Venezuela y el mito de la democracia

Por Ivanna Méndez

@IvannaMendezM

 

 

 

Según la RAE la democracia se define como: “Doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno”, sin embargo esto es un concepto un poco vago y manipulable para semejante palabra usada y abusada actualmente y desde tiempos memorables.

 

La democracia es el sistema político más idealizado y glorificado de la historia. A casi cualquier persona que se le pregunte en esta época sobre que forma de gobierno prefiere responderá sin titubear “democracia”. Sin embargo, ¿todas esas personas saben realmente lo que significa la democracia?, o simplemente creen saberlo y quizás no se han tomado el tiempo suficiente para examinar la profundidad de su significado. ¿Como defender algo que no se comprende completamente?¿Venezuela necesita o está preparada para una verdadera democracia?

 

En el sentido estricto, la democracia es una forma de organización del Estado en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación, ya en un sentido amplio, hablamos de democracia no solo como sistema político sino también social: una forma de convivencia en la que los miembros son “libres” e “iguales”.

 

Primero que todo, en una democracia ¿son en realidad todos libres e iguales o es un gobierno en el que la mayoría es más “libre” e “igual” que el resto? ¿los votos del 51% de la población tienen derecho a condicionar al 49% restante? En tal caso, ¿por qué la mayoría tendría la razón siempre? Infinidad de ejemplos existen demostrando lo contrario; sin embargo, ese no es el punto de mayor importancia, como se ha dicho, no existe el sistema de gobierno perfecto, pero la democracia podría llegar a ser el menos imperfecto. En cualquier caso, no es por desmeritar a la democracia, bajo circunstancias normales, una verdadera democracia, o así lo pienso, debería ser lo mas cercano a la politeia es decir, a una “buena democracia”, donde las decisiones de la mayoría respeten a las minorías, pero esto sería en un mundo ideal en el que tanto los políticos como el pueblo en general se concentrara en el verdadero objetivo de la política: el bien común, no la en adquisición de poder.

 

Las democracias no pueden considerarse resultados de una decisión democrática como pretende decir la teoría del pacto social, una sociedad que se constituye anteriormente como sociedad en su origen estaría mas cerca de una tiranía que de una democracia.

 

¿De donde y por qué viene esa exaltación de la democracia? Para los griegos, era simplemente otra de las posibles formas de gobernar. Algunos de los mayores regímenes totalitarios se escudan bajo la mentira de una democracia ficticia. Una falsa conciencia vinculada a los intereses de determinados grupos. Nos acostumbramos a calificarla automáticamente como virtuosa sin ponernos a meditar un poco en ella, una meta a la que alcanzar sin pensar que no todos están preparados para ella. Sin examinar que bajo algunas circunstancias puede resultar un arma de doble filo.

 

En segundo lugar, sería justo responder honestamente a la pregunta: ¿De verdad queremos ser todos iguales?¿Es en realidad eso posible? Volviendo al primer punto, no se trata de mentirse y decir que siempre nos han parecido justas las decisiones tomadas por una mayoría, que nunca se haya pensado que existen personas con una mayor capacidad para elegir correctamente. Aunque caemos de nuevo en un problema ¿correctamente para quienes? Aquí quizás se trata más de un problema de interpretación que de cualquier otra cosa, esa delgada línea entre la justicia y la igualdad. ¿La igualdad es siempre justa?

 

La democracia en realidad debería ser exclusivamente electoral, una forma de elegir a los gobernantes, más no al gobierno (con esto refiriéndose a “las reglas”), pues de ser así serían las elegidas por la mayoría, lo que no asegura que estas sean justas ni las más adecuadas, además de propensas a la manipulación del gobernante.

 

De todos modos, ni siquiera se trata de eso sino de entender y practicar lo que se predica, exigimos libertad e igualdad y somos incapaces de respetar sinceramente al que piensa distinto a nosotros, resáltese la palabra “sinceramente”. Porque no se trata de fingir tolerancia sino de aprender realmente a ser tolerantes, no de cuidarnos de decir comentarios “políticamente correctos” sino un cambio de mentalidad, de verdaderamente comprender al otro. Igualmente se entiende que algo tan importante como elegir el destino de un país ha de estar en manos de personas que comprendan la repercusión de sus actos y con esto, no hablo de exclusión, sino de educación.

 

Mientras no se cumpla esto último, por ahora y por lo menos en este país, seguirá siendo cierta la frase de Rousseau: “Si hubiera una nación de dioses, éstos se gobernarían democráticamente; pero un gobierno tan perfecto no es adecuado para los hombres”.

 

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