Insilio e inxilio, u otras formas de prisión

Insilio e inxilio, son palabras que encierran los rigores de una dictadura. Ellas  pueden parecerse, y de hecho, fonéticamente son casi iguales, pero no significan lo mismo, aunque en la cotidianidad, la una,   no excluye a la otra.

Ambas se funden en el sonido, pero también en esa forma de abordar la vida, cuando ya no hay vida, en esas maneras de irse hacia adentro, cuando afuera la hostilidad agobia y ya es imposible sostenerse, porque el sistema oprime y acorrala.

El insilio es un estado psicológico de enajenación, un destierro voluntario al interior de si mismo, quizás,  es una especie de refugio, de protección. Negarse a ver hacia afuera, es una buena forma de resguardarse porque es una separación emocional y espiritual. El inxilio en cambio, es impuesto. Un inxiliado no puede salir de su territorio porque el poder no se lo permite. Un inxiliado, tiene prohibido salir de su casa porque no tiene efectivo, y si lo tuviera, tampoco, porque  no hay transporte. Poseer vehículo, no garantiza la movilización si no se tiene el carnet de la exclusión para adquirir gasolina. El inxiliado, sencillamente no es un ciudadano, a menos que sea a la fuerza, o se resigne por hambre y es en este punto, cuando entra en el insilio, porque puede permanecer horas enteras en la calle, pero igual, no sentirse parte de ese mundo.

Entras a la panadería, ves lo precios, sacas cuentas y sabes, que si te tomas un café, no podrás comprar el pan. Un café guayoyo, es una bebida de lujo porque vale casi un sueldo mínimo, así que te inxilias y dejas el café. Comprar un par de zapatos,  es una fantasía.

El país es un territorio balcanizado, las familias van perdiendo contacto, los pasajes son astronómicamente caros. Solo queda el teléfono, las redes, skype, rogando a Dios que haya señal o no se vaya la electricidad.

El inxilio, así como el  exilio, es una forma de expulsión del ser humano, una separación territorial. Con el exilio, la expulsión es hacia afuera, con el inxilio, hacia adentro. Los inxiliados son como fetos abortados, que no terminan de expulsarse del vientre.

En insilio, el silencio y la melancolía abruman, la depresión puede llegar peligrosamente y llevar a la muerte, pero el inxilio, conduce a  formas de pensamiento evasivo, como recordar cuando íbamos al cine y luego a comer Suchi, sin que eso mermara el presupuesto.

El inxilio, tiene su origen en el poder político y se da de diferentes formas. En países como Colombia, los inxilios se han producido como diásporas internas, desplazados dentro de su propio país, migrantes self. Son desterrados que siguen en su tierra, y no encuentran lugar en su propia casa. Así se puede ver en la obra teatral del colombiano Álvaro Restrepo: Inxilio, el sendero de las lágrimas, donde los personajes huyen de la violencia política generada por la guerrilla,  van y vienen por toda Colombia, pero en ningún lugar tienen cabida.

Este tipo de inxilio tiene consecuencias;  familias desagregadas, parejas separadas, hijos expulsados, en fin, el inxilio tiene  aristas y Latinoamérica lo sabe; Venezuela, Colombia, Argentina, Chile, Perú, son países donde los ciudadanos en algún momento, fueron y son apartados en su propia tierra por regímenes autocráticos como un castigo por insumisión, o por grupos subversivos que controlan territorios, o, sencillamente,  obligados a encerrarse en sus casas para proteger la vida.

En Venezuela, el inxilio es otra forma de prisión, y ya no importa quien piense igual o diferente al poder político, el delito es  vivir en territorio comanche, donde la ley es la de Juan Charrasqueao, y la constitución, un libro acomodaticio para atornillarse y dominar. Todos vivimos, sufrimos y nos esperanzamos, en pocos metros cuadrados; el jardín, el baño, la cocina, el dormitorio, son nuestros pequeños mundos, no hay más a donde ir. Pero así es mejor, no vaya a ser que los nuevos amos del valle, se antojen de tocarte.

Obligarnos a vivir en inxilio, es la forma que tiene el orden político para someternos, es una tecnología de control como diría Foucault. El aislamiento, ha sido uno de los suplicios más antiguos con los que ha contado la justicia para castigar, y al mismo tiempo, vigilar. Todas las instituciones así lo han hecho a lo largo de la historia; los hospitales psiquiátricos,  los cuarteles y por supuesto, las cárceles.

Pero paradójicamente, vivir en inxilio o insilio, es otra forma de escaparse, de la gran cárcel-país.

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