Nuestro propio camino

Señor, ¿quién como tú, que libras al afligido de aquel que es más fuerte que él, sí, al afligido y al necesitado de aquel que lo despoja? Pero apúrate Señor porque nuestra tierra está tomada por el mal que ha edificado sobre nosotros el imperio de la mentira y de la muerte. Ayúdanos a sortear los obstáculos del camino para llegar al momento en el que la luz se imponga a la oscuridad.

1ª Estación: Jesús sentenciado a muerte. ¡Estoy asustado! Esta mañana me dijeron que la de hoy es la última diálisis. Se acabaron los filtros, no pueden funcionar las máquinas, y el socialismo reinante acaba de mandar a su Poncio Pilatos a leernos la sentencia y a lavarse las manos. De repente todos los sueños, todas las apuestas, todo enunciado futuro se han vuelto irrelevantes. Voy a morir, a pesar de que no le encuentro sentido a esta muerte tan inoportuna. ¿Qué haré con todo lo que quisimos ser? El viento es recio y atemorizante. Siento que me hundo. ¡Señor sálvame!

2ª Estación: Jesús cargado con la cruz. Tres años desde que su esposo fue detenido. Muchos días pensando en ese abrazo en libertad que se ha convertido en sueño recurrente, en madrugadas de insomnio y en lágrimas furtivas. Pesa sobre los hombros la inmensa carga del miedo, la tristeza de los días perdidos, la soledad, y el saber cuánto cuesta el cruel castigo que nos quita lo único realmente importante: el no poder vivir juntos. Me lamento con la certeza de Marco Aurelio cuando recuerda que “ninguno pierde otra vida que la que vive ahora, ni vive otra que la que pierde”. El tiempo no se interrumpe, mientras la justicia se torna en un espejismo huidizo que confunde los sentidos y engaña el alma. Duele el olvido. Perturba la mirada indiferente. Humilla el paso por las calles cuando se siente el juicio severo de los que transforman al inocente en culpable, sin antes haberse detenido a reflexionar sobre los terribles tiempos que vivimos. Son épocas malas para el justo. Siento con Job que “se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentadores”.

3ª Estación: Jesús cae, por primera vez, bajo el peso de la cruz. ¡Tengo hambre! ¡Mis hijos tienen hambre! Duermen todos ellos, pero en el rostro se les ve el apuro y las ganas. El colegio está lejos. Tan distante como la cena que anoche no tuvimos, el desayuno que no tenemos y el almuerzo que no habrá. Que difícil conjugación de la nada transformada en amenaza inminente. ¿Dónde está tu divina providencia? ¿Dónde está el buen samaritano que no se hace presente? ¡Las piedras no se transforman en panes! ¡La nada no se convierte en comida!  Dios mío ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Dios mío, clamo de día, y no respondes; rezo de noche, y no hay para mí reposo. Señor, ahora que paso por este valle de sombras y de muerte, no me abandones a mis propias flaquezas. Guárdanos de este mal que nos agobia. Dame fuerzas para seguir. Dame voz para exigir. Dame claridad para discernir. Me levanto, y continúo.

4ª Estación: Encuentro con su madre. ¡Ya vengo! Eso fue lo último que escuchó de su hijo vivo. Luego todo fue confusión. Y al final de la noche la noticia infausta, el aviso que nadie quiere recibir. La tragedia tocando a la puerta. Una víctima que al pasar de los días solo iba a ser una reseña estadística, una aproximación a la realidad que nadie quiere afrontar. Otra vez Poncio Pilato aparece lavándose las manos, haciéndose la vista gorda, volteando la mirada. Pero ella no. Ella sabe de su dolor, de su ausencia, del vacío, de la locura que provoca la muerte inesperada. Ella está allí, frente a frente con una circunstancia aterradora. Un grito explota en su alma hasta doblar todo su cuerpo. ¿Llorar tiene sentido? ¿Alguna cosa tiene sentido cuando el tiempo ha dejado de ser para dar paso al eterno silencio?  Señor, si tan solo hubieras estado aquí, mi hijo no habría muerto. ¿Por qué estás tan lejos Señor, y permites que las sombras de la muerte no dejen espacio a la luz y a la esperanza?

5ª Estación: El Cirineo ayuda al señor a llevar la cruz. Algunos agonizan. Otros han quedado solos. Muchos pasan hambre. Hay quienes necesitan una explicación, un abrazo, una mirada compasiva. Tantos que necesitan ayuda y que están tan próximos. ¿Y quién es mi prójimo? El médico sabía la respuesta. Ese paciente que aterrorizado sabía que solo un milagro lo podía salvar. La enfermera sabía la respuesta. Su prójimo era ese anciano que necesitaba que velara con ella su noche de dolor. El psicólogo que aplaca el pánico y hace que el yugo sea más ligero. La vida a veces pesa demasiado para asumirla en soledad. Señor, danos la gracia de la disponibilidad y del servicio generoso. Haz que no apartemos nuestra mirada de aquellos que sufren más que nosotros, que se sienten más débiles. Ayúdanos a ayudar y a combatir la enfermedad, la soledad, el hambre y la injusticia.

