Volver al pasado
En los últimos tiempos se escucha con mucha frecuencia la frase: “Éramos felices y no lo sabíamos” que evidentemente implica valorar de manera tardía lo que ya se ha perdido. Al parecer es común no apreciar lo que tenemos hasta que lo perdemos, como dice el refrán. Pero también puede significar que por diferentes razones, no podemos ver lo que realmente deseamos tener y por eso no es posible conseguirlo.
A medida que vamos viviendo perdemos cosas pero en compensación ganamos otras, y es que precisamente en eso consiste el transitar vital. Dicen que todo crecimiento duele y eso parece aplicarse tanto a lo corporal como a lo mental. Los entrenadores deportivos afirman que sin dolor no hay crecimiento muscular, lo que en el fondo significa que todo beneficio implica un esfuerzo.
Igual ocurre desde el punto de vista psíquico; cuando abandonamos la niñez entramos en duelo, que requiere la realización de un trabajo. Perdemos mucho de lo que nos ha pertenecido, como el cuerpo que comienza a cambiar, los intereses que ya no son los mismos e incluso nuestros padres, a quienes comenzamos a ver de otro modo. El cambio nunca se detiene y el trabajo siempre está incluido.
Durante la juventud vivimos con muchos proyectos por cumplir; logramos algunos, cambiamos otros por el camino, voluntariamente o no. Al llegar a la madurez tenemos la oportunidad de mirar atrás y vernos tan diferentes que apenas podemos reconocernos y es porque hemos crecido, es decir, hemos perdido algunas cosas y ganado otras; hemos cambiado.
Cuando la nostalgia se intensifica, significa que el presente no es satisfactorio, por lo que se busca refugio en el pasado, incurriendo probablemente en la dinámica antes descrita de no apreciar lo que se tiene en la actualidad o en la dificultad de obtener lo que se desea.
Con frecuencia, el pasado tiende a embellecerse de manera involuntaria a causa de una maniobra defensiva de la consciencia, por lo que los hechos desagradables o angustiosos quedan olvidados; así, permanecen en la memoria básicamente los eventos alegres y el pasado, desprovisto de la mayoría de los acontecimientos negativos, queda automáticamente idealizado.
Esta operación puede repetirse incesantemente a lo largo de la vida, dando espacio a ese lugar común que reza: “Todo tiempo pasado fue mejor”.
Cada etapa tiene sus alegrías y sus sufrimientos; probablemente lo más importante es saberlos reconocer y valorar en su justa medida, para evitar quedarse anclado en un pasado deformado por la idealización. Lo agradable debe ser disfrutado, evidentemente y lo doloroso, debe tramitarse para asimilar la lección que pueda dejar, pero prestando atención a lo que se quiere tener y a la vía para conseguirlo.
En este punto resulta pertinente el pensamiento que nos deja el poeta austríaco Rainer María Rilke: “Deja que todo te suceda: belleza y terror. Solo sigue adelante. Ningún sentimiento es definitivo.”
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