Edad de la inocencia versus edad de la razón
Caminando por cualquier ciudad, la gente se encuentra con diferentes escenarios y todo tipo de personas integrándolos. En nuestro país se viven actualmente, días difíciles y eso no es secreto para nadie, por lo que muchas situaciones que en cualquier ciudad serían extraordinarias, aquí se producen ordinariamente.
Es normal que un factor imprevisible llamado azar, destino, la dirección de los astros o la voluntad de Dios, según las creencias que se tengan, esté presente e influya en el curso de un acontecimiento; pero en nuestro caso, lo inseguro e imprevisible es parte de la rutina diaria. Se proyecta el traslado a un lugar sin saber si se podrá llegar; se planifican diligencias de cualquier tipo sin tener la certeza de poder realizarlas. La delincuencia se manifiesta cada día, de diversas y cambiantes maneras; cualquier persona, independientemente de su apariencia, género o edad, puede ser un agresor.
Por esa razón, los psicólogos señalan que el nivel de paranoia de los caraqueños por ejemplo, es mayor que el de otros citadinos, pero no se considera patológico precisamente por el grado de peligrosidad de la ciudad y esto no es nuevo. El caraqueño es generalmente fácil de abordar y sin dificultad entabla una conversación con cualquier desconocido; pero también puede ser muy receloso cuando alguien se le acerca, sin importar si es hombre o mujer, pero cuando llega a desconfiar de un niño que se aproxima a su espacio corporal, el asunto se vuelve alarmante y triste.
Es bien sabido que los niños son inducidos y utilizados para delinquir, abarcando desde las formas “leves” hasta las más graves y lamentablemente no son casos aislados; por el contrario, resultan tan cotidianos que se termina normalizando la existencia de bandas delincuentes formadas por niños, quienes han sido despojados de su infancia y también de su futuro. Lamentablemente no se encuentran en la edad de la inocencia, tal vez nunca estuvieron y parece improbable que lleguen a alcanzar la edad de la razón. Tampoco esa normalidad con la que se asume la delincuencia infantil es razonable, e implica el riesgo de perder la sensibilidad y caer en la deshumanización.
Esos niños que se inician en la delincuencia son producto de maternidades y paternidades irresponsables, que se dan de manera anárquica sin política de planificación familiar alguna y con la mayor de las ignorancias sobre lo que significa traer un hijo al mundo. Estos niños crecen carentes de lo más elemental, desde el punto de vista afectivo, pasando por el educativo, hasta llegar al económico, debiendo aclararse que no se puede considerar este último aspecto, como causa principal de la delincuencia, si acaso es sólo una mera circunstancia.
Esta falta de planificación de la familia parece inconcebible en el S. XXI, teniendo en cuenta que desde el S. IV a. C. ha sido considerada e implementada por la mayoría de las culturas. Aunque en nuestro país existen algunas organizaciones que se ocupan de esta problemática, desafortunadamente resulta insuficiente. Según estudio realizado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas durante el año 2012, en Venezuela se registró la tasa más elevada de embarazo adolescente de América del Sur.
Esto no es sólo una estadística, los niños en evidente estado de abandono, deambulan por las calles de nuestras ciudades en número cada vez mayor. Además de ser urgente la solución de este problema, es evidente la necesidad de una política Estatal de educación, concientización y planificación de la familia, que hasta ahora no se ha realizado.
¿Qué le queda al ciudadano común por hacer ante este problema?
Los adolescentes no deben ser abandonados a la influencia de la incipiente ebullición hormonal que les es propia; contrariamente requieren de acompañamiento, comprensión y orientación, es decir, educación sobre esa etapa y los riesgos de un embarazo precoz, así como de sus consecuencias. Como en cualquier otra materia, la prevención es la mejor opción, tanto en el ámbito público como en el privado o familiar.
La inocencia y la razón no corresponden necesariamente a una edad cronológica, son formas de ver el mundo; todos podemos tener lados ingenuos o idealistas y otros más realistas o razonables, pero es importante no dejarse dominar por las circunstancias, evitando “acostumbrarnos” a estas lamentables situaciones que vive hoy nuestra población infantil y adolescente. No se trata de ser excesivamente crédulos, apartándonos de la realidad, pero de ningún modo ser razonables debe implicar indiferencia y pérdida de la confianza en la humanidad y en su futuro.
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