Pasado, presente y futuro del PRO
A pocos días de perder las PASO19, se juntaron todos los dirigentes y funcionarios del gobierno en una reunión de gabinete ampliado. El objetivo era ordenar a la mayoría de los cuadros de Cambiemos que habían recibido un golpe electoral inesperado, que generaba una crisis política e institucional.
Entre los expositores de aquella tarde, se encontraba María Eugenia Vidal que acababa de perder en la Provincia de Buenos Aires, nada más ni nada menos que por 20 puntos. La entonces gobernadora eligió en esa ocasión contar una anécdota de resiliencia sobre Macri en los inicios del PRO.
Contó sobre aquella elección de 2003 en la que el ex presidente perdió en el balotaje contra Aníbal Ibarra: “Me acuerdo de un lunes, muy difícil, del año 2003, cuando Mauricio tuvo su primera derrota. Estábamos en una oficina horrible y habíamos perdido. Él se había quedado la noche anterior hasta que el último fiscal entregó el último acta de escrutinio, y eso fue muy tarde. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, fue el primero en llegar. Estaba vacía la oficina. No había nadie. Y ese fue el primer mensaje cuando muchos decían ‘bueno, se va a ir, esto fue un capricho, se le va a pasar’. Y estuvo ahí y recibió a todos los que le pidieron una reunión. Uno por uno. Y a todos nos dijo ‘estoy acá’. «
Esta anécdota que cuenta Vidal sobre los inicios del PRO sucedió cuando todavía ni siquiera el espacio era identificado con esas siglas. Era solo un bosquejo. Por aquel entonces la propuesta electoral se llamaba “Compromiso para el Cambio”. La palabra Cambio ya era importante desde entonces.
La historia es conocida. Años más tarde, Macri fundaría el PRO en el 2005 y terminaría ganando las elecciones de 2007 para convertirse en Jefe de gobierno porteño. Cromañon había puesto sobre la mesa un andamiaje de corrupción en la Ciudad de Buenos Aires que terminó con una tragedia dolorosa. Los porteños habían decidido probar una forma de hacer política diferente.
En sus inicios ese espacio estuvo integrado por profesionales provenientes de los think tanks y ONGs, por cuadros empresariales, y algunos sectores también de la política y otros ámbitos. Fue una respuesta a la crisis de 2001 y al voto bronca contra la clase política que se materializó en una propuesta positiva, lejos de la bronca.
El contexto de enojo con la dirigencia política era similar a la que se vive por estos días. Quizás por eso desde sus inicios se tildó al partido porteño como “anti política”. Pero su propuesta no era mesiánica, ni mucho menos. No tenía un líder llamado a terminar con la “casta” como premisa principal. La premisa principal era convocar a la ciudadanía a involucrarse. La salida era institucional, pero aggiornada a un nuevo siglo que comenzaba.
Durante esos años, muchos jóvenes se animaron a participar. No veían en el PRO un espacio repulsivo ante los recambios generacionales. Sino más bien todo lo contrario. La discusión era entre vieja y nueva política. Pero la salida siempre era institucional y a partir de la política: el desafío era cambiarla. Esos fueron los inicios del PRO.
Este proceso derivó en una transformación inédita de la ciudad de Buenos Aires: una profunda modernización del Estado que se puso al servicio de los ciudadanos.
El PRO durante esos años, y hasta el día de hoy, fue acusado de encabezar una política vacía de contenidos y “marketinera”. Pero a los hechos, el PRO se ocupó de resolver problemas que antes se tapaban bajo la alfombra. Inició un proceso para solucionar aquello que no se percibía a simple vista, aquello que decían no era “redituable políticamente”. Algo que contrastaba con vieja política que había hecho de la palabra y el discurso su base principal dejando de lado al hacer real. Esto último era, paradójicamente, una actitud más “marketinera” que la planteada por el PRO, que había centrado sus valores en la eficiencia.
Mucha agua pasó por abajo del puente desde aquellos años. Hoy el PRO se encuentra en una encrucijada hacia el futuro que tiene que ver con sostener y hacer más fuerte su prédica; o diluirse entre las peleas de poder de algunos de sus dirigentes.
La pregunta es si podrá este partido continuar su proceso virtuoso en la ciudad de Buenos Aires, o dejará el destino de la capital en manos de dirigentes provenientes de otros espacios. Si el PRO no enfrenta la próxima elección con un candidato competitivo y sin dividir su propuesta, corre riesgo cierto de perder su principal bastión. Pero es mucho más que eso. Pierde la posibilidad de reforzar una propuesta superadora ante un nuevo “que se vayan todos” que viene gestándose. Hay una pelea simbólica clave en eso.
Que los dirigentes pongan en riesgo ese proceso por discusiones internas, sería lastimar a los mismos inicios que le dieron impulso a este espacio: la dicotomía entre la vieja forma de hacer política y la nueva.
Pero el desafío del PRO en lo que viene, no solo se trata de ganar una elección: se trata también de renovarse, actualizarse, no hacer oídos sordos a nuevas demandas, volver a conectar con ese llamado a la ciudadanía a participar activamente de los procesos políticos; y de alejar al espacio de los vicios de la vieja política.
Los partidos sufren, se vuelven no competitivos, cuando no saben adaptarse a los nuevos tiempos. Cuando no incorporan caras nuevas, cuando las ideas se pierden entre disputas de poder y existe una sensación en la población de que a la política solo le importa los problemas de los políticos.
El PRO cumplirá en 2025 dos décadas desde su fundación. En esos años, logró que su fundador sea presidente y logró que la provincia de Buenos Aires tenga a la primera gobernadora de la historia y, además, de extracto no peronista. Ambos plantearon otra forma de hacer las cosas desde sus respectivas responsabilidades. Grandes logros políticos para un partido tan joven.
Puede ser, incluso, que el próximo presidente de la Nación provenga también del PRO. Este partido tiene la oportunidad de no ser una simple anécdota en la historia, si no de ser quien dispute en serio las próximas décadas de poder en la Argentina; pero para eso, se hace fundamental tener siempre presente ese origen en el que el verdadero compromiso era con el Cambio.
Seguir construyendo legado en la Ciudad de Buenos Aires y ampliarlo. Y, sobre todo, profundizar una idea que le fue esquiva a la Argentina entre tantas décadas de populismo: es posible hacer las cosas con eficiencia desde la política y vivir mejor.
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