Editorial #249: Sin vergüenza

La lucha de hoy en Venezuela es la de la vulgaridad contra la decencia

 

 

 

El problema de la vergüenza no es tanto cuando es muy grande o cuando es muy larga. Su drama es cuando se pierde y, en medio de la borrachera del poder o la insensatez, deja salir la parte más salvaje que cada uno de nosotros lleva adentro.

 

Cuando eso ocurre con algunos líderes, el reflejo de sus actos se ve inmediatamente potenciado en otros. No es fácil guiar con el buen ejemplo, pero es muy simple pervertir con el malo. Eso ocurre también en un país donde quienes lo conducen, hace mucho han perdido la vergüenza –quizás, incluso algunos jamás la tuvieron- y carentes de los valores que la producen, construyen una sociedad que, como tan bien habría descrito Hannah Arendt, banaliza el mal.

 

Claro ejemplo de ello fueron las desafortunadas declaraciones del embajador ante la Organización de los Estados Americanos, Roy Chaderton, en un programa en el canal del Estado donde afirmaba que cuando un francotirador dispara a una cabeza escuálida, pasa rápido y suena vacío”. En un país en el que cada año mueren 25.000 personas víctimas de la violencia –la gran mayoría de ellas, por balas- y en el que el año pasado 43 fueron asesinadas por protestar pacíficamente en las calles –algunas de ellas por francotiradores- la afirmación del embajador no es “humor negro”; simplemente no es humor.

 

Afortunadamente, la reserva moral que tenemos como país es muy grande y las reacciones de repudio a las afirmaciones de Chaderton no se dejaron esperar. Casi al unísono –con excepción de los fanáticos de siempre que confunden la solidaridad automática con lealtad- rechazaron lo dicho por él. Incluso a nivel internacional –imaginamos que después de pasar por una comprensible incredulidad- importantes personajes se manifestaron en contra de las lamentables declaraciones de quien, añadiendo ironía a la historia, se había hecho conocer como un “buen diplomático”.

 

Sin embargo, este hecho tan desafortunado es solamente una gota más en el océano de los sinsentidos en el que hoy se ahoga Venezuela. La mentira se ha vuelto más común que la verdad, el insulto más usado que el aliento y el engaño es más preciado que el esfuerzo. Ya no es un tema coyuntural, es un problema cultural, y es así como debemos enfrentarlo.

 

La lucha de hoy en Venezuela es la de la vulgaridad contra la decencia. Para que la última se imponga, es imperante recuperar a partir de sus valores más básicos a una sociedad que desde hace mucho vive sin vergüenza.

 

 

Miguel Velarde

Editor en Jefe

@MiguelVelarde

mvelarde@guayoyoenletras.com

 

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