Mucha memoria, pocas cuentas

Por Luis Guillermo Valera

@Guilloescritor

 

 

 

Venezuela es un país de contradicciones. Por un lado, de a poco nos hemos venido acostumbrando a la escasez, las colas, la inseguridad, la inflación, la intolerancia, el alto costo de la vida… y por el otro uno nunca sale de su asombro con las noticias que acaparan las primeras planas.

 

El caso más reciente fue el discurso dado por el señor Presidente Nicolás Maduro. En este país saturado de politiquería no es de extrañar ver larguísimos discursos que hacen gala del más esquicito cantinfleo. Pero de ahí a la extensa cháchara dada por el jefe de estado, donde se dijo lo que ya se sabía y se trató de crear esa Venezuela de Maravillas que pintaba el difunto Hugo Chávez cada que se presentaba ante las masas, hay mucho trecho.

 

Durante las más de cuatro horas que duró el discurso, leído, y a veces hasta mal leído, se habló de todo menos de lo importante: del legado del Comandante Eterno y Supremo, de cómo las relaciones internacionales se afianzaron gracias a su obra, cómo les hizo falta y cómo desde su muerte el mundo se les puso en contra y comenzó “la guerra económica” y la inflación “inducida”. Y no podía faltar la comparación grosera con la IV República. De todo menos de lo qué había hecho su gestión el último año, en qué mejoró Venezuela y qué retos nuevos se nos presentarán para el 2014, de eso nada. Como de costumbre, en el Gobierno están demasiado ocupados viendo el pasado como para darse cuenta del futuro incierto que se acerca.

 

Muchos hablan de que se anunció la disolución de Cadivi, pero es que esa era ya una noticia que se venía anunciando de hacía meses. Aunque Maduro prometía medidas de gran importancia, solo dio noticias viejas.

 

En muchos sentidos el espectáculo del miércoles pasado no fue más que una aparición para congraciarse con la base política del chavismo, más que un informe sobre la gestión de un gobierno. Un acto más político que institucional. Un largo cuento, por no llamarle coba, que a la larga no dejó nada.

 

Otra más para un presidente que a veces parece querer gobernar bien pero cuya idolología, cual camisa de fuerza, no le da margen de movimiento.

 

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