REPUTACIÓN Y POLÍTICA
Por Valentina Issa
@valentina_issa
La reputación es un bien preciado y costoso. No en vano las empresas del mundo, grandes, medianas y pequeñas, dedican tiempo, esfuerzo y dinero a cultivar y proteger las suyas. Una buena reputación se traduce en ganancia monetaria y operativa: el público consumidor estará más reticente a comprar Coca-Cola® si la corporación que la produce es conocida por explotar a sus empleados, por ejemplo. Y algo parecido ocurre en el mundo de la política con sus protagonistas. Quienes persiguen el gratuito (en principio) y voluntario (también en principio) voto de los ciudadanos ofrecen unos “productos electorales” y hacen promesas que sostienen sobre la base de una reputación relativamente aceptable en el espacio en el que compiten, y que les da credibilidad.
Aunque muchos políticos sellan su propio destino y dañan sus reputaciones con su sola conducta, es táctica común dentro del juego político la pesquisa de atributos poco atractivos o conflictivos en el contrario y su difusión con la esperanza de debilitar su imagen. Unas tácticas son más sofisticadas que otras, algunas caen en la bajeza y la menudencia. Pero todas buscan un mismo objetivo: disminuir los chances del otro haciendo calar percepciones en el público que en muchos casos pueden ser dañinas y difíciles de desmontar.
Dominique Strauss Khan, ex director del Fondo Monetario Internacional, pasó de ser una destacada figura de la política mundial por sus méritos académicos y profesionales (desarrollados durante años), y el candidato favorito para la presidencia de Francia en las elecciones de 2012, a ser una persona de cuestionable moral y hasta capaz de cometer delitos de índole sexual en cuestión de días. En 2011 se vio involucrado en un escándalo con una camarera del hotel en el que se hospedaba en los Estados Unidos que implicó la circulación masiva de la foto que le tomaron en el momento de su detención y fichaje en la cárcel de Rikers Island de Nueva York, y la sospecha sostenida durante un mes (mientras duró el juicio), de que era capaz de cometer violaciones.
Al final fue librado de todos los cargos, pero aún cuando nunca se comprobó que efectivamente perpetró una violación, ya el daño estaba hecho. De nada sirvieron las movidas rápidas de “manejo de crisis” y “reparación de daños” recomendadas por sus asesores, como el apoyo manifiesto de su esposa (quien llegó a afirmar que las aventuras extra-matrimoniales de su marido daban cuenta de su virilidad). Y aunque los franceses son abiertos con la sexualidad, difíciles de escandalizar, y en esos días rechazaron el trato mediático que se le dio al caso de Strauss Khan en EEUU, sus prometedores números de apoyo se desplomaron, no pudo optar a la presidencia, y no le fue permitido regresar al Fondo Monetario Internacional. Existe la teoría de que todo fue una estrategia fríamente calculada por sus oponentes que conocían su debilidad por el sexo opuesto, y le pusieron un “peine” que selló irremediablemente su futuro. Hay quienes dicen que sencillamente su poco conocida trayectoria de “depredador sexual” salió a la luz cuando intentó propasarse con alguien que se atrevió a denunciarlo. Pero lo cierto es que su carrera política se fue al caño con poquísimas probabilidades de segunda oportunidad.
Definir “reputación aceptable” en la política venezolana puede ser una tarea confusa si tomamos en cuenta solamente las reputaciones de sus actores históricos y preferidos (que son de lo más variopintas y extraordinarias). Pero si observamos un poco los ataques entre oponentes y su contenido, podemos encontrar algunas pistas. Por ejemplo, la reciente ola de ataques del gobierno contra su cada vez más fuerte alternativa, centrados alrededor de dos elementos principales: 1) acusaciones de corrupción, y 2) señalamientos sobre la orientación sexual de sus miembros. La primera es fácil de adivinar: la grosera corrupción generalizada de los últimos 14 años ya es imposible de ocultar, todo el mundo ha escuchado un cuento de algún enchufado en alguna parte agarrándose una plata o pidiendo comisiones, y al gobierno le conviene hacerse el que la persigue para intentar ganar un poco de simpatía. Están haciendo todos los esfuerzos por achacársela a una oposición que no maneja fondos públicos. Ya veremos cómo les va.
La segunda, es una apuesta que debe llevarnos a todos los venezolanos a la reflexión. Y es que parece que este gobierno se cree capaz de debilitar políticamente a Henrique Capriles poniendo en duda su orientación sexual. O sea, entre sus tácticas para intentar dañar la imagen de su contrincante, el gobierno considera valedera y efectiva la de insinuar que es homosexual. Creen que obtendrán preferencia y ventaja por encima de Capriles y lograrán sacarlo del juego si logran establecer la percepción de que él es gay, al contrario de Maduro que “sí tiene” mujer conocida.
La homosexualidad como insulto
Vergüenza debe darles a quienes pretenden insultar a otro o dañar su reputación calificándolo de homosexual. Eso solo evidencia un profundo desdén por quienes tienen una condición sexual distinta, y cuando los personeros y voceros del gobierno utilizan esa táctica dejan ver su verdadera postura sobre la comunidad sexo diversa en Venezuela. Y lo peor es que además tienen el tupé de decir que incluyen y apoyan a la comunidad LGBTI.
La realidad es que Venezuela es el país de América Latina con mayor atraso y deuda en el campo de los derechos relacionados con la diversidad sexual. De la boca para afuera, y en momentos de conveniencia política, señalan que los apoyan pero ninguno de sus reclamos ni exigencias han sido acogidos formalmente ni materializados. Algunos alegan que el tema no es una prioridad, o que es materia de debate legislativo, pero los diputados de la Asamblea Nacional en vez de debatir los engavetados proyectos de ley en la materia, emplean términos peyorativos relacionados con la homosexualidad, y en alguna medida la criminalizan, para desacreditar al oponente. Se hacen portadores de la intolerancia y la discriminación y lo hacen con orgullo al vincular a la homosexualidad con la prostitución y el tráfico de drogas.
Pero el instinto me dice que este tiro les va a salir por la culata. En primer lugar porque su oponente no se siente ofendido ni se da por aludido al ser llamado homosexual o maricón, y eso le quita efecto a la movida. En segundo lugar, porque la reputación de intolerante (al menos en la política occidental) supera en negatividad a unas cuantas otras características poco atractivas; es una minoría la que acoge ese tipo de discurso (o al menos espero que lo sea). Y en tercer lugar porque los movimientos LGBTI cada día cobran mayor sonoridad y relevancia en las dinámicas políticas del mundo, existen, juegan, y van a cobrarles la ofensa. Cuidado y si esto termina por hundirle aún más su propia reputación al gobierno.
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