¿Qué hicimos para merecer esto?

Vivo en una zona muy extraña; residencial pero a la vez bastante popular. Se trata de unos edificios que quedaron aislados en el medio de la parte más alta de Petare y El Llanito. Quedan a 20 minutos de la estación del metro y al llegar a casa sueles sentirte como si vivieras en las afueras de la ciudad. Como me traslado en carro, no tengo que lidiar con terribles tráficos ni situaciones incómodas en la cotidianeidad.

Sin embargo, hace dos semanas el carro se tuvo que parar por problemas de frenos. Esto me dio el chance de salir a pie y “sentir” verdaderamente lo que está sucediendo en la calle. No es lo mismo llegar a los lugares cómodamente bajo el aire acondicionado, que hacer las largas travesías por la inhóspita ciudad capital.

Siempre me he preguntado por qué un país tan bello como Venezuela tiene estos gobernantes y no terminamos de salir de ellos. He salido a marchas y hecho lo mejor posible, pero el desánimo y la incertidumbre me acechan permanentemente. Sin embargo, esta semana creo que obtuve una respuesta. Por ello, a continuación colocaré algunos casos breves, que ilustran parte de la mentalidad venezolana actual.  

Mejor aprovechar el tiempo: rumbo al conservatorio, en el trayecto desde La California, hasta Plaza Venezuela, estuve parada en frente de tres mujeres que sostenían un alegre diálogo hace dos días. En medio de las manifestaciones que acontecen en nuestro país para buscar desesperadamente la libertad, escuché afirmaciones un poco alarmantes. Destacan las siguientes:

– ¿Qué tanta la marchadera y la guarimba? ¡”Dejen trabajar a uno”!

–  Debe ser que están bien ociosos para querer salir y que los guardias los maten.

–  “Vendrán justos a gobernar”, dice la Biblia, así que hay que esperar simplemente.

Pero la ganadora fue:   En lugar de estar ociosos en la calle protestando, deberían invertir ese tiempo en hacer su cola para comprar arroz. ¡No entiendo cómo come esa gente!

Casi me da un infarto. Y sé que no era la única, veía como un señor delante de mí se retorcía incómodamente y las veía haciendo un gesto despreciable.  Cada vez que el metro se abría pensaba en decirles algunos improperios y correr rápidamente pero no pude hacerlo. Me provocó lanzarme a los rieles.   

Los niños pobres no son culpa del gobierno: esta vez, en un carrito por puesto hacia la pastora escuché una alegre recopilación de recuerdos de un grupo de personas entre 40 y 50 años que hablaban de “cuando eran felices, pero no lo sabían”. “Oh, cuando yo compraba refresco y pan canilla”, “Oh, cuando habían varias marcas de tal producto” y todo lo que ya sabemos. Sin embargo, la nostalgia del momento derivó en tristeza cuando comenzaron a hablar sobre la realidad y sus responsables.

Para mi sorpresa, una de las personas que estaba en plena remembranza dijo lo siguiente “Los niños pobres, no son culpa del gobierno, sino de las madres que se ponen a parir”…Hubo un silencio repentino… Todos se miraron y murmuraron. La conversación cogió otro color. No hay más nada que decir.

No importa, él se va a Colombia: en pleno viaje de regreso otra vez en el metro, iba junto a mi madre. Se abrió nuevamente una conversación con respecto al país entre los pasajeros y ella aprovechó de decir lo siguiente en alta voz: “quédense tranquilos, que si en un mes aprueban la constituyente, este niño (señalando una barriga de una mujer embarazada en frente), no volverá a ver la libertad más nunca”… Hubo un silencio breve y la madre respondió despreocupada y casi en tono de burla “No, él y yo nos vamos a Colombia, ¡Ja, j aja!… Lo que le hubiera faltado agregar sería: “¡jód—se ustedes!”

Amigo inoportuno: si bien los casos reseñados arriba pertenecen a personas de estratos culturales más bajos, el siguiente no. Un amigo universitario, joven, pero por lo visto un poco desubicado, preguntó hace cinco días por sus redes sociales, en medio de los entierros a manifestantes, represiones, marchas, convocatorias a plantones y demás, que qué había para hoy en la noche. Se refería al viernes, y quería, por supuesto salir de rumba, como si nada estuviera pasando. ¡Celebremos! 😀

No importa, sigo apoyándolo: la señora que limpia en mi casa llegó con un cuento bastante triste. Sus hermanos viven en Barlovento y siempre han sido chavistas y maduristas. Sin embargo, el mes pasado su hermano mayor fue víctima de la expropiación y ruina total. Tenía un terreno que le daba para vivir, así como una camioneta grande para los traslados de las cosechas. Un día, unos guardias nacionales llegaron a prender fuego a toda la siembra y se robaron lo demás, dejándolo completamente en LA NADA. Todo el esfuerzo de años se fue en menos de una hora. Ante este suceso, lo más triste de esto es que él asegura que “sigue apoyando a Maduro”.

Algunos dirán que soy neurótica y sí, probablemente. Pero no se trata de cuadros psicológicos personales. Estos detalles que pueden parecer nimios, ilustran a la perfección por qué seguimos tan hundidos. Así que, si pronto nos vemos sin propiedad privada, con períodos presidenciales de 30 o más años, en chancletas y modess de tela, sin aspiraciones y esperando “la caja er clá”, que no se nos ocurra preguntarnos ¿Qué hicimos para merecer esto?

Paola Sandoval
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