de un logo de un cochinito en caricatura (tan bonito, que si vendieran el peluche del cochinito lo compraras). Comienzas a leer el menú y mientras lo haces, te interrumpe un señor que bien podría ser tu papá, para explicarte cada opción detalladamente. Lo hace con mucha calma porque si algo lo distingue es la buena atención al cliente. “El Pernilito básico trae 250 gramos de pernil con alfalfa. El Pernilito Millennial trae lo mismo, pero con papitas con concha. El Pernilito Gourmet viene sin el pernil, sin la alfalfa y sin las papas con concha”. Te vas por el Pernilito Millennial. Entonces el señor procede a cobrarte. Agarra tu tarjeta, la manipula con mucha delicadeza, se coloca los lentes para leer y la mete en el punto. Ahora oprime cada botón con suma delicadeza. Voltea el punto para mostrarte el monto que colocó (quiere ser transparente contigo, pues si algo lo distingue es la buena atención al cliente). Finalmente se aprueba la transacción y el punto bota el recibo. Ahora él agarra el punto, lo voltea, te muestra la aprobación de la operación, rompe el papel con cuidado (en una pugna donde casi el punto le gana), lo junta a tu tarjeta y te lo da. Cuando pasas a ver cómo te prepararan el “pernilito”, te das cuenta de que semejante lentitud formó una buena cola detrás de ti. Ahora el señor se coloca unos guantes desechables para hacerte saber que es higiénico y te pregunta: “¿Qué término lo quieres?”. ¡Uno no sabe! ¡Uno solo quiere es matar el hambre ya! Inmediatamente toma un termómetro de chef y pulla al pernil para conocer su temperatura interior. Si está listo, toma un tenedor y un cuchillo especial para cortar el pernil. Lo hace con mucho cuidado. Luego lo pesa (y te muestra el peso, pues si algo lo distingue es la buena atención al cliente). Ahora saca el pan. Toma otro cuchillo para picar éste. Mete el pernil en el pan, agarra una pinza para tomar la alfalfa, la mete en el sándwich con mucha delicadeza y listo. Te lo entrega. Cuando vas a buscar las diez variedades de salsa, no ves sino tres. Quedas en desconcierto. Inmediatamente el señor emprendedor te interrumpe: “Métele dos mordiscos sin salsa para que veas”. Le metes, uno, te arrepientes de haber perdido un bocado en algo tan desabrido y de inmediato embadurnas ese sándwich en salsa. Él pone cara de molesto, pero tu hambre lo supera. Vas a pedir un refresco, pero no ves ninguno en el “foodtruck”. Solo venden cosas exóticas como limonada con hierbabuena y flor de Jamaica frappé. Pides la limonada a regañadientes y al fin te sientas a comer. Si el dueño ve que te deleitas con el sándwich, se te acerca y comienza a echarte la historia de por qué montó su emprendimiento (pues si algo lo distingue es la buena atención al cliente). Tú lo escuchas mientras tratas de concentrarte en el sabor de tu sándwich, pero él no te deja. Finalmente terminas y te da una tarjeta de presentación por si acaso deseas contratarlo para un evento privado. La tarjeta dice algo como “José Mijares – CEO – Mi Pernilito” (¡C-E-O!… ¡Mark Zuckerberg y él, pues!). Te levantas para irte y de repente vuelve a aparecer el emprendedor: “Hermano, ¿antibacterial?” (pues si algo lo distingue… es que se pone fastidioso).
Ahora llegas a tu casa para dormir. Te acuestas y mientras estás tendido, te suena una tripa. Tratas de ignorarla por el platal que dejase en el pedazo de sándwich, pero es imposible ocultarlo: quedaste con hambre.
Ahora te levantas, te pones cualquier mono, unas crocs y sales a la calle despeinado, sonriente y con una misión. Sabes que solo hay una cosa capaz de matar esa hambrecita que llevas por dentro: par de perros y un refresco en “Auto Lunch La Potente 2002”.
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