La política entre la virtud y la malicia

No hay liderazgo bueno sin ideas claras. Por eso no se puede convalidar el nihilismo con el que actualmente se quiere abordar la política venezolana. No es cierto que cualquier posición tenga el mismo valor y tampoco lo es que cualquier decisión que se tome provoque resultados equivalentes. La nueva generación de dirigentes está demasiado acostumbrada a que le compren como buenas los juegos de palabras, las reinterpretaciones de los conceptos y la ambigüedad declarativa que luego les permite tener salidas supuestamente honorables. Entre otras cosas, ese “ingenio ilustrado” que exhiben, al carecer de fortaleza moral, los hace parte de una incapacidad estructural de la actual oposición venezolana para identificar salidas y provocar rupturas.

El cese de la usurpación es un constructo político que los venezolanos tenemos absolutamente claro en su significado. Porque lo teníamos muy claro apoyamos masivamente a la Asamblea Nacional cuando invocó el 233 constitucional, declaró la vacancia por usurpación, y designó un presidente interino, al que se le encomendó por medio de un estatuto (el marco legal de su presidencia) que concentrara sus esfuerzos para que cesara la usurpación, presidiera un gobierno de transición, y en el menor corto plazo posible convocara y realizara elecciones libres. Que nadie se llame a engaños. Se acordó un sólido y unívoco compromiso moral entre los ciudadanos y la Asamblea Nacional para que esa estrategia se llevara adelante.

¿Qué entendimos por cese de la usurpación? Un curso estratégico que implica hacer todo el esfuerzo posible para derrocar y sustituir un sistema ideológico y político que es totalitario, radical-comunista, militarista, corrupto y absolutamente ajeno al derecho y a la justicia. No es por tanto reducible ni “encarnable” en una persona o un grupo de ellas, dejando indemne la institucionalidad que le da soporte y le otorga significado. El desafío encomendado fue sustituir al comunismo por un régimen de libertades, respeto por los derechos y garantías y con una orientación determinante hacia el sistema de mercado. Nadie dijo que el cese de la usurpación era equivalente a sacar a Nicolás Maduro. El que así lo exprese ahora está traicionando con alevosía el espíritu y propósito de la invocación del 233 constitucional. Y además está demostrando pobreza de espíritu, incapacidad estratégica y un inmenso desprecio por la razón ciudadana.

Por eso mismo, el que haya una oposición que quiera violentar el concepto para que en lugar de una sustitución radical se practique una fatal connivencia donde nada va a cambiar en su esencia, es la ratificación de que hay un déficit muy grave en la constitución del liderazgo venezolano, que es capaz de replantear las metas y subordinarlas a sus intereses, a su comodidad y peor aún, a una versión lujuriosa y concupiscente de la política, centrada en el disfrute, la acumulación de poder, la captación de recursos sin preocuparse por su origen, la constitución de grupos de interés ajenos a las expectativas ciudadanas, una impropia cercanía a los gestores del dinero sucio, y lo que resulta de todo esto como conclusión necesaria: la insana pretensión de esa coalición de malos intereses de postergar los cambios, alejar la competencia política y pagar el menos costo posible por dejar las cosas como están, pero con un barniz diferente, para que no se note que se está trabajando muy duro para que nada cambie en la esencia, aunque en la apariencia se intente al menos presentar lo contrario.

El cese de la usurpación es una meta de esencia y no de apariencia. O se rompe con el actual ecosistema criminal y comunista, o devorará a los que simulan ser sus adversarios. Porque hay diferencias entre una cosa y otra es que, esa coalición de malos intereses, centrada en mantener las cosas como están, se molesta tanto cuando se le impugna argumentalmente, se le increpa la traición narrativa y se le deslegitima y deja sin respaldo. Por eso mismo, cuando el presidente Juan Guaidó insiste en ese terceto de errores, a saber, despojarse del cargo, facilitar un consejo de transición con obvia mayoría del régimen usurpador, y prestar su nombre (sin autorización o legitimación alguna) para unas votaciones sin cumplir los requisitos para poder ser llamadas elecciones libres, no queda otro remedio que “tirarlo a pérdida” y comenzar a imaginar qué vamos a hacer cuando esta etapa termine de colapsar.

