¿El verdadero virus somos nosotros?
Hace algunos meses, jamás hubiera pensado que esta situación pudiera desarrollarse de manera tan acelerada. Lo que me contaba una amiga china era que en su país había una situación con un virus que mantenía a la población detenida y amenazada. Sin embargo, lo veía como algo lejano, que solo sucedía ahí (y sentía un poco de pena por ella). De hecho, llegué a comentárselo, y a decir que debía ser bastante difícil vivir en estos momentos ahí.
Sin embargo, hacia finales del mes de febrero, todo comenzó a cambiar en mi entorno inmediato. Y, como cualquier otro ser humano que ha sido sometido a un aislamiento, he tenido bastante tiempo de analizar algunas cosas.
Hace algunos meses me encuentro fuera de Venezuela. He podido darme cuenta que, en situaciones normales, y sobre todo en países desarrollados, el estilo de vida es bastante solitario. Las personas comparten con otras solo si tienen algo que les beneficie, más no por un mero placer de estar con el otro (solo en pocos casos). De igual manera, se respira un ambiente de soledad permanente, así estés rodeado de personas, fama, etc.
En el grupo en donde he estado trabajando durante unos meses, la situación era positiva, pero distante. Todos nos encontrábamos para trabajar y luego nos dividíamos en pequeños grupos que disfrutaban brevemente de algunos placeres cotidianos. Posteriormente seguíamos en nuestras “islas” y en la competencia por nuestros propios intereses.
Sin embargo, a partir del momento en el cual se decreta la presente crisis, las cosas cambian radicalmente. Este mismo grupo que se encontraba aislado y que parecía no tener total cohesión, comienza a preocuparse por mantener la unidad hasta el final. Personas que no eran compatibles en sus caracteres ahora se preocupaban unas de otras. Personas que jamás se escribieron, ahora lo hacían para saber si estaban a salvo.
Cabe destacar que esto ya lo había vivido en Venezuela, puesto que con la escasez de agua, luz, internet y demás servicios básicos, pude observar cómo los vecinos de mi comunidad se habían unido más. El testigo de Jehová ahora ayudaba al homosexual y el metalero hablaba con la viejita mientras no había luz en la parte de abajo del edificio. En conclusión; la crisis tiende a unificar a las personas y saca su lado más humano, en la mayoría de los casos.
Un libro que trata más a fondo sobre este tema, es el que escribió Olga Lengyel llamado “Los Hornos de Hitler”. En esta terrible situación, la cual no se compara con nuestra “cómoda” cuarentena en casa, Olga también habla acerca de las crisis y de cómo pudo observar que el ser humano sí podía ser bueno incluso cuando no tuviera nada que ganar a cambio de su acción.
Puede parecer muy extraño, pero he podido sentirme “menos sola” en medio de esta crisis, que cuando estaba trabajando en condiciones “normales”. Todos escriben, preguntan cómo estamos, todos nos extrañamos y ansiamos volver a los tiempos en los cuales algo tan simple como tomar un café y unas galletas era un acto despreocupado, que no involucraba geles antibacteriales ni amenazas biológicas.
En Facebook he podido observar comentarios como “somos lo peor”, “la humanidad debe extinguirse”, “el virus somos nosotros”, etc. Sin embargo, me parece que las redes sociales siempre van a jugar con nuestro lado más oscuro, puesto que como cualquier otro medio de comunicación, “esto es lo que más vende”. Pero el ser humano en sí, da para mucho más que eso.
Por ejemplo, hay personas que actualmente están dando dinero y comida a los que no pueden subsistir dentro de sus casas porque trabajan en oficios que no se pueden hacer de manera remota. Y ESTO NO ES TAN VIRAL como el hecho de que siguen asando a los murciélagos en China. Pero así se han manejado los medios siempre.
Las crisis siempre transforman a los seres humanos. Aprovechemos esta crisis global para sacar los mejor de nosotros. No nos sigamos concentrando en lo negativo, no sigamos culpabilizándonos. Transformemos nuestro entorno inmediato a partir de pequeñas acciones positivas.
¿El verdadero virus somos nosotros? Mejor me despido con esta reflexión del libro antes citado:
“Los individuos más débiles iban hundiéndose más y más en una existencia animal, donde no se permitían siquiera el sueño de llenar el estómago, sino que tenían que resignarse a los padecimientos de su hambre devoradora. Sólo pedían tener un poco menos de frío, ser golpeados con un poco menos de frecuencia, disponer de un poco de paja para suavizar y mullir las duras tablas de la koia y de cuando en cuando gozar de un vaso entero de agua para ellos solos, aunque procediese del depósito corrompido del campo. Se necesitaba una energía moral extraordinaria para asomarse al borde de la infamia nazi y no caer en el fondo del pozo.
Sin embargo, conocí a muchos internados que supieron ser fieles a su dignidad humana hasta el mismo fin. Los nazis lograron degradarlos físicamente, pero no fueron capaces de rebajarlos moralmente.
Gracias a estos pocos, no he perdido totalmente mi fe en la humanidad. Si en la misma jungla de Birkenau no todos fueron necesariamente inhumanos con sus hermanos hombres, indudablemente todavía hay esperanzas.
Esta esperanza es la que me hace vivir.”
Olga Lengyel. Los Hornos de Hitler. P.225.
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