Las lecciones de Lorenzo

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

«El que envidia no avanza. El que aspira llega lejos».

Lorenzo Mendoza

 

A estas alturas está más que claro que la llamada Conferencia Nacional por la Paz promovida por el presidente Nicolás Maduro no ha sido más que un teatro. Mucho se ha cuestionado que varios personeros ligados a la oposición hayan asistido a este evento y se hayan prestado a convalidar un discurso que se desdice a través del proceder violento del gobierno.

 

Pienso, sin embargo, que no todo lo sucedido en la Conferencia fue negativo. Muestra de ello fueron las palabras ofrecidas por el presidente de Empresas Polar, Lorenzo Mendoza. En medio de una gallera discursiva en la que se amalgama el colaboracionismo, la indolencia y el olvido, el discurso de Lorenzo le otorga algo de coherencia al errático sector industrial venezolano.

 

A nuestro juicio, las ideas de Lorenzo Mendoza pueden sintetizarse en tres puntos fundamentales: (i) la imperativa necesidad de abandonar la politiquería como ejercicio de la función pública; (ii) el reconocimiento expreso de la delicada situación económica que atraviesa Venezuela, sin eufemismos y excusas; y (iii) la premisa de que ningún país progresa sin la existencia de un sector privado fuerte y desarrollado.

 

Los puntos expuestos por Mendoza reflejan nuestra tragedia sin cortapisas. Enfrentamos un gobierno que alimenta su subsistencia con base en un discurso fundado en el fracaso, evadiendo las responsabilidades que le competen, y asfixiando toda iniciativa que implique la libertad individual.

 

Sin embargo, a diferencia de Mendoza, pensamos que no es necesario establecer una comisión de la verdad económica para determinar cuáles son los males que aquejan al país. Para nosotros está más que claro que la causa de nuestras falencias se originan en el establecimiento sistemático e inequívoco del socialismo en Venezuela. No importa como quieran llamarlo, bautizarlo o rodearlo de eufemismos.

 

Todo ello nos lleva a una conclusión a todas luces inocultable. La raíz del problema venezolano es esencialmente política, y solo sustituyendo las premisas del sistema político actual se lograrán conclusiones diferentes. Si no se atacan las causas políticas que originan el socialismo seguiremos enfrentando las mismas crisis. Incluso con la llegada de nuevos actores al poder.

 

Es lógico, sin embargo, que el abismo político conduzca a la debacle económica que presenciamos. Porque -aunque a menudo los decision makers se rehúsan a entenderlo- las decisiones políticas afectan la economía. Van de la mano. Y la libertad económica es prerrequisito fundamental para la existencia de la libertad política. No al revés. Más aún: el ciudadano medio puede permanecer relativamente indiferente ante cual sea el partido de turno que gobierne, quién tiene la mayoría en un parlamento o cuántos concejales tiene la cámara municipal de su municipio; no obstante, en su día a día, temas como la inflación, la escasez y el desabastecimiento afectan desde su dieta hasta el regalo de cumpleaños que le dará a su secretaria.

 

La economía es la cenicienta de la tragedia venezolana. Relegada del discurso de los políticos, su negación nos afecta a todos. De allí tal vez la mayor lección que podamos sacar del discurso de Lorenzo Mendoza: incluir la economía como parte de la agenda de las protestas y exigencias ciudadanas. No podemos caer en la ingenuidad, sin embargo, de pensar que el régimen dará su brazo a torcer para conferirle mayor libertad a los ciudadanos sacrificando su poder de control político. Dicho proceder no es compatible con el socialismo.

 

Quien se oponga a los designios socialistas será llevado por su aplanadora totalitaria. El mismo destino sufre quien pretende colaborar con el régimen sin profesar convicciones revolucionarias. No hay espacio para los tibios y moderados en su ideario. Menudo el dilema que enfrentamos. A seguir luchando por nuestras convicciones.

 

 

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