El implacable tiempo de la política

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Acabo de poner en mi cuenta de twitter (@vjmc) una frase de Henry Kissinger con la que comienza la introducción del libro “Apaciguamiento” cuyo autor es el profesor Miguel Angel Martínez Meucci. “El apaciguamiento, cuando no es una estrategia para ganar tiempo, es el resultado de la incapacidad para luchar a brazo partido contra una política de objetivos ilimitados”. El intento de calmar y tranquilizar el ánimo violento o excitado de un país, o la tentativa de pactar la paz o por lo menos establecer una tregua es una estrategia política que provoca ganancias al que lo intenta. ¿Quién lo intenta? El que necesita ganar tiempo. ¿Quién lo acepta? El que no tiene a mano la posibilidad de instrumentar una estrategia que le permita aprovechar el tiempo como variable crítica.

Los venezolanos están siendo destrozados por una realidad contra la que no pueden luchar. Esa mezcla terrible de miedo, represión, autoritarismo, violencia y quiebra de la economía ha convertido a los que la viven en víctimas de un régimen que no se da por aludido. Todos los días perdemos tejido empresarial y esos empleos que necesitamos para no caer en la más absurda pobreza. Todos los días los venezolanos que se enferman mueren por imposibilidad de tener a la mano la medicina moderna con la que cuenta el resto de los países del continente. Todos los días hay robos, secuestros, homicidios, desapariciones y enfrentamientos con la policía donde los grandes ausentes son la ley y el monopolio de la violencia legítima. Todos los días los venezolanos piensan que nada tiene sentido en un país que por momentos deja de serlo para transformarse en una cueva donde cuarenta ladrones tienen un botín que solamente alcanza para ellos. Todos los días los niños preguntan por la merienda que no llevan, la comida que no existe, el juguete que no tienen, la escuela que no está y la prosperidad que no llega. Todos los días vivimos la experiencia medieval que nos confina en nuestras casas al ocaso y nos impide la salida antes del amanecer. Todos los días inventamos una nueva resignación cuando el carro se daña o la nevera, el televisor, la cocina, la plancha o el secador de pelo se queman y no hay posibilidad alguna de reponerlo. Todos los días experimentamos el vértigo de sentirnos cayendo en un abismo que no tiene final predecible, pero si indicadores concretos de la velocidad de caída. Todos los días nos amenaza esa cola que debemos hacer para comprar el pan que ahora nos regulan, o cualquier otra cosa que necesitemos. Todos los días hacemos maromas para darle sentido a un bolívar que no vale nada. Todos los días vemos como el régimen no hace otra cosa que empujar un poco más la lanza que ha clavado en nuestro costado, esperando a ver nuestra muerte, nuestra ruina, nuestra huida, nuestra debacle. Para los venezolanos el tiempo es una variable crítica.

El apaciguamiento es un pacto o es una incapacidad. Pero para el venezolano esas diferencias del mismo resultado son lujos analíticos que están dejando de tener importancia. Ellos solo saben que el tiempo que gana el régimen tiene la misma proporción del tiempo que pierde la civilidad. Los venezolanos que llevan veinte años soportando esta descomposición progresiva saben también que el régimen no va a cambiar. Que a veces lo tomamos desprevenido pero que tiene una inmensa capacidad para reponerse y seguir adelante. Los venezolanos saben que no hay forma de descontar las muertes y las partidas que ya ocurrieron.

El cardenal Richelieu resolvió todas sus contradicciones a favor de la razón de estado, categoría que inventó para justificar casi cualquier cosa que pudiera hacer para garantizar el bienestar del estado. Aquí, chapuceros al fin, no hay estado sino régimen. Pero igual sirve: Es útil cualquier cosa que se intente para darle oxígeno al socialismo del siglo XXI. Y su logro bien vale una visita al Vaticano, una señal de la cruz, declararse católico al mediodía, e intentar un diálogo con la mediación de la Iglesia. Todo vale si el régimen, asfixiado por sus resultados, puede coger un segundo aire. El régimen necesita tiempo, y el diálogo se lo otorga. Por esa misma razón el que fue primer ministro de Francia entre 1624 y 1642 decía con sorna que “si bien el hombre era inmortal y aspirante inclaudicable de la salvación en el más allá, los estados son todo lo contrario: No son inmortales, su salvación es ahora o nunca”. Y mantenerse en el poder “bien vale una misa”.

Ahora o nunca el régimen tiene que salvarse. Pero no suelta la presa. Sigue reprimiendo, insultando, coleccionando presos políticos y devastando la economía. En los últimos días le ha dado por poner a la policía política a acechar a Empresas Polar y lo que es peor, la casa de habitación de su dueño. El mensaje está claro: Seguimos siendo los mismos, no hay contrición, no ha cambiado nuestra visión de la política, estamos en guerra contra todos los que no piensen igual que nosotros, todos son nuestros enemigos, todos están equivocados. Pero para hacerles entrar en razón aquí están los mediadores y la iglesia para que dialoguemos. Queremos apaciguarlos, nosotros no necesitamos hacerlo. Nosotros estamos en el poder y tenemos los fusiles. Somos una revolución armada. ¿Cómo quieren que se los diga Padrino Lopez?

