Mejor no planifico

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La semana pasada cambié mi trabajo para el horario de la tarde – noche con el fin de poder hacer mis prácticas musicales en la mañana. Todo estaba perfectamente planificado por horas e iba a salir a la perfección. Cuál sería mi sorpresa que esa sería una de las semanas más caóticas de mi vida.

Venezuela se ha caracterizado desde hace muchos años por ser un país “de improvisación”. Mi padre era un hombre muy perfeccionista y siempre sufría por los pequeños detalles que marcan la diferencia entre los países del primer mundo y este: carros que se comen las luces, basura, buhoneros, personas llegando horas después a las citas, malas señalizaciones, incoherencia general, etc.

Cabe destacar que hace veinte años aún había cierta capacidad de planificar nuestra vida. La incertidumbre no era la medida de nuestra existencia. Sin embargo, la semana pasada tuve que convencerme de que si no quiero morir de un cáncer antes de los 35 años, mejor trato de no molestarme mientras pasa esta situación. Es increíble cómo nos quedan ganas de salir a trabajar diariamente en un país con estas condiciones de vida.

Lunes, martes y miércoles se fue mágicamente el internet lo cual trastornó completamente mi horario. El día lunes debí salir a un cyber café, idea que no fue acertada puesto que terminé gastando gran cantidad de dinero en un día de trabajo, es decir, estaba trabajando por el mero placer de. Los días martes y miércoles logré con gran sacrificio mandar lo que quería a través de los datos del celular lo cual generó que se dañara el cargador. Me tardé el doble de lo que tardaría trabajando en condiciones coherentes.

El día jueves decidí enviar un mensaje a mis clientes que no podría trabajar debido a las circunstancias y que esperaría la llegada del sistema y el día viernes finalmente, llegó. Estaba rebosante de felicidad y comencé mis labores con gran alegría cuando de repente, y como sacado de la ficción, se fue la luz por horas. Realmente no puedo recrear en este artículo lo que dije en ese momento.

Lejos de ser esta una historia aislada de una ciudadana que tuvo una semana pesada, cabe destacar que en esta clase de rutinas se ha transformado la vida cotidiana del venezolano de la clase profesional; una constante pérdida de tiempo. Cuándo hay luz y agua, no hay gas, cuando hay agua, gas y luz, no hay internet y así, es imposible contar con los servicios completos por lo menos un día actualmente. Empezando por la propia comida, para la cual pierdes horas en colas. ¿Esto era el socialismo? ¿Este es el hombre nuevo? ¿Esta es la nueva visión de la igualdad?, entonces en palabras de Mafalda “paren el mundo que me quiero bajar”.

Cuando el viernes pensaba que todo iba a estar en paz finalmente,  en horas de la noche, un carro fue perseguido por una camioneta para robarlo. El chofer decidió tras una aparatosa maniobra meter el auto contra la reja de nuestro edificio y se la llevó. Gracias a Dios salvó su vida, pero estamos sin reja. Ahora hay que hacer un pago por apartamento y efectuar guardias en altas horas de la madrugada arriesgando nuestras vidas durante tres horas cada noche. Hoy nos toca a nosotras a las 2:00am.

Realmente no sé si es que no estoy haciendo los decretos correctamente, quizás debo preguntarle a Louise Hay o a Deepak Chopra qué es lo que pasa. A veces me gustaría invitarlos una semana a Venezuela a tratar de sobrellevar toda esta situación, esta cotidianidad piedrera, esta pérdida de productividad generalizada, esta devolución en el tiempo que nos tiene a todos de cabeza. Quizás duden en decir placenteramente cada mañana que todo está bien en mi mundo.

Mi semana culminó superando todos los obstáculos y pensando en el dolor que me produce toda esta situación. Eso aunado al hecho de que una de las personas más importantes de mi vida se va a 30 horas de caracas a causa de la inseguridad en menos de 8 días. Trataré de pensar que hay gente mucho peor que yo y que quizás es una prueba de tolerancia o algo que solo comprenderé en años venideros. Y por ahora, mejor no planifico.

Paola Sandoval
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