Figuras plásticas (sobre los líderes)

Por Javier Ignacio Alarcón

@nacho_2109

 

 

 

Resulta irónico que Capriles haya utilizado, en algún momento, la metáfora del autobús del progreso como la bandera de su campaña. Sin embargo, cuando Maduro asumió la imagen del autobús frente a las últimas elecciones, como respuesta a los comentarios realizados por la oposición en las redes sociales sobre su vieja profesión, nadie pareció prestarle atención a esta feliz coincidencia. En mi opinión, es aquí donde podemos empezar a unir los puntos: el hecho de que ambos utilicen el mismo símbolo no resulta accidental y nos habla, sobre todo, de la cercanía entre ambos líderes.

           

La imagen no deja de ser un tópico dentro del mundo político, un lugar común. Ya en el siglo XIX se utilizó el ferrocarril como símbolo del cambio y del progreso político: esta nueva forma de transportarnos no solo revolucionó nuestra manera de tender el tiempo y el espacio, sino que es un símbolo completo que representa el progreso científico, y humano en consecuencia, y un avance rápido e indetenible hacia adelante. En pocas palabras, era la representación por excelencia de la revolución. Podríamos leer la imagen del autobús como una heredera del ferrocarril.

           

Pero la metáfora ha perdido su vigorosidad. En una sociedad tan acostumbrada a la tecnología, en un mundo donde el “progreso” es algo cotidiano, el avance del autobús, donde entramos todos para recorrer la ruta hacia el bienestar, se limita a ser la imagen vacía de una propaganda política que habla por su simplicidad, pero que peca de insípida.

           

Así mismo, los líderes que buscaron a toda costa ocupar el lugar vacío dejado por el expresidente, ahora se encuentran con un discurso hueco que es incapaz de hablar por sí mismo. Ni siquiera cuando es inflado por la maquinaria comunicativa gubernamental es capaz de acercarse a la fortaleza que poseía el discurso de Chávez. Y es que este es un aspecto que hemos dejado de lado: la retórica del chavismo no se sostenía solamente en el carisma del expresidente, sino en un discurso que era capaz de hablar por sí mismo, que tenía principios, cuestionables o no, y que inspiró a un sector importante de la población a defenderlo a toda costa –aún cuando esa defensa le quite su vitalidad, como ha ocurrido desde que Maduro llegó al poder-. Por otro lado, a la oposición, a quienes no compartían las ideas revolucionarias de Chávez, los obligó a enfrentarse a un mundo que habían escogido ignorar por mucho tiempo. En resumen, la fuerza política de la revolución bolivariana impacto a todo el país, para bien y para mal.

           

Sobre todo, el discurso del socialismo del siglo XXI fue –y sigue siendo- un reflejo de la sociedad que lo produjo. Verbigracia, la división del país no fue creada por Chávez, ni por el chavismo, este sector político solo aprovechó un fenómeno que ya existía en Venezuela desde mucho antes de que la revolución tomara el poder.

           

Pero el discurso se está difuminando en las prácticas políticas de los seguidores de Chávez. Así mismo, la oposición se ha enfrascado en una crítica constante. Más importante, la crisis política y el encontrarnos con una realidad que colapsa constantemente sobre nosotros, nos hace olvidar lo que estos quince años han significado para el país.

           

El chavismo defiende su trinchera ideológica a toda costa, incluso corriendo el riesgo de destruir su propio discurso, y la oposición se vuelve extremista frente a una realidad que parece justificar, para los opositores, todo el clasismo y el racismo del que se nutrió el Socialismo del siglo XXI, y que siempre había subyacido a la idiosincrasia de la clase media y alta venezolana. En el proceso, los líderes se pierden, parecen figuras plásticas, máscaras para cubrir la vacuidad de la vida política del país.

           

A medida que el mito se petrifica, adquiriendo su nuevo lugar dentro del imaginario venezolano, la figura “real” del expresidente y su influencia efectiva sobre el escenario político se difumina. Lo que nos queda es un terreno caótico, pero al mismo tiempo, y por esta razón, altamente fértil, que no estamos seguros de cómo cultivar. Pero los líderes han sido incapaces de darle un sentido al absurdo al que se enfrentan y, a medida que avanzamos a unas nuevas elecciones, cada vez se hacen más evidentes las carencias que sufren los principales actores políticos de Venezuela.

 

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