La extraña decisión del Presidente

Por Jimeno Hernández

@jjmhd

 

 

 

Corre el año 1894 y en el horizonte únicamente parecen vislumbrarse calamidades. Los precios del café y el cacao, únicos frutos que alimentan los ingresos de nuestras aduanas, han sufrido una baja histórica. Las arcas del tesoro nacional se encuentran vacías, el comercio paralizado y ni los artesanos pueden trabajar porque hasta escasean los materiales. Además el verano ha sido inclemente y el sol ha espantado los aguaceros convirtiendo praderas verdes en arenales. Venezuela únicamente promete vacas flacas y cosechas mermadas.

 

En todos los hogares del país la historia parece ser la misma. Durante las mañanas se puede observar a los vecinos salir a las calles con útiles caseros en sus manos. Se dirigen hacia las casas de empeño en búsqueda de negocios pues allí se acumulan montañas de cachivaches. Al final del día son muchos los que vuelven con un perol distinto al que se llevaron y pocos los que regresan sin cacharro y con churupo. Los sortarios que consiguen moneda no quedan dispensados de la crisis pues con real también encuentran realidad. Puede que haya dinero en el bolsillo, pero no hay un carrizo que comprar en los mercados.

 

El gobierno ha quedado insolvente y son los contratistas y los empleados de las obras públicas los primeros en enterarse. El General Joaquín Crespo no halla morocota y ha mandado a pagarles con unos papelitos firmados por el Ministro de Hacienda que son bautizados como “deuda flotante”. Al cabo de un año de pago con papelitos, la deuda flotante asciende a los diez millones de bolívares y eso es sin contar la deuda externa, las inmensas cantidades de dinero que los bancos caraqueños han prestado al gobierno y unos suplementos de la revolución legalista que arrastra el nuevo régimen.

 

Ahora el Estado le debe dinero a todo el mundo y Crespo ya no cuenta con el apoyo que lo llevó al poder en 1892. La conspiración en contra de su gobierno se ha convertido en un gran movimiento nacional y por primera vez los grupos de exiliados políticos concentran esfuerzos para elegir un líder para el movimiento. El designado es Manuel Antonio Matos, un hombre que muchos llaman “la economía misma” pues no existe en Venezuela alguien que maneje los resortes del dinero como él.   

 

Crespo se encuentra al tanto de los movimientos de Matos y ha ordenado al General Velutini que lo invite a su casa. Él se aparecerá sin avisar y al entrar, Velutini se debe retirar para dejar solos a Matos y a Crespo. Todo sale de acuerdo al plan y cuando Velutini deja el salón, Matos se aterroriza. Se encuentra frente al “Tigre de Santa Inés” y este le participa que sabe todo acerca de la conspiración que dirige para tumbarlo.

 

La solución del llanero a este gran problema es simple, le propone a Matos que lo ayude a gobernar bajo condiciones excepcionales. Le entregará todas las carteras del gabinete, menos la de Relaciones Interiores y la de Guerra y Marina. Le dice: “He gobernado con mis amigos, con Prieto, con Velutini, con Conde, con Núñez y he fracasado. Ahora quiero hacer la prueba de gobernar con mis adversarios.”

 

Con esta inteligente maniobra logra el llanero neutralizar el complot y concluir su periodo presidencial.

 

Al que no le guste Crespo, que se lo peine liso.

 

 

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