LINDA BOREMAN, LA MUJER QUE LO LOGRÓ

Por Laurin Bello

@LaurinIsabel


 

 

Hay una película que usted tiene que ver: Lovelace. La historia de la legendaria mujer que interpretó a Linda Lovelace en el film Garganta Profunda, una película que cambió para siempre la historia del cine porno, y en general, de la cinematografía. Marcó la historia de una generación entera que se escandalizó, pero sobre todo se rio de dicha película, tanto que hoy podría estar en el género de la comedia, en vez de estar en el de la pornografía.

 

Lovelace es una bofetada a la industria del cine, una bofetada a Hollywood, porque más allá de la fama, el dinero y la belleza, hay historias de horror, y sobre todo, sufrimiento, como el de esta mujer que no fue más que la víctima de una cultura, de un hombre lleno de vicios, y sobre todo, fue la victima de su propia inocencia.

 

Los directores de esta cinta, Jeffrey Friedman y Rob Epstein, hicieron un trabajo impecable para narrar una historia tan vital como compleja, sobre todo para la época en la que vivimos, donde el sextexing y el bullying van de la mano (esto es para otro artículo); pero el asunto es que la película da un grito de guerra contra el maltrato a la mujer, la denigración del genero, y en general, el abuso.

 

Linda Lovelace es la mujer que lo logró, o en palabras de los americanos “she made it”, vivió por más de  20 años con la cicatriz de ser llamada “La mujer de la garganta profunda”, perdió su identidad, y llegó incluso a no saber cómo llamarse a sí misma, gracias a haber sido bautizada por la industria del porno, como: Linda Lovelace, cuando su verdadero nombre era Linda Boreman.

 

Una madre castradora, un padre en silencio, una joven en búsqueda de libertad, aventura y en especial en búsqueda del amor, conocen a un hombre que se supo aprovechar de estas condiciones para convertir a la joven en su “gallinita de los huevos de oro”, la usó en todos los sentidos de la palabra para costear sus lujos y más aún, su adicción a la cocaína, la vendió e hizo millones de dólares a costa de exponerla a violaciones, maltrato y drogas. Ella recibió a cambio unos pocos centavos, golpes y humillaciones. Pero un día logra huir, y renacer de las cenizas, narra su propia historia en un libro llamado Ordeal, que no tiene pérdida, recupera su identidad, rehace su vida y lucha por más de 20 años por los derechos de las mujeres, y sobre todo inicia una guerra con la industria del porno.

 

Amanda Seyfried interpreta a Linda Lovelace, una interpretación que merece premios -cabe destacar-, Peter Sarsgaard interpreta a Chuck, su agresor, una gran actuación también. Ambos nos regalan 100 minutos de reflexión, de auto cuestionamiento sobre costumbres, decisiones, creencias, gustos, etc. Es una película que hay que ver y volver a ver, es un libro que hay que leer y recomendar, es una lucha que hay que continuar.

 

Dicen que los padres deben amar muy bien a sus hijas, porque ellas amarán como fueron amadas en casa, a lo mejor es mucho psicoanálisis, pero también tiene mucho de cierto. Vivimos en una época donde las muertes de mujeres asesinadas por sus parejas en vez de disminuir, aumentan; y una época en la que la prostitución de niñas también aumenta, mientras disminuyen las edades de dichas niñas, cada día son más altas las cifras de embarazo precoz, cada vez son más las que huyen con cualquiera con tal de huir de sus realidades, buscando un hogar que no han tenido, o un amor que añoran.

 

Yo agradezco que el cine sigue siendo el arte que enseña, que denuncia, que muestra realidades, que cuenta historias que estuvieron por muchos años en cajones llenos de polvo y apartados por el paso del tiempo, el cine sigue siendo la nobleza en los ojos de un director que leyó un guión y se conmovió, y supo poner la conmoción en imágenes para el mundo entero, el cine sigue siendo un lenguaje universal porque las imágenes lo siguen diciendo todo. Entonces, sigamos viéndolo todo, distribuyéndolo todo. No hay mejor manera de enriquecer el ojo, que viendo arte, me enseñó un profesor en la Universidad, el ojo se entrena, decía. Yo digo que el alma también.

 

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