Un líder político eficaz es a la vez virtuoso y malicioso. Vale la pena explicar lo que quiero decir. Comencemos por lo más fácil. Cuando invoco la malicia me refiero a esa mirada desconfiada y suspicaz que impide el que te tomen por pendejo. Es decir, lo que le faltó a la rana de la fábula. ¿A quien se le ocurre montar un alacrán en el lomo y confiar en que no te va a hacer daño? ¿A quien se le ocurre sentarse a negociar con un ecosistema criminal, experto en salirse con la suya, mentiroso, cruel, represivo, saqueador y deseoso de ganar tiempo, estabilizar su posición internacional y salir de la trampa de las sanciones? ¿A quien se le ocurre renunciar a la constitución de una amenaza creíble que sirva como respaldo al conflicto planteado? ¿A quien se le ocurre tratar de estar simultáneamente en dos estrategias que son mutuamente contraproducentes? Les voy a abreviar el interrogatorio:  Eso solo se le ocurre a un líder que cree en la falsa virtud de la candidez, que no tiene malicia y por lo tanto está fatalmente condenado a ser aguijoneado una y mil veces por el alacrán totalitario. Ese tipo de liderazgo pasa por decente, dice que deja el pellejo y pone el pecho, pero en realidad es un tipo de dirigencia pendeja y por ende condenada al fracaso. Porque se creen Mandela y se resisten a Sun Tzu, porque carecen de suficiente entereza para comprender el momento que se vive, y porque les falta virtud.

Manuel García Pelayo recordaba alguna vez que desde los antiguos se exige a los líderes la suprema virtud política de la prudencia, “esa sabiduría de triple mirada que, considerando cómo han sido las cosas pasadas y previniendo las futuras, sabe lo que hay que hacer u omitir en el presente”. Todo lo contrario a ese fatal incrementalismo desarticulado que intenta foguearse entre la improvisación y la necedad juvenil. Aplaudir el “así como va viniendo vamos viendo” es una loa a la flojera intelectual, al déficit de pensamiento analítico, a la aridez estratégica y al conformismo que no quiere tomar la iniciativa y que le perturba el riesgo. Del político se espera reflexión y buen talante. José Luis López Aranguren insistía en la forja del carácter, en los buenos hábitos que te hacen fuerte y resistente a las tentaciones de los pecados capitales. Un mal político gusta de aduladores, se rodea de seres insignificantes que solo aportan aquiescencia y hambre de poder. Y por supuesto, sin compromiso con ideas, pero si con clichés como “soy de izquierda” y todas las derivaciones que de esa declaración puedan hacerse.

Un líder virtuoso tiene ideas claras y principios sólidos. Nosotros lamentablemente compramos liderazgos inconsistentes y afectos a la mentira y la simulación. ¿Cuántas veces se negó el proceso de negociación tutelado por Noruega? ¿Cuántas veces se ha tergiversado el contenido pactado al cese de la usurpación? ¿Cuántas veces se ha negado el debate, la rendición de cuentas, y la exigencia de una unívoca decisión de luchar hasta el final? ¿Cuántas veces se ha advertido sobre la fatalidad del dinero sucio y su agenda perniciosa? ¿Cuántas veces han vestido los falsos hábitos de la resignación debajo del que se esconden trácalas y acuerdos inconfesables? ¿Cuántas veces nos han puesto a depender de aspiraciones personales o de partido?

La virtud política obliga a la definición de conceptos. Desde las ideas se forjan realidades luminosas. Sin ideas claras, cualquier cosa tiene el mismo sentido y valor. Si nos referimos a liberación es porque sabemos urgente y necesario el sacar a los ciudadanos de la condición de servidumbre y la victimización masiva que estamos sufriendo. Nada menos que eso significa esa palabra. Si nos referimos a libertad estamos haciendo ver que los ciudadanos quieren vivir sin miedo, sin estar sometidos a la lucha diaria por sobrevivir, que no quieren ver cómo se destruye la familia porque se tiene que separar para intentar tener alguna probabilidad. Y que necesitan replantearse sus proyectos, con alegría y sentido de patria. Concebida así, la libertad es una idea poderosa, muy diferente a la fatalidad resignada de un liderazgo que ni quiere, ni sabe, ni puede encontrar la ruta del coraje. ¿Pero cómo puede romper con lo actual alguien que pretender hacerlo mejor con las mismas condiciones? ¿Cómo hacemos con los que no quieren ruptura sino enmienda, porque son igualmente socialistas, estatistas, intervencionistas e incapaces de confiar en el poder de creación de riqueza de la gente? ¿Cómo hacemos con los líderes que improvisan al ritmo de las mentiras que proponen?

Claro que un líder liberador necesita demostrar fortaleza para mantener la constancia en la ruta acordada; prudencia para discernir con “malicia” lo bueno y lo malo, los que están a favor del bien y los que son tentación para la perdición; justicia para determinar qué es lo importante y diferenciarlo de lo accesorio; y templanza para no caer víctima de los vicios, los atractivos del poder auto-referenciado y las perniciosas agendas del dinero sucio.

