Escribir

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En el sexto aniversario de Guayoyo en Letras, escribo sobre el hecho de escribir.

Escribir es un acto un tanto extraño. Uno quiere escribir y no sabe sobre cuál cosa hacerlo. Y entonces abre una página en Word y la mira. Está en blanco. No se lee nada en ella, ni una letra. Piensa… Uno piensa y piensa la primera letra. La primera palabra. ¿Escribo sobre política, filosofía, algún cuento, un anécdota…?

Luego de escribir por unos cuantos años, la escritura, su arte, se hace fluidez, pero los contenidos sobre lo que se escribe no. No es cosa fácil esto de escribir. A veces, prefiero no hacerlo. Luego, me siento con un vacío existencial. Porque para un escritor, escribir es alimentarse. Si no lo haces, mueres. No hay un solo escritor que haga de todo menos escribir.

Conozco a más de uno que me dice que le gustaría escribir, pero que no tiene tiempo para ello. Que además, escribe muy bien. ¡Cómo lo sabe si no lo hace! Hay gente tan brillante que conoce sus talentos ocultos por descubrir. Esa gente, y no yo, digo, es la que debería estar escribiendo. Me evitarían esta labor y así yo tampoco tendría tiempo para escribir. Pero, entonces, ¿sería yo uno de esos que conozco que escribe muy bien sin hacerlo?

En mi caso, comencé a escribir como acto de soledad rebelde. Era yo un adolescente. Como es natural, mi interés inicial fue todo menos intelectual. Fue romántico. Poemas y poemitas. Escribía versos a mis enamoradas. No pasó mucho tiempo, cuando alguno de mis amigos más cercanos me encargó un poema para dárselo a una chica que le gustaba. Fue mi primer delito poético, porque la paternidad de la obrilla se la atribuí a mi consorte.

El evento sucedió en una fiesta en Los Palos Grandes, a finales de los años ochenta. Mi amigo me dio una servilleta y me dijo: “Memo, estoy enamorado. Necesito un poema. Escríbelo.” Conseguir un bolígrafo no fue cosa fácil, pero finalmente apareció. La travesura produjo sus efectos, vi una lágrima corriendo por la mejilla de la hermosa chica. Lo primero que me vino en mente fue: “Ups… Metí la pata.” Pero no, pues a la lagrimilla le sucedió un beso.

Desde entonces escribir me produce placer. Para algo sirve. Para algo, además de andar conquistando chicas. La escritura es parte del conocimiento, es producto de la inteligencia. Y como bien nos enseña Aristóteles, cuyo pensamiento cumple 2.400 años, los placeres de la inteligencia son permanentes y por eso superiores a cualquiera otros. Los demás placeres son también fantásticos y no tengo claro si estoy tan de acuerdo con Aristóteles en este particular, pero me gusta creerlo.

“Lo que hemos de hacer luego de haberlo aprendido, lo aprendemos haciéndolo” enseña Aristóteles en su Ética a Nicómaco. Los escritores no escapamos a esta máxima de la experiencia humana. Así que seguiremos escribiendo a ver si algún día lo aprendemos a hacer.

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Guayoyo en Letras