La fuerza demoledora de la realidad
¿Qué es la realidad? La realidad es la verdad, el espacio de la experiencia donde todo se pone a prueba, los planes, las promesas, la fidelidad y la esencia de las personas. En este plano de la experiencia vital lo que es, es. Y llegado el momento, la realidad pasa factura. Como lo advierte la fábula de la cigarra y la hormiga, si no te preparas apropiadamente para los ciclos cambiantes de la vida, más temprano que tarde caerás en las redes de tu propia desgracia. Porque las desgracias de las gentes son, en buena parte, labradas a cincel por las malas decisiones, las propias, y las que permitimos a los demás. Esa también es la enseñanza de los sueños de Faraón que se nos narra en el capítulo 41 del Génesis. Las siete vacas flacas que devoran a las gordas, o las siete espigas secas y maltratadas que acaban con las espigas hermosas y granadas, indican que a los períodos de abundancia siguen los de escasez, y que cualquier gobierno sensato administra los buenos tiempos para encarar los peores, que siempre van a venir, siempre. Por eso, la irreflexividad de la cigarra es inaceptable y no sujeta a la compasión de la laboriosa hormiga.
Es precisamente lo que expresa el hexagrama 41 del I Ching: SUN / La merma. La reflexión asociada a este hexagrama anuncia que “El aumento y la merma llegan cada cual a su tiempo”. No asumirlo es de estúpidos. No es cuestión de deseos sino de la forma como las civilizaciones han abierto surcos para que el progreso sea estable y la sobrevivencia no sea un dilema crucial que se presenta cada cierto tiempo. “Es cuestión entonces de adaptarse al momento, sin pretender encubrir la pobreza mediante una huera apariencia. En los momentos de merma, la sencillez es precisamente lo indicado, lo que confiere fuerza interior gracias a la cual podrá uno volver a emprender algo”. Solo así se logrará transitar el ciclo infinito de las mutaciones, porque si de algo podemos estar seguros es que la vida está llena de experiencias indeseables. Solo los más fuertes, los que se preparan mejor, los que tienen el carácter apropiado tendrán la posibilidad de afrontarlas con éxito.
Por eso el capitalismo es infinitamente superior al saqueo socialista. Porque el trabajo incesante y pertinaz, continuo y sistemático, es el que permite la acumulación que al final hace la diferencia entre la posibilidad de sobrevivir o darnos cuenta de lo irrecuperable que resulta el tiempo perdido. La esencia del buen gobierno es precisamente la previsión. Insisto, los buenos tiempos son oportunidades valiosas que debemos aprovechar “para cuando llegue el invierno”.
Pero los socialismos “viven la vida loca” del saqueo y la mentira. Un experimento social tras otro, violando todas y cada una de las reglas de la realidad hasta terminar siendo los gestores del exterminio de ciudadanos sometidos a la más brutal servidumbre. Es el desgraciado caso que ahora vivimos los venezolanos, con un país devastado, arruinado, sin reservas, sin capacidad productiva, “somalizado” territorialmente y exprimido hasta los tuétanos por quienes no tienen ningún compromiso con eso que se llama gobierno. Podríamos hacer el inventario de sinsentidos que a lo largo de dos décadas ha propuesto el chavismo. Todas ellas con la única excusa de favorecer la insurgencia del “hombre nuevo” cuya máxima felicidad consiste en consumir lo que antes no ha producido. Una experiencia de repartición que tiene un error de origen insalvable: si no produces primero, no tienes como repartir nada, solo el vacío, solamente la nada.
