Sabemos de memoria en la Argentina que una muerte significa una escalada.
(ARGENTINA) El silencio y la violencia
Algunos fenómenos en la sociedad funcionan como el aire acondicionado: escuchamos el ruido cuando empiezan a funcionar, pero después nos acostumbramos a su presencia y, aunque están, dejamos de escucharlos. Con la corrupción sucede eso. Y también con la violencia. Dejamos que pasen la barrera y, de un día para el otro, vivimos en una casa tomada. Sucedió con el fútbol: ¿Cuántos años pasaron desde el primer muerto hasta la prohibición de la hinchada visitante?.
La remake de las molotov en el siglo XXI, después de doce años de kirchnerismo, debe formar parte de la herencia cultural de un gobierno que no se privó de usar todos los mitos del setenta para sostener su populismo actual. En paralelo, el anarquismo reestrenó su versión contemporánea acorde al nivel del actual debate político: infantil, mediocre y voluntarista. La distancia entre el pensamiento de Max Stirner (1806-1856), Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), Mijaíl Bakunin (1814-1876) y Piotr Kropotkin (1842-1921 y las consignas de Anahí Salcedo que perdió varias falanges intentado poner una bomba en la tumba de Ramon L Falcón es la misma que puede trazarse entre Jean Paul Sartre y una gallina ponedora. Símbolo del deterioro de los tiempos Anahí fue retratada ayer en este diario por su propia familia:
“En la familia la llamamos simplemente Ana”, señala su tía paterna, Carmen Salcedo, ex concejal kirchnerista del municipio de Tigre y precandidata a Intendenta en 2015 (perdió la interna del FPV contra el hoy procesado Sergio Szpolski).
Carmen resalta que todos en su familia llevan al peronismo en la sangre. Que su abuelo Ramón egresó en la primera camada de escuela de suboficiales creada por Perón. Y su tío, Peregrino, participó de la Operativo Cóndor, la acción armada del 28 y 29 de septiembre de 1966 en la cual un grupo de guerrilleros desvió un avión civil de Aerolíneas Argentinas y obligó a su comandante a aterrizar en las islas Malvinas. Carmen fue montonera y, antes, había militado en una agrupación llamada Cabecitas Negras.
“Anahí, como todos en la familia, lleva en las venas la militancia. Pero a diferencia de todos nosotros, ella nunca fue peronista. Decía que éramos todos burgueses. Odiaba tanto a Macri como a Cristina”, cuenta Carmen.
Cuando se le pregunta sobre la personalidad que tenía Anahí, su tía la describe como “una chica con carácter muy fuerte. No era introvertida pero sí muy reservada. Nunca contó nada sobre su grupo político. Es más, nosotros, con todo eso del anarquismo, no la tomábamos en serio”, admite.
Es difícil tomar en serio a estos nuevos anarquistas que se presentan en las marchas uniformados (van todos de negro, con capuchas y su logo en rojo) pero es cierto que para volar a alguien no hace falta en absoluto ser inteligente. Y si sumamos varios hechos aislados, hasta ahora no hubo un muerto de casualidad.
Sabemos de memoria en Argentina que una muerte significa una escalada de la que se sale con dificultad y altos costos. Hoy los anarcos, junto a trotskistas disidentes, veganos y lúmpenes varios parecen más bien una especie de Congreso de Freaks. Pero el problema es que los freaks empezaron a jugar con fuego.
Del lado de la sociedad civil algunos todavía dudan en llamar terroristas a los tipos que le pusieron una bomba a un juez, o a una tumba. ¿Qué son sino eso?. Personas que buscan lograr un efecto político a través del terror. Nadie esta juzgando el pensamiento de estos chicos que sueñan con destruir el Sistema, o de los veganos que sostienen que una vaca es violada cada vez que la ordeñan. El problema es que intenten volver obligatorio su pensamiento para los demás.
Hoy, a estar de los hechos, esta Armada Brancaleone ni siquiera saber hacer explosivos. ¿Vamos a esperar que mejoren sus clases? Ningún partido politico ni asociaciones intermedias condenaron los hechos y es fácil sospechar que algunos hasta deben observarlos con simpatía, como todo lo que colabore a aumentar el caos general. El silencio, en estos casos, hace que la violencia funcione como el aire acondicionado.
Crédito: Clarín
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