La casa tomada

La casa siempre se ha asumido como metáfora en casi todos los géneros de la literatura, en Venezuela por ejemplo, tenemos el célebre poemario de Luz Machado: La casa por dentro, extraordinaria obra que nos habla de lo que significaba  para la mujer  venezolana de finales del XIX y primera mitad del XX,  la casa: poco menos que una cárcel.

También tenemos al argentino  Julio Cortázar con su emblemático cuento: La casa tomada, del cual se han desprendido innumerables interpretaciones, repitiéndose la metáfora de la  opresión que vivieron los países sureños durante las dictaduras del Siglo XX.

La casa se nos presenta (junto con el  cuerpo) como el primer símbolo de la propiedad  privada, objetivo de todo régimen dictatorial llámese doméstico  o político. En el caso de la obra de Machado, su cuerpo y su condición de ser humano eran oprimidos por los dictámenes del poder patriarcal representado en el marido, la casa se convierte de esta manera, en una prisión con muros de piedra frente al mar –si te escapas, mueres en el océano-  parece decir entre líneas el texto de Machado y en el caso  de Cortázar, la casa es invadida, acosada y asediada por un poder silencioso y oscuro que poco a poco  va acorralando hasta expulsar de ella a sus propios dueños.

La casa es entonces el lugar  donde pertenecemos,  es el espacio donde tejemos la vida,  la caja donde guardamos los mejores y peores recuerdos,  es también el  asiento de nuestras  ilusiones.   La casa es sin duda, el lugar más privado del ser humano. Es por eso quizás que Leonardo Padrón, maravilloso poeta venezolano, también nos da una definición del país – casa.

En un reciente escrito, Padrón describe al país como su hogar y las múltiples razones que tiene para no abandonarlo, es una alegoría que nos coloca en la posición de ver más allá de nuestra propia pesadilla. Para él,  su casa- país es un clima de mangas cortas y risa fácil, en donde  … está mi infancia…mi cine recurrente… mi estadio de beisbol , todo apunta a una imagen de la idiosincrasia venezolana, Padrón en este corto ensayo, dibuja perfectamente lo que es o era Venezuela, lo que es o éramos los venezolanos, lo que es o era vivir en libertad.

Nunca antes el venezolano había sido emigrante, más bien éramos anfitriones y acogíamos a cuanto mortal llegaba huyendo de las guerras y las dictaduras, pero hoy la historia se ha revertido. El gentilicio venezolano anda errante, rodando con su mochila al hombro por carreteras, autopistas y calles de otras latitudes, algunos con destino seguro, otros, abandonados a la caridad, como está ocurriendo en Cúcuta, donde nuestros hermanos colombianos, llevan por la noche comida a los emigrantes venezolanos que duermen en la calle porque no tienen casa.

Es fácil decir: me quedo en Venezuela, cuando se tiene una vida cómoda a pesar del régimen, también es fácil, cuando se tiene dólares, buenas relaciones en el exterior, entre otras cosas, pero para el venezolano sueldo mínimo, a quien  se le  hace cuesta arriba comerse un plato de arroz, seguir en su país es una aventura peligrosa que se repite día a día.

Y se presenta el gran dilema: ¿me quedo a vivir en la miseria con la vida estancada? O salgo huyendo de la desgracia. Cómo hago con mis sueños a medio construir, cómo dejo mis afectos a mitad del camino, cómo no pensar en mi mascota y sentir sus ojos en el alma suplicándome que me quede, cómo llevar en la maleta  retazos de vida.

Poco a poco nos tomaron la casa; las grandes cadenas de supermercados fueron sustituidas por una cadena estatal, las emisoras de radio privadas fueron desarticuladas y en su lugar pusieron radios comunitarias donde solo se oye una  voz, la prensa escrita fue acorralada negándoles dólares para la compra de papel y tuvieron que cerrar. Conseguir medicinas se convirtió en una tragedia fúnebre. El pan  de los pobres  fue negado con la toma de las panaderías, en fin, el ciudadano de a pie fue desalojado de su propia casa-país tal como sucede en el relato de Cortázar.

Sólo nos queda llegar hasta el zaguán, ver  todo cuanto hemos construido y añorado, tomar aire y mirar hacia la calle, buscar entre la oscuridad de la noche algún punto de luz que nos pueda orientar,  finalmente, abrazar a nuestros hermanos y tirar la llave de la casa por la alcantarilla, para impedir que la roben, a pesar de la toma…

 

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