El régimen ha estado demasiado tiempo entre nosotros para no saber que el diálogo es parte del espectáculo. Lo montará de la mejor manera posible. La agenda será interminable. Los interlocutores serán todas sus expresiones, colectivos, comités de víctimas, militantes de base, y cualquier expresión de ese trapiche de ficciones en el que muelen la verdad para montar en su sustitución la versión oficial. No faltarán Diosdado, el alto mando military José Vicente Rangel, tampoco el defensor del pueblo. No escatimarán en cadenas oficiales y por supuesto, dejarán que corra la catarsis discursiva, los insultos de ocasión, las exigencias ingenuas, mientras que el tiempo de la gente sigue transcurriendo entre muerte, enfermedad, hambre y desbandada. Porque ¿Cuál creen ustedes que puede ser el resultado de un diálogo asimétrico, sesgado, extorsivo, y comunicacionalmente gerenciado desde el gobierno? ¿Alguien cree que el régimen intenta el diálogo para dejar el poder?

El régimen está apelando al milagro. Piensan que pueden subir los precios del petróleo. Saben que la extorsión política rinde algunas ganancias. Tiene en cuenta que la alternativa política es insensatamente improvisada, ainstrumental, poco estratégica, y para colmo está dividida. No hay quien gane si no articula apropiadamente el análisis geopolítico, la estrategia y las convicciones morales. El régimen es bueno aprovechando la confusión y ese prurito de principiantes que obliga al juego políticamente correcto. ¿Y qué más correcto que el diálogo frente al enviado Papal? El régimen aprovecha la ingenuidad de las señoritas de la política y por eso pretende cerrar esta ventanilla de adversidad para trocarla por una más ventajosa. Quiere que el tiempo pase para intentar un reimpulso. Al fin y al cabo, el 2018 está allí, para qué adelantarse.

Lo malo es que en ese lapso pueden ocurrir 35 mil homicidios más, colapsará la clase media, será inimaginable la destrucción económica y tal vez se habrá devastado la esperanza. El tiempo es implacable y nos está destruyendo a nosotros. Por eso es que el país nos convoca a asumir con inmensa seriedad el momento oscuro que vivimos. Martin Luther King escribió una carta desde la cárcel de Birmingham, el 16 de abril de 1963. Ha pasado a la historia como parte de su ideario político. Allí dijo: “Sabemos por una dolorosa experiencia que la libertad nunca la concede voluntariamente el opresor. Tiene que ser exigida por el oprimido. Hace años que estoy oyendo esa palabra “¡Espera!”. Suena en el oído de cada negro con penetrante familiaridad. Este “espera” ha significado casi siempre “nunca”.

Martin Luther King fue un apóstol de la paz. Pero lo hizo con coraje y lo reflexionó con valentía. En la misma carta desde la cárcel de Birmingham intentaba transmitir ese vínculo entre los principios y las acciones: “No hay peor irresponsabilidad que el autoengaño. No hay peor impostura que la pasividad”. Luther King denunció con ferocidad a los que proponían dejar pasar el tiempo, porque los tiempos de Dios son perfectos. No es cierto. A juicio de Luther King “Esta actitud procede de un trágico error en cuanto a lo que es el tiempo, de una noción curiosamente irracional a cuyo tenor hay, en el devenir del tiempo mismo, algo que inevitablemente cura todos los males. De hecho, el tiempo en sí es neutro; puede ser utilizado para la destrucción lo mismo que para construir. Se me ocurre cada vez más que los hombres de mala voluntad se han valido del tiempo con una eficacia muy superior a la demostrada al respecto por los hombres de buena voluntad. Tendremos que arrepentirnos en esta generación no sólo por las acciones y palabras hijas del odio de los hombres malos, sino también por el inconcebible silencio atribuible a los hombres buenos. El progreso humano nunca discurre por la vía de lo inevitable. Es fruto de los esfuerzos incansables de hombres dispuestos a trabajar con Dios; y si suprimimos este esfuerzo denodado, el tiempo se convierte de por sí en aliado de las fuerzas del estancamiento social. Tenemos que utilizar el tiempo de modo creador, conscientes de que siempre es oportuno obrar rectamente. En este momento es hora de convertir en realidad palpable la promesa de democracia y de transformar nuestra indecisa elegía nacional en un salmo de hermandad creador. En este momento es hora de sacar nuestra política nacional de las arenas movedizas de la injusticia… para plantarla sobre la firme roca de la dignidad humana.”

Porque quiero resaltar: La libertad NUNCA es una concesión voluntaria del opresor. Y aquí y ahora vivimos una terrible opresión con la perversidad del que miente con descaro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Víctor Maldonado
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