¿Leer? ¡Qué fastidio!

Generalmente, nuestros actos suelen estar regidos por el principio del mínimo esfuerzo, que implica la ejecución de cualquier tarea mediante el menor gasto posible de energía, tiempo o dinero.  Se dice que esta tendencia optimiza la acción, dirigiéndola de modo más inteligente y eficaz, hacia la consecución de los mejores objetivos; pero no siempre ocurre así.

Leer implica un esfuerzo pues es una actividad compleja y a pesar de que a unos  cuantos les apasiona la lectura, pareciera que a muchos otros les fastidia. Hay quien dice que la lectura es un don y que no todos lo poseen, es decir, no todos pueden sumergirse en el mundo construido por un texto e incluirse en él para vivirlo como si fuese parte de la realidad.

El lector realiza un notable esfuerzo, al dar significado a lo que lee y  construir en su mente una representación coherente, utilizando su conocimiento para organizar, completar e interpretar el texto. Desde la neurología, hoy se sabe que diferentes partes del cerebro, ubicadas en ambos hemisferios,  intervienen de manera sincronizada en la ejecución de la lectura. Todo trabajo genera una consecuencia, que será beneficiosa o no, según se mire.

Neurológicamente, la lectura promueve el enriquecimiento de la red de células que componen el cerebro, conocidas con el nombre de neuronas; entre ellas se producen nuevas conexiones, cada vez que obtenemos una información o aprendizaje. Los especialistas en el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer aconsejan construir y fortalecer esta red neuronal durante la juventud, leyendo y aprendiendo tanto como sea posible, a fin de  tener “reservas” suficientes para combatir ese mal que con frecuencia creciente se viene observando en los adultos mayores y en otros que no lo son tanto.

En el área mental, leer aporta conocimientos de diversos tipos, que abarcan  desde lo esencial, como es el idioma en todos sus componentes, hasta las bases para la construcción de una filosofía de vida.

Pero la importancia de la lectura no se reduce a lo dicho hasta aquí y constituye una actividad más trascendental de lo que a primera vista puede parecer. Desde el Siglo XIX se ha venido señalando que la función de pensar, se realiza a través del lenguaje; sin las palabras, el pensamiento no es posible y no  hay otra forma de aprenderlas sino a través de la lectura. De modo que sin palabras no hay pensamiento o lo que es igual, sin leer, no se puede pensar.

Estudios culminados por Ragnar Frisch Centre for Economic Research (Noruega) en 2009, confirmaron los resultados obtenidos en  investigaciones anteriores y concluyeron que el coeficiente intelectual ha venido descendiendo al menos siete puntos por generación, desde los nacidos en 1976 y que alcanzaron su edad adulta a mediados de la década de los noventa; este fenómeno se ha evidenciado especialmente en los países desarrollados. Según los investigadores, esta disminución tiene su origen en factores ambientales, como el avance tecnológico que interfiere en el desarrollo del pensamiento de las nuevas generaciones,  con lo que las causas hereditarias quedan descartadas. Señalan que el acortamiento del tiempo de lectura y el incremento de los pasatiempos en línea han contribuido con este descenso.

Es indudable que el desarrollo de la tecnología nos ha traído grandes ventajas aunque también nuevos problemas. Ver imágenes en una pantalla requiere de muy poco esfuerzo y puede además, resultar muy gratificante, casi tanto como contemplar una hermosa pintura o presenciar un amanecer. Pero esta tendencia natural a realizar el menor de los esfuerzos puede terminar limitando las capacidades que se tienen en lugar de aumentarlas en beneficio propio.  No significa que debamos renunciar a las ventajas de la tecnología, mucho menos a tener momentos de relax para hacer higiene mental, pero es evidente que no resulta saludable, circunscribirnos a la mera exposición de imágenes, pues corremos el riesgo de reducir no sólo nuestras capacidades sino también nuestro mundo.

Ya lo dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”.

Mariela Ferraro
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