Un viaje por los que viajan en avión

Cuando uno viaja en avión, siempre cuenta con dos maneras de afrontar el viaje: durmiéndose o pensando que puede haber una catástrofe (es decir, no durmiéndose). Si elige la segunda, entonces está ante la fabulosa posibilidad de hacer un viaje dentro del viaje para así disfrutar de los diferentes tipos de pasajeros. Una atracción sólo superada por el hecho de que la aerolínea tenga películas, reparta comida o sirva vino (no, bueno, que si reparten vino me olvido de los pasajeros… y de la comida… y de las películas).

Para empezar, está el viajero multibolsito. Ése al que le guindan más peroles que un retrovisor de taxista. Es el que lleva encima una maleta, una cartera, una bolsa de compras, un koala en la cintura, un morral, dos zapatos amarrados al morral que guindan cual orejas de sabueso y hasta una boa constrictor en el cuello de la cual no se ha percatado aún. 

Sin embargo, a esos pasajeros recomiendo no verlos mucho. Contagian tanto estrés, que le pueden provocar el nacimiento de tres nuevas canas, una várice y la inminente prueba de que el estrés se apoderó de usted: cuando llama a su hijo por el nombre de todos sus conocidos menos el de él, diciéndole “Adrián… eh… Stevan… eh… Esneydersonelexis… eh… ¡Coño!… ¡Tobías!”.

Aunque ese estrés que le contagian siempre se les devuelve gracias a una venganza que el karma les tiene preparada: cuando llegan al counter y recuerdan que dejaron su pasaporte en el único bolsito que no se guindaron.

Existe otro pasajero y es aquel que utiliza los últimos audífonos desarrollados por la tecnología. Esos que le permiten cantar lo que escucha, pero cantarlo horrible. Tan horrible, como un reguetonero sin Auto-Tune. Aunque ellos juran que cantan bien, sin saber que no cantan bien y terminan cantando mal (y eso sí lo hacen bien).

Lamentablemente son pasajeros ante los cuales no hay nada que hacer. Ni llegar al penoso deseo de desearles la muerte. No vaya a ser que, por lo desafinado, reencarnen en forma de guacharaca.

También tenemos al que viaja con niños pequeños. Yo mismo he sido ése en varias oportunidades y he aprendido a lidiar con ese odio que me manda la gente cuando Tobías piensa que el asiento de adelante es el balón de la final de la Champions. Por ello, estoy convencido de que debería haber más personas viajando con niños pequeños. Hacemos tan buena campaña para los métodos anticonceptivos, que en cinco años podríamos provocar una pandemia de incalculables proporciones apocalípticas: que viaje más gente con perritos.

El otro gran viajero que tenemos en esta lista es el que no ve el avión como un medio de transporte, sino como un hotel ambulante para dormir. Se reconoce porque viaja usando un pijama, una almohada de cuello, pantuflas y siempre termina acomodando su cabeza en superficies acolchadas y acogedoras llamadas “el hombro de otra persona”. 

Como siempre duermen, no terminan contándole cómo se llaman o a qué se dedican, pero usted sabe que podrían ser perfectos porteros de discoteca, pues cuando están dormidos en la silla del pasillo, es imposible que usted pueda salir de su puesto cuando se está reventando de las ganas de ir al baño. 

Lo bueno es que la vida sola también se encarga de vengarse de ellos, pues estos viajeros eventualmente se despiertan para ir al baño y una vez están allí dentro, frente a la poceta, pisando eso, se dan cuenta de que están en medias. O peor aún… descalzos. ¿Eso no califica de atentado biológico terrorista para un vuelo?

Y es que así son algunos de los viajeros que usted pudiese encontrar en algún vuelo (sin referirnos a usted, claro, que asumo es el viajero perfecto que todos odiamos por ser tan minimalista viajando con el pasaporte en el bolsillo de la camisa y un maletín tan grueso como una panqueca). Por eso, si no se quiere perder de vista a estos viajeros y así disfrutar de ellos, quédese bien despierto durante todo el viaje. Ahora, si por el contrario quieres evadirlos e ignorarlos, entonces olvídese del problema y más bien adopte la segunda manera de afrontar el viaje: duérmase y recuéstese de un hombro ajeno. Eso sí, por favor no lo babee y cuando luego se despierte y vaya al baño, recuerde llevar zapatos.

Reuben Morales
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