6ª Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús. El mal se ceba en la confusión. Y se despliega en la soberbia. La verdad está impedida por el político que no la honra y por el ciudadano que no quiere reconocerla. A veces no puedes ver porque tus sentidos están congestionados por el odio y los sectarismos. Por el dolor y la angustia. Y por la frustración del tiempo perdido. Por las lealtades que te hacen cómplice y los intereses particulares que ponen a pesar más que la suerte del país. A veces hay que pedirle a Dios que su generosidad se exprese limpiándonos el rostro de todo lo que nos impide apreciar la realidad. No se puede ser libre si antes no se asume un compromiso firme con la verdad.

7ª Estación: Segunda caída en el camino de la cruz. Se pone a prueba la disciplina de la humildad y el coraje de mantener la ruta por más dolorosa que parezca. “Anda, ve y llama a la calle para la salida final. No aguardes por nosotros. Tú, que dices tener una mejor opción que la nuestra, esa que estamos negociando, hazla sin demora. No esperes por nosotros. Tú, que objetas y exiges, ¿qué propones? Te desafío a que saltes desde lo alto, que el daño no será la consecuencia”. El peso es descomunal. El cansancio es insoportable. Y la tentación inmensa. Es la segunda caída. Ahora la duda está asociada a la falsa heroicidad de los que improvisan. Y el acicate está provisto por aquellos que necesitan el colapso de los mejores para salir ellos invictos, aun cuando están equivocados. “Anda, sal y asume la grandeza de tu liderazgo, que no vas a tropezar con ningún obstáculo”. El diablo sigue tentando, quiere disfrutar de tu cara golpeando el duro suelo. Pero el camino está señalado. La caída es otra. Es la soledad asociada a la integridad incomprendida, mientras los demás caen en la tentación de repetir el beso que traiciona y las doce monedas que terminaron en tragedia.

8ª Estación: Jesús consuela a las hijas de la ciudad. Nadie se salva. El espectro totalitario es una gran noche que se cierne sobre todos nosotros. Un castigo que asola y determina el monto del daño infligido. Todo es colapso y deterioro. Nadie puede sentirse al margen. Todos estamos participando de un atroz sorteo en el que la ganancia es el sufrimiento, la represión, la persecución, incluso la muerte. Oh Señor, ¿por qué se enciende tu ira contra tu pueblo, que tú has sacado otras veces de la tribulación con gran poder y con mano fuerte? El condenado pasa y observa el dolor de quienes se conmueven, pero que no hacen nada por resolver la trama de injusticia. Pueden disfrutar del ejercicio cómodo de la conmiseración, sin sentirse realmente comprometidos. Pero el mal totalitario se come incluso a sus hijos dilectos. El que pronto va a morir advierte: No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos… Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco qué se hará? Desgraciados los que no se inmutan y se plantan contra la iniquidad. Ellos, llegado el momento, serán también víctimas.

9ª Estación: Jesús cae por tercera vez. ¿Ves el mundo? ¿Aprecias toda esa capacidad de ejercer poder y dominio? Todo el poder te será dado. Todo el poder lo compartiré contigo si me reconoces, si postrándote delante de mí, me adoras. Todo este dolor pasa rápido. Es cuestión que aceptes a esta constituyente, el socialismo eterno, la sagrada palabra del líder supremo, los arcanos del cuartel de la montaña, los dogmas del comunismo cubano, los intereses del narcosistema, las conjuras del terrorismo. Tanto que te podemos ofrecer por tan poco. ¿Ves el mundo? ¡Será absolutamente tuyo, nuestro, mío! ¿Te atreves? ¡Ven y fúndete en nosotros!

10ª Estación: Jesús despojado de sus vestiduras. Pedro está resistiendo la embestida. Ha visto como sus hijos han partido buscando nuevos horizontes. Ha debido soportar el cierre de la empresa donde trabajó los últimos quince años. Ha visto morir a su madre, abandonada a su suerte en un país sin medicinas y sin hospitales. Está viviendo esa soledad que produce la miseria y la competencia por sobrevivir. Así, desnudo de posibilidades, despojado de cualquier compañía, abandonado a la soledad, dejó de ser alguien para ser nadie. Ahora el socialismo lo ha convertido en un marginado, sometido al escarnio del desprecio. Ya no hay paraíso que se pueda soñar. El socialismo del siglo XXI se juega a la suerte el destino de toda esa dignidad perdida. Ahora yace desnudo y avergonzado. Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él. El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!

