Felipe Izcaray o la intimidad de los audífonos
La inmensa dificultad de reencontrarnos con nosotros mismos, durante la prolongada cuarentena, habla de las radicales tensiones e incertidumbres que nos asedian al cumplirla en un país como Venezuela. No obstante, podemos también aludir a un constante reajuste de la convivencia familiar – otrora olvidada – en el contexto de un relativo aislamiento que no mitiga la consabida precariedad de las conexiones virtuales.
Acaso, una experiencia sea la de recobrar la intimidad de los audífonos en el intento de garantizar una privacidad que nos lleva inadvertidamente a las novedades del sonido rechazado por el consumo cultural dominante. Hay directores orquestales de una extraordinaria solvencia técnica, capaces de emocionarnos a través de ejecuciones que ya nos parecen demasiados breves, cuando – paradójicamente – se ha convertido en una norma social que las piezas melódicas que excedan de cinco minutos – por ejemplo – resultan tediosas, arraigados los estereotipos del oyente de larga duración.
Uno de esos directores, es Felipe Izcaray, quien recientemente arribó a la edad de setenta años. Soportando los rigores de la doble pandemia, porque al coronavirus debemos añadirle las particularidades del régimen que agrava su recepción, igualmente condenado a los cortes de electricidad, merece el reconocimiento de la Venezuela que está en trance de reencontrarse consigo misma, ojalá definitivamente para no repetir jamás esta amarga experiencia de dos décadas.
En otras condiciones y circunstancias, Izcaray no sólo recibiría el reconocimiento real y palpable del país, sino que ni siquiera tendría que salir de su querida Carora para dictar las clases, charlas y conferencias para una audiencia exigente, al igual que para los menos avisados, como el suscrito, interesados en algún libro que lo refiera. A la larga e intensa experiencia y vivencia profesional, sumamos una extraordinaria acreditación académica que muy bien autorizaría esta otra experiencia de la llamada economía naranja: licenciado en educación musical, maestría en dirección coral y doctorado en dirección de orquesta por la universidad de Wisconsin-Madison (Estados Unidos).
No sabemos, ni nos interesa saber de las inclinaciones políticas de Izcaray, porque nuestra certeza reside en el aporte que todavía tiene pendiente para la reconstrucción de Venezuela, siendo el emprendedor que, además, movió la batuta en el estado Nueva Esparta o en Mérida, y la creó para los salteños, en Argentina. Celebramos el éxito de nuestros músicos en el exterior y la heroica supervivencia de quienes acá se quedaron, quienes tuvieron por un insigne maestro al ilustre caroreño, delante del atril, en el Sistema Nacional de Orquestas y en la Sinfónica Venezuela, construyendo civilidad. Y esto también lo trasluce la intimidad de los audífonos.
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