Dinosaurios

Por Andrés F. Guevara B.

@AndresFGuevaraB

 

 

 

Nunca se debe perder la capacidad de asombro. Recordemos que el hombre es libre y con base en esa idea de libertad toma decisiones. Sin embargo, como bien nos lo recuerda Ayn Rand, «la libertad incluye el derecho a equivocarse».

 

Creemos que el encuentro sostenido entre representantes del gobierno venezolano y la Mesa de la Unidad Democrática el pasado jueves 10 de abril de 2014 no fue acertado. Partió de premisas equivocadas que derivarán en conclusiones huecas para el destino del país.

 

No cabe duda de que el gobierno no solucionará los problemas que hoy enfrenta Venezuela. Su capacidad de respuesta ante la crisis que nos desgarra se limita a la remembranza de lo acontecido el 11 de abril de 2002, al paro cívico, a las sempiternas acusaciones de golpe y desestabilización. A ello debemos sumarle la no menos importante condición comunista de nuestros gobernantes, lo cual trae consigo importantes consecuencias en la ejecución de las políticas y mandatos provenientes del politburó caribeño.

 

Es preocupante, sin embargo, observar quiénes son los personajes que se sentaron a conversar con el gobierno en representación de la oposición. ¿Qué representan realmente? ¿A nombre de quién hablan? En nuestra humilde opinión, gran parte de los representantes opositores que estuvieron reunidos en Miraflores representan a la vieja política, el antiguo establishment que condujo a la victoria de Hugo Chávez en 1998 y al posterior asentamiento de la revolución socialista bolivariana que destruyó nuestra democracia.

 

Hoy muchos aplauden a quienes «le cantaron las verdades» al gobierno en medio de una oprobiosa cadena nacional totalitaria. Olvidan -por ignorancia o conveniencia- que estos mismos sujetos representan la dirigencia de un pasado al cual no podemos ni queremos volver. Existe cierta añoranza por el retorno a los tiempos previos al socialismo bolivariano. Incluso algunas organizaciones políticas claman que «antes se vivía mejor» y que, como consecuencia lógica de ello, se debe volver al modelo imperante antes de 1998.

 

El nivel de intervencionismo existente en Venezuela hasta 1998 fue mucho menor al que se ha desarrollado con posterioridad a esta fecha. Ello no puede servirnos de excusa, sin embargo, para obviar la enorme erosión moral a la cual estaban sometidas las instituciones del Estado y los funcionarios del gobierno. Resquebrajamiento en gran parte promocionado por algunos de los que hoy pretenden mediar con el régimen como si nada hubiese pasado, armados de la consigna del borrón y cuenta nueva.

 

Habrá quienes argumenten que de los errores se aprende y que tal vez quienes estuvieron dando la cara en Miraflores son hombres dotados de firmes convicciones democráticas capaces de rescatar a Venezuela de las garras del comunismo para conducirla hacia el camino del progresismo humanista (nuevo apodo para identificar al inalcanzable Santo Grial político del socialismo «verdadero»).

 

Hasta ahora, sin embargo, el propósito de enmienda hacia una sociedad libre por parte de estos sujetos luce poco alentador. Su discurso sigue fundamentándose en un modelo rentista y populista, donde difícilmente podrán superarse los lastres que atan a Venezuela del subdesarrollo. Al final, tal vez para estas personas llegar al poder no se trate de cambiar al sistema sino de sustituir a la élite gobernante por otra clase dirigente para seguir saqueando al país en nombre de los pobres y oprimidos.

 

Por último, pero no menos importante, nos preguntamos dónde estuvo en esa conversación la nueva generación de jóvenes políticos opositores, los liderazgos emergentes cuya trayectoria vital ha estado marcada por la existencia del chavismo-madurismo. Estamos profundamente convencidos de que un primer paso para abandonar la prehistoria de las ideas políticas consiste en ceder el testigo a las generaciones que hoy están marcando el camino hacia las verdaderas soluciones que exige el país.

 

No creo que sea necesario recordarles a nuestros avezados dirigentes que una de las mayores virtudes de un político consiste en saber cuándo retirarse. De lo contrario, los demonios siempre terminan devorando su fermentada ambición.  

 

 

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