Yo ya cumplí

A menudo escuchamos a personas que  han vivido durante seis  décadas o más,  decir: “Yo ya cumplí”. Tal afirmación  puede referirse  a tener hijos, educarlos, proveerlos de una profesión y verlos casados  o puede tratarse de trabajar durante un número de años en determinado empleo, hasta alcanzar la jubilación para retirarse a descansar, es decir, a no hacer nada.  

Ese dicho de solo tres palabras,  encierra una gran complejidad que genera  múltiples interrogantes; sin intención de ser exhaustivos, podríamos plantear algunas: ¿Por qué se debe cumplir? ¿Ante quién? ¿Todos deben cumplir de la misma forma?   ¿Tal cumplimiento garantiza la felicidad o  la satisfacción de haber tenido una vida plena? 

Según algunas teorías sociológicas, la sociedad es una realidad con determinadas características y para funcionar, requiere imponerse al individuo;  de modo que la socialización es la coerción ejercida desde el exterior sobre la persona,  para convertirla en un ser  plenamente adaptado a ese funcionamiento social. Así, la sociedad es un sistema con unos requisitos previamente establecidos, que anteceden al individuo y orientan todas sus acciones, organizándole previamente la vida; cada sociedad tiene  sus  principios y dinámicas, que  adicionalmente perpetúan su existencia.  Hasta ahora, no se ha considerado que exista una sociedad universal; más bien se la concibe como unidad delimitada territorialmente y  temporalmente, de manera que la sociedad suiza no es igual a la venezolana, ni la medieval similar a la del siglo XXI.

Antes de que cada persona nazca, ya existe un plan preconcebido para el desenvolvimiento de su vida, que abarca desde el nombre que ha de llevar, hasta la manera de vivir en la vejez. Un gran porcentaje de la población intenta seguir  ese recorrido previamente trazado, sin llegar a preguntarse si  realmente eso responde a sus deseos;  el problema es que en buena parte de los casos, esa ruta  produce más frustraciones que satisfacciones y no solo por no conseguir algunos de los objetivos obligatoriamente  fijados, sino  porque es posible que estos no concuerden con los genuinos deseos, que permanecen ocultos bajo esos  mandatos sociales.

No existe un ser igual a otro, por lo tanto, lo que a una persona le hace feliz, no necesariamente surte el mismo efecto en otra;  sin embargo,  gran parte de los  individuos tratan de cumplir con todo lo preestablecido, casi de modo mecánico, es decir, sin estar plenamente conscientes de los motivos ni  examinarse sobre sus verdaderas aspiraciones, con lo que se desatienden  ellos mismos, para cumplir con los dictados de la sociedad.

Estudiar, graduarse, tener un empleo, casarse, tener una casa, hijos y jubilarse, es la ruta general de vida, fijada para todos;  una lista de objetivos ideales a la que obligatoriamente hay que  ajustarse, pues se supone que es garantía de felicidad. Poco importa si en realidad todo eso se desea o no,  lo importante es “cumplir”, ya que es el “deber ser”, como si la sociedad supiera  más que nosotros mismos sobre nuestro propio ser. 

Muchos adultos de mediana o mayor edad, presionan a los jóvenes con interrogatorios que repasan esta lista  u otras similares, pero muy pocos preguntan si esos objetivos  son realmente queridos. 

Felicidad estándar o talla única, que se ajusta a todos; para muchos no interesan las diferencias individuales, ni los verdaderos anhelos de cada quien pues en definitiva, lo relevante es el dictado de la sociedad que sabe dónde está la felicidad estándar, esa que sirve a todos por igual.    

Sin embargo, siempre hay tiempo de cambiar la perspectiva, no importa la edad que se tenga ni el recorrido que se haya hecho; el viaje de autodescubrimiento, realizando  el trabajo de mirarse uno mismo en busca del verdadero y genuino deseo, bien vale el esfuerzo, pues como dice el refrán: “Nunca es tarde cuando la dicha llega”, especialmente teniendo en cuenta que vida solo hay una.

Mariela Ferraro
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