Amigo de mi hijo
Muchos padres afirman con orgullo ser muy amigos de sus hijos y eso en una primera instancia puede parecer muy bien pues implicaría además de afecto, comunicación, confianza y comprensión. Pero es conveniente examinar tal afirmación con más cuidado, pues una cosa es ejercer la función de padre y otra muy diferente, ser amigo.
El psicoanalista Massimo Recalcati señala que una de las funciones paternas más importantes es la de fijar los límites al hijo; pero en la actualidad eso se ha convertido en una tarea muy difícil de realizar, pues si algo caracteriza a esta época es precisamente lo ilimitado y lo vemos en los diferentes ámbitos: en el científico, en el tecnológico, en el social y en el psicológico.
El conocimiento biológico derivado del desciframiento del genoma humano, el avance vertiginoso de la tecnología y ciertos movimientos sociales, abren una puerta hacia lo ilimitado, con implicaciones éticas de tal magnitud que ameritan la fijación de límites a través de la Ley, pero cuya mera existencia no garantiza su respeto.
En lo psicológico se observa el aumento de trastornos relacionados con la falta de límites, caracterizados por la ejecución compulsiva de conductas arriesgadas que confundidas con la libertad, causan daños de diferentes tipos y grados de intensidad que pueden llevar a la muerte.
En tiempos pasados, la figura paterna ideal era la del padre dictatorial, una especie de semidiós que imponía obediencia con tan solo una mirada, pero que en el fondo encubría una gran debilidad expresada en la necesidad de controlar todo a su alrededor por no poder soportar cualquier evento sorpresivo o cosa fuera de su debido lugar y tal vez precisamente por tratarse de un barniz encubridor, fue cayendo de manera que tal modelo paterno fue cediendo el paso hasta llegar a una figura humana real, con debilidades, contradicciones, ausencias y carencias.
Pero esta paternidad encarnada por un ser humano real, no implica que su trabajo deba estar basado en la ausencia de límites. Una buena labor paterna involucra el respeto de los límites impuestos por la salud física y mental del hijo.
Del viejo modelo de padre dictador deriva la falsa creencia de que un buen golpe a tiempo construye a un ser humano de bien. Contrariamente, golpear al hijo surte varios efectos perjudiciales sobre él: aprende que la violencia es la mejor forma de resolver problemas y que es un modo de expresar el amor. Su autoestima queda afectada pues quien lo debe proteger lo daña, sintiéndose indigno de ser cuidado y amado. Todo ello evidentemente se reflejará en sus relaciones en la adultez. Mentalmente, este padre-amo puede anular al hijo, pretendiendo convertirlo en su clon con un destino prefijado, sin permitirle desarrollar su verdadero ser ni alcanzar una vida de verdadera realización personal.
En la evolución de este modelo se ha llegado al extremo opuesto; así, muchos padres despliegan una conducta extremadamente permisiva y confundidos, no distinguen entre ser autoritarios y poner orden; con tal de evitar conflictos se vuelven incapaces de decir no a cualquier petición de los hijos, con el deseo inconsciente de ser aprobados y amados por ellos.
En esa misma línea y con el deseo de mantener un vínculo estrecho, pretenden convertirse en amigos de los hijos, en sus iguales, llegando incluso a hacerlos sus confidentes; les dejan saber más de lo que deben, invirtiendo los roles, con el objetivo de ser sostenidos o cuidados psicológicamente por los hijos. Con estas conductas, los padres lejos de acercarse afectivamente a sus hijos, logran el efecto contrario, alejándolos y además privándolos de todo referente orientador y educativo.
Las diferencias generacionales existen y en este sentido, el psicoanalista nombrado enfatiza la necesidad de mantenerlas pues marcan límites necesarios entre padres e hijos, que dan seguridad, certeza y protección.
De ningún modo es deseable el regreso al modelo del padre dios-dictador, que infunde miedo y no respeta al hijo ni lo reconoce como sujeto; tampoco al de padre confundido que no distingue dónde se encuentran los límites de la paternidad, ni tiene la capacidad para fijarlos, dejando al hijo en el limbo de lo ilimitado.
Entre estos dos extremos está el padre humanizado, que reconoce y acepta sus limitaciones, pero que asume la responsabilidad de prohibir, dando así protección y seguridad al hijo, es decir, fijando límites lo que no excluye el amor y la comprensión que igualmente deben estar presentes.
La paternidad no es tarea fácil y siempre implica el riesgo de cometer errores; exigir al padre que tenga respuestas para todo además de injusto, es imposible. No existe el padre perfecto y tampoco se espera, pero debe tener claro que amigo es aquel con quien se establece una relación en un plano de igualdad en todo sentido, mientras que la paternidad se ejerce desde la diferencia generacional, desde la responsabilidad de fijar límites y la capacidad de prohibir; diferencia que proviene del cúmulo de experiencias con el correspondiente aprendizaje, madurez y sensatez para distinguir lo debido y lo indebido, siendo capaz de transmitirlo a la descendencia .
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