Ludwig von Mises comienza el prefacio de su libro Gobierno Omnipotente planteando un dilema siempre presente entre las ideologías políticas. Dice que al tratar los problemas de la sociedad y de la economía no hay otro punto más relevante que el siguiente: si las medidas propuestas son adecuadas realmente para producir el efecto que buscan sus autores, o si darán como resultado un estado de cosas que es aun más indeseable que el anterior que se tenía intención de cambiar. ¿Ustedes qué opinan? ¿Estamos mejor que antes? Porque esta etapa terrible comenzó con la crítica feroz a la cuarta república, a su corrupción supuesta, el cerco a “la moribunda constitución”, el abatimiento a todas sus instituciones, el asedio al mercado, la defenestración de los derechos de propiedad, la persecución de la libre empresa, la sustitución del mérito profesional por la lealtad perruna revolucionaria, el desguace de la empresa petrolera, la repartición indebida y criminal de los recursos del país entre los amigotes de la revolución, y el creer que la propia burbuja donde sobrevive la nomenklatura revolucionaria era suficiente barrera para mantenerse protegidos de la indignación de la gente y del rechazo del mundo civilizado. Vuelvo a preguntar: ¿Estamos mejor que cualquier antes imaginable?
Mientras escribo este artículo me consigo con un tuit de Alberto Ray (@seguritips) que lo resume todo: “La economía criminal no cree en el ahorro. Todo lo que gana lo gasta. Es un modelo oportunista y una vez que agota una fuente de recursos se muda a otra más rentable. El problema es que con el virus se cierran las opciones y quienes se alimentan del delito comienzan a desesperar”. Ese es el código moral de los depredadores. Es la norma del socialismo del siglo XXI, que solo se sostiene mientras las condiciones no mutan catastróficamente. Es el caso de la pandemia que nos agobia en este fatídico 2020. Ahora se muestran total e indefectiblemente desnudos de posibilidades. Ni siquiera tienen excusas para un desempeño tan precario, tan infortunado.
Porque el régimen que se ufanaba de la soberanía agroalimentaria no tiene reservas de alimentos. El que decía que ahora el petróleo es del pueblo se encuentra sin reservas de gasolina. El que dijo que iba a hacer realidad la revolución de la salud no tiene un solo hospital bien equipado para hacer frente a la emergencia. El que proclamó una y mil veces que tenía resuelta la emergencia eléctrica ahora no puede controlar los apagones seriales que afectan a todo el país. El que proclamó que tenía satélites para dar el gran salto en telecomunicaciones exhibe un desempeño desastroso en internet, telefonía y banda ancha. Tampoco hay como abastecer de agua a las ciudades, ni se le garantiza a los venezolanos seguridad, justicia, debido proceso y algún tipo de libertad. Y toda esta debacle está siendo escrutada desde “una cuarentena social” que no le hace concesiones a la verdad. El socialismo es un inmenso fraude. Un desastre apoteósico. Es la ruina perfecta. El saqueo llevado hasta sus últimas consecuencias.
Porque la realidad es demoledora. Todo el monumento de mentiras y propaganda se hunde ominosamente cuando usted busca gasolina y no la consigue. Cuando busca efectivo y no lo encuentra. Cuando sufre de apagones y racionamiento inhumano del agua. Cuando está enfermo y se siente totalmente desvalido. Cuando sufre censura, represión y arbitrariedad. Cuando aprecia que el país está inerme, dejado a su suerte, víctima indefensa de cualquier enfermedad, sin poder obtener atención, medicinas o curación. Sin empleos ni oportunidades de sobrevivir, sin poder pensar en un largo plazo que vaya más allá del próximo mes. Con esta forma de contactar con la realidad tan demoledora nadie va a creer en los efectos taumatúrgicos de una ideología inservible para la prosperidad y la buena vida.
El socialismo del siglo XXI es la demostración perfecta de que, sin emprendimiento privado, sin libre mercado, sin respeto a los derechos de propiedad, sin fomento de la innovación, sin un gobierno limitado a hacer lo suyo en términos de abundancia institucional, seguridad, justicia e infraestructura, todos padecemos y experimentamos la ruina social. Porque sus recetas no funcionan y porque las excusas se agotan y pierden potencial explicativo.