11ª Estación: Jesús clavado en la cruz. Antonio despertó en medio de la noche. “Ya no duermo, y no es porque me duela más, o porque el dolor se aplaca para ceder su espacio a la advertencia cruel del que sabe que está muriendo”. Desde lo alto de la madrugada lo ve todo claro. Un país sumido en el silencio que provoca el miedo y esa impostura de resignación del que se sabe vencido por anticipado. Las manos extendidas, como si estuvieran efectivamente sometidas por el clavo a la madera, la respiración acelerada por la angustia de todo lo que queda sin resolver. ¿Ha llegado el momento de perdonar o se debe esperar el tiempo de la justicia? Antonio sabe que él, como muchos otros, es testimonio de lo que nunca más debería suceder, pero que sucede cada vez que el hombre cede. Ya es tan tarde que la oscuridad amenaza con no cesar nunca más. Oh Señor, llévame contigo, allá donde el horizonte no tiene más allá, y la tierra se precipita en un suave azul.

12ª Estación: Jesús muere en la cruz.  ¿Quieres un testimonio más determinante que mi propia muerte? Soy ese joven envejecido por la desesperanza. Soy esa mano cansada que se levanta para exigir el cese de tanta injusticia. Soy la audacia temeraria con la que me enfrento a la agresión que aplasta mi voz y allana mi vida. Soy esa mirada invicta. Soy ese cuerpo torturado, violado, mancillado, manoseado y maltratado por la fuerza pura y dura, ejercida con brutalidad y practicada con ese odio primordial. Soy ese cuerpo caído, abandonado, vencido, abaleado, o simplemente exhausto de tanto esperar esa justicia que prometieron pero que no llegó a tiempo. No lloren por mí, ni por ustedes. No lloren, luchen por los que no pudimos. El justo desaparece y a nadie le llama la atención; la cruz no es obvia. El monte no está a la vista; los hombres de bien son arrebatados por un mal al que nos estamos acostumbrando. Nadie comprende que el justo es arrebatado a consecuencia de la maldad. Pero algún día llegará la paz. Ese día podremos descansar.

13ª Estación: Jesús en brazos de su madre. Los cuerpos de seguridad lo aniquilaron. Quiso entregarse y no se lo permitieron. La fuerza de la insensatez se impuso. El cuerpo era la evidencia del despropósito que narraba la desmesura de una violencia indescriptible e inútil. El permitir su velorio solo iba a ratificar la pretensión infame del asesino que con sus excesos tergiversó el significado de la justicia. Están muertos, y sus mujeres apresadas, torturadas y amedrentadas. Sus hijos, escondidos, tratando de evadir la artera arremetida del exterminio. Que no quede memoria es el mandato. Muy temprano sacaron su cuerpo para enterrarlo sin que la madre pudiera ver al hijo, y el cuerpo inerte del hijo pudiera recibir de su madre la última caricia, el recuerdo del niño frágil que terminó siendo. No hay abrazo póstumo, ni una última lágrima. El crimen apura los pasos y devora las costumbres. Los gemidos son mi alimento; mi bebida, las quejas de dolor.  Todo lo que yo temía, lo que más miedo me causaba, ha caído sobre mí. Señor, que tú seas mi venganza.

14ª Estación: El cadáver de Jesús puesto en el sepulcro. ¿En qué consiste este encierro? ¿Por qué el país parece una cárcel de la que no podemos salir? ¿Por qué sufrir la pesada piedra que nos sepulta en este abismo sin derechos? ¿Por qué padecer la muerte en vida de aquellos que no tienen otra libertad invicta que sus sueños de volver a ser libres?  En el sepulcro yacen los que se dieron por vencidos, los que dejaron de sonreír, los que se amargaron, los que cayeron víctimas del cinismo, los que quieren irse, pero no pueden, los que simulan una adhesión que no sienten, los que cedieron a la tentación y ahora están entrampados. Oscuridad y silencio esperando esa chispa que todo lo encienda. Señor, haz que de la oscuridad resplandezca la luz.

15ª Estación: Jesús resucita. Dios es la vigencia de la libertad, el esplendor de la justicia y el que le otorga significado a nuestros sufrimientos. El peor de los sufrimientos del hombre es la experiencia del mal. Por eso, la esencia del coraje es intentarlo todo para que el mal no prevalezca, porque cuando el mal prevalece el hombre sufre las consecuencias. Nuestro propio camino es el testimonio de esa ausencia de Dios que ha cedido todos los espacios a su contrario. Por eso, todos estamos llamados a participar del esfuerzo cotidiano que significa luchar por la verdad. En eso consiste la cruz que todos los días cargamos sobre nuestros hombros, las tentaciones que en el transcurso sufrimos, la soledad que nos agobia, y el dolor que sentimos por los que no aguantan este trecho de tantos sufrimientos sin que se les encuentre sentido. No debemos ceder a la angustia primordial que significa el saber que estamos invirtiendo nuestras vidas en la experiencia. Tal vez solo seamos semilla de un nuevo renacer. Tal vez nuestras lágrimas abonen millones de sonrisas, miles de abrazos y centenares de sueños. Los de nuestros hijos, herederos de esta tierra y beneficiarios de nuestros afanes. Que no nos perturbe la muerte, la oscuridad, el silencio y la perplejidad. Dios está con nosotros.

Víctor Maldonado
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