El peor vicio de nuestro liderazgo es el fingimiento del plano de imposibilidades con las que intentan persuadir al país de que sus logros son los máximos posibles de obtener, cuando en realidad son menos que los mínimos exigibles. Nosotros hemos encarado un liderazgo que ha planteado las siguientes falacias:

  1. No puede haber injerencia internacional porque nadie está interesado en una salida de fuerza para Venezuela. (La falacia de la falsa predicción política). Como si no existieran la persuasión, el mercadeo, el lobby y la diplomacia, la negociación, la teoría de los juegos y la estrategia del conflicto. Detrás de eso hay decisiones tomadas que, al parecer, son inconfesables. Adelanto una: Ellos dicen “que como no hay posibilidad de injerencia internacional, deben ir a negociar a Barbados y con la tutela de los noruegos”. Facilitan una ruta desprestigiando a la alternativa.
  2. No puede haber cese de la usurpación, pero podemos despojarnos “ambos” del poder para ir a unas elecciones dirigidas por un consejo de estado donde cuatro (4) miembros son del régimen usurpador. (La falacia de la rana cándida y el alacrán confiable). Detrás de esto hay un ángel caído en el pecado de la soberbia. El presidente Guaidó confundió el respaldo popular a la invocación del 233 constitucional con un respaldo incondicional a su persona, incluso si se lanza como candidato. Alguien le hizo ver que era demasiado fácil ganar. Le presentaron encuestas falseadas, le entregaron dinero para la campaña, organizaron un comando, y están prestos para lanzarse al ruedo. Depende, por cierto, de que el régimen acceda a ese acuerdo, y no solamente convoque unas elecciones parlamentarias.
  3. La ley es menos importante que la coyuntura política. (La falacia del “vivo pendejo”). Por eso violan el estatuto y dejan sin resguardo a la asamblea nacional. De la misma forma quieren negociar unas votaciones sin que importe que quede viva la asamblea constituyente. No les importa recibir eufóricos a los diputados del bloque de la patria, aun violando el 191 constitucional, y sin que por eso estos reconozcan la legitimidad de la asamblea y la validez de su junta directiva. Y sin exigir algo a cambio, por ejemplo, darle el mismo tratamiento de impunidad a los diputados que están presos o en el exilio.
  4. Los tiempos de dios son perfectos. Por eso “aguanta papá, aguanta”. (La falacia de la falsa paciencia). Los ciudadanos, con razón, los ven cómodos y sin apuro. Los aprecian sin ese sentido de urgencia que los hace impresentables y en fatal contraste con una población exánime, devastada por el tiempo presente, y que con mucha razón exige la demostración de que se está haciendo lo indecible para salir de esto. Y no es tiempo que se toma para reflexionar. Es tiempo que se pierde esperando a que pase algo, a que cuajen las negociaciones, como si el milagro fuese el resultado de la política activa. ¡Me temo que no es así! No hay milagros, hay decisiones acertadas y buenas estrategias, o malos resultados precisamente por falta de virtud y malicia. El milagro, en todo caso, sería que se atrevieran a hacer lo correcto.
  5. El esfuerzo es más loable que los resultados. (La falacia de la falsa valentía como excusa al fracaso aunque “ha dejado el pellejo y dado el pecho”). Es muy fácil argumentar sobre el esfuerzo superlativo como excusa cuando no hay resultados apreciables. Eso se llama manipulación emocional deliberada, exacerbación sentimental y, por supuesto, perversidad, una versión muy despreciable del mal que quiere escamotear toda responsabilidad por los fracasos y quiere además reconocimiento y admiración.

No podemos especular con sesgo hacia el buen desempeño. No debemos celebrar supuestos esfuerzos sin resultados plausibles. Pedro Emilio Coll lo determina muy bien en su cuento “El diente roto”. Lo que vemos puede ser mal interpretado, sobre todo si somos proclives a la ligereza cuando valoramos a los demás.  Recordemos el asombro y la complacencia de toda la sociedad con quien “con la punta de la lengua, tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar”. La gente creyó que era pensamiento y reflexión profundas, y no era así, solo un hombre infeliz y reducido a un mal hábito. Porque eso puede ser realidad, los ciudadanos debemos ser impenitentes y obstinados en la exigencia de rendición de cuentas, explicaciones y definiciones políticas. A los “diente roto” les conviene nuestra aquiescencia, nuestro aplauso incondicional, nuestra docilidad y nuestro silencio.

¿Por qué son importantes las ideas y los valores en el ejercicio de la política? Porque el arte de la política se trata de posicionamiento de las convicciones y movimientos estratégicos para lograr los cambios deseados. Sin ideas es poco probable mantener la ruta del coraje. Y sin coraje es imposible lograr los cambios que la gente exige y desea con desesperación vital. No es para cualquier lado a donde queremos ir. Es hacia la libertad y la prosperidad. Todo aquello que lo retarde es malo, reprobable y descartable. Todo aquello que lo anticipe es bueno y aprovechable.

Víctor Maldonado
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