El caso venezolano no puede explicar cómo se arruinó un país que venía acumulando sesenta años de infraestructura, desarrollo de talento y capacidad para explotar racionalmente sus recursos. Pero llegó la madre de todas las demagogias, el genoma de todos los populismos, la mezcla perfecta de socialismo y militarismo, el epítome del buen salvaje devenido en mejor revolucionario. El país se entregó a la alucinación perfecta, dejamos su conducción en las manos menos indicadas, la mezcla apropiada de maldad, indiferencia y estupidez que lo que no arruinó lo regaló. Y lo que no regaló lo dejó perder. Las mal llamadas empresas del estado (porque son empresas del partido) son una demostración. Y aquí la realidad también es demoledora: O sabes gerenciar o quiebras aparatosamente. No vale que seas el leal perfecto. No cuenta que muevas la cola cuando oyes el discurso del líder. O tienes talento o no lo tienes. Y si no lo tienes acabas con lo que te han encomendado.
La realidad también es demoledora con ese afán socialista de distribuir sin comprender las leyes más elementales de la economía. Aquí “los leales” saquearon los activos y reservas de las empresas para demostrar compromiso revolucionario. Invirtieron irresponsablemente el proceso económico que solo al final del ciclo productivo tienes utilidades y debes tomar decisiones para distribuir. Estos “genios” primero se repartieron las utilidades y cuando era imposible dijeron que no podían producir. Dieron lo que no tenían, y entonces giraban contra un banco central que fue criminalmente entregando todas las reservas para mantener una orgía de corrupción y desenfreno de la que se lucraron todos los de aquí y también los países de ALBA, esos que ahora no nos mandan “ni una curita” en homenaje a la mentada “solidaridad de los pueblos”.
La realidad es que ahora nadie habla de las reservas porque ya no existen. Estos odiaron tanto que terminaron acabando con el país moderno y decente que recibieron. Pero hagamos homenaje a la memoria. ¿Recuerdan los desvaríos de la industria petrolera “roja rojita”? ¿Recuerdan los desplantes del monopolio siderúrgico? ¿Y la hegemonía telecomunicacional? ¿Recuerdan esa chequera que se blandía como una extensión genital de la supuesta vitalidad revolucionaria? ¿Recuerdan los “exprópiese” que generaban esa histeria colectiva y los aplausos de los trabajadores supuestamente “dignificados” por la benevolencia de “papá estado”? ¿Recuerdan la euforia reguladora, el congelamiento de las tarifas, la gasolina “regalada”, el cierre de las estaciones de radio, la “extraña” complacencia de las televisoras, y esos “raros propietarios”, ricos súbitos, que ayer eran mediocres de medio pelo y hoy tenían en el bolsillo para comprarlo todo, absolutamente todo? ¿Y las prepago, bendecidas y afortunadas?… ¿De donde salieron todos esos reales para patrocinar tanta osadía alucinógena? ¡Pero llegó la realidad y mandó a parar!
Para los hebreos lo verdadero es lo que es fiel. Lo que cumple o cumplirá su promesa. No es solamente la realidad, sino aquella que ni engaña ni traiciona. La que no defrauda. Y para determinar la fuerza de la verdad solo hay que esperar. Porque a toda cigarra le llega su invierno. A todo Faraón imprevisivo se lo devoran las vacas flacas. El que no obra con sencillez y humildad se lo lleva la merma que siempre, siempre llega. Y llega sin avisar, sin tiempo para las excusas. Llega como el relámpago, y se lo lleva todo.
Ahora, desde la cuarentena y la pandemia, cuando vivimos en un país desprovisto, malogrado por tantos años de socialismo, ojalá esta fábula encuentre en nosotros oídos prestos a la moraleja. No importa lo que prometa. No importa quien lo diga. No importa el punto intermedio ni la apoteosis de la demagogia. El final siempre es el mismo: Socialismo es saqueo, ruina y desolación. Porque la realidad es demoledora.
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