El laberinto de Manes
Ayer a la noche, Facundo Manes fue al psicólogo frente a miles de televidentes. Diego Sehinkman hurgó sin descanso sobre el por qué de los dichos y conductas de su entrevistado: fue la segunda clase de periodismo de la semana. La primera la había dado Luis Gasulla un día antes cuando refutó en vivo al neurólogo en el programa de Luis Majúl dejándolo boquiabierto.
Habría que preguntarle a Sehinkman cómo se diagnostica a un paciente que tiende a echarle la culpa de sus desventuras a todos los demás excepto a sí mismo. Manes cargó la culpa de sus afirmaciones erróneas, sin desparpajo, a los “trolls”. Habló de una respuesta coordinada y se preguntó, con un dejo de frustración, por qué todo lo que hacía Macri estaba bien. Faltaron los pañuelos descartables en el estudio.
No solo molestaron sus dichos erróneos del día anterior sobre la causa de espionaje contra Mauricio Macri, sino también que haya catalogado de “populismo institucional” a la gestión de Cambiemos de 2015-2019. Un intento no inocente por desconocer la relevancia que tuvo para el país la aparición de un gobierno que haya sido en visión, método y en todo sentido, justamente, lo opuesto al populismo.
Pero lo que más preocupa de Manes es que parece estar perdido en una confusión ideológica propia de alguien que desconoce la historia reciente de la política nacional. Su auto proclamación como el verdadero “cambio” se aleja llamativamente de la realidad.
Es que el discurso “anti grieta” que promueve no es para nada novedoso, sino que está vinculado a lo más rancio del establishment nacional. Entender a la Argentina como una puja entre dos sectores “radicalizados”, como viene proponiendo Manes, es tener una visión, al menos, simplista. En Argentina, tomando una fórmula también simplista, se puede hablar de una disputa entre tres grandes sectores: el populismo, el republicanismo y un tercer sector compuesto por grupos de presión que inclinan la balanza de acuerdo a intereses económicos. Este último es representado por dirigentes como Schiaretti, Randazzo, Lavagna, Massa, entre otros. Manes parece estar haciendo esfuerzos para sumarse a ese pelotón. ¿Hay acaso algo revolucionario en eso?
Salir por arriba del laberinto de la grieta, como propone el incipiente líder radical, es adaptar el léxico de libro de autoayuda para presentar esta tercera postura de forma edulcorada y aceptable. No es nada más que eso. No manifiesta ninguna intención de cambio.
Este último grupo es especialista en el armado de colectoras electorales y en definir los poroteos en el Congreso Nacional. Son el status quo que asegura la permanencia de Argentina, justamente, en un laberinto interminable de fracasos.
Quienes promueven esta idea buscan equiparar a Cristina Kirchner con Mauricio Macri, cuando ambos están en las antípodas, no solo con respecto a proyectos, sino también en el respeto a las instituciones. No hay puntos medios en esa discusión: o se está a favor de las instituciones o no se lo está. De ese laberinto no se sale por arriba.
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