PARLAMENTARIAS 2015: ¡¿Para qué?!

Por Pedro Urruchurtu

@urruchurtu

 

 

 

La Venezuela de hoy, sumida en la crisis institucional más grave de su historia republicana, está viviendo debates intensos. Desde la naturaleza de lo que nos gobierna, que evidentemente no es democrático, hasta las formas de salir del régimen. Mientras se dan éstas discusiones, la República está en ruinas, cada vez se agrava más y más nuestra situación. Política, social, cultural y, sobre todo, moralmente, nuestro país está destruido y ha sido a propósito.

 

Uno de esos debates está poniendo sobre la mesa el rol de la oposición frente a las elecciones parlamentarias que deberían tener lugar en 2015. Aun cuando no hay fecha definida, ya empiezan a repartirse candidaturas, plantearse métodos de elección de éstas, en fin, como si se tratara de un juego democrático. Eso obliga a aclarar varias cosas.

 

Lo primero, respecto a la definición de lo que es un Parlamento, Congreso o Asamblea, este se refiere al cuerpo encargado de legislar en nombre de los ciudadanos que están representados allí. Pero incluso va más allá: el Parlamento es una de las instituciones que permite controlar al gobierno, le pone límites al poder Ejecutivo y esa es una función rectora fundamental. Ese es el espíritu de la democracia representativa y es que si bien es cierto que los ciudadanos deben estar interesados en la política y en los asuntos públicos, es necesario delegar la función política y allí el Parlamento cobra su importancia.

 

En 15 años, la Asamblea Nacional nunca ha cumplido su rol de “check and balance”, todo lo contrario, ha servido de cómplice de la destrucción del país, en gran medida, y de los caprichos del gobierno. Claramente esto nos coloca frente al error que fue no asistir a las elecciones legislativas del año 2005. Esa legislatura, la más monstruosa de la historia, permitió el avance de un modelo corrupto, antidemocrático y totalitario, sin control alguno. Ahora bien, si bien es cierto que fue un error, no significa que todo lo que pasó después de eso, es culpa de la oposición.

 

No obstante, de cara al 2015, ya algunos sectores opositores plantean estas nuevas elecciones como la oportunidad de oro para derrotar al régimen y salir de él. Esto, como si los anteriores procesos electorales no hubieran sido planteados de igual forma, generando frustraciones enormes a la hora de saber sus resultados. Eso no es obstáculo, ya se habla de candidaturas, métodos de elección de éstas, en fin, todo como si se tratara de una democracia viva que en realidad parece vivir sólo en la mente de algunos.

 

Por supuesto que son unas elecciones importantes para el país, pero no se puede engañar a los ciudadanos haciéndoles creer que con éstas el régimen saldrá derrotado. Visto de otra forma, el gobierno ha sabido configurar absolutamente todo, legal, técnicamente y psicológicamente, para salir victoriosos sea cual sea el resultado. La experiencia del 2010 lo demuestra: 52% del país votó por la oposición, pero la distribución hecha a través de circuitos electorales, expresado en Ley, le dio más diputados al oficialismo. Pero no sólo esto. La ingeniería electoral con la cual el régimen, por medio de un poco respetable Consejo Nacional Electoral (CNE), ha podido migrar electores y crear centros electorales en zonas en las que los testigos jamás podrían entrar, ha hecho de las irregularidades el factor común de todos los procesos. Por último, si algo faltaba, también persiguen a diputados opositores, amenazándoles con quitarles su inmunidad parlamentaria por delitos no cometidos o llámese como se llame… ¿Frente a qué estamos entonces? Los que ven en la Asamblea Nacional la oportunidad de salir del gobierno, olvidan que todos los Poderes Públicos están secuestrados. El régimen sabe muy bien lo que significaría entregar el Parlamento, y por eso veremos inhabilitaciones opositoras, desprestigios y todo aquello que afecte el proceso, además de las tramoyas mencionadas rumbo al 2015.

 

Pero además, algunos más valientes, ven en una nueva Asamblea Nacional la gran oportunidad de conducción del país hacia la democracia o hacia más democracia. En ese ámbito, los defensores de la institucionalidad correcta caen en un gran error: ¿Cómo puede el Parlamento conducir cuando su función es de control y legislativa? ¿Eso no significaría hacer lo mismo que hace el gobierno? ¿No se trata de una violación a la institucionalidad en sí misma?

 

Muchos dicen que las protestas de febrero y los planteamientos de entonces crearon un gran frustración en las personas al no salir del gobierno. Lo cierto es que esas protestas despertaron a la gente, permitieron que emergieran nuevos liderazgos y hay una nueva conciencia que se traduce en miles de encuestas y opiniones: estamos frente al peor gobierno de la historia. También es cierto que los miles de venezolanos que salieron a las calles lo hicieron por la frustración que generaron tantas elecciones envueltas en promesas de victorias imposibles, no porque no seamos mayoría, sino porque este tipo de gobiernos no se combate sólo en elecciones.

 

Frente a cada elección nos dicen que somos mayoría y que ganaremos y luego de cada resultado y frustración, nos culpan y nos dicen que tenemos que construir mayoría y ser mayoría suficiente, aún cuando sabemos que somos la mayoría de los venezolanos los que queremos un cambio desde hace mucho y que en todas las elecciones nos han perjudicado.

 

Estamos frente a un gobierno que se vanagloria de procesos electorales. Ese ha sido su mayor éxito, plantear la política hacía el país y hacia el mundo en términos de agenda electoral, sólo de eso. La oposición no tuvo más remedio que caer en ese terreno y seguir haciéndole juego, y más aún luego de 2005. El gobierno siempre es el que ha puesto sus reglas y nosotros las seguimos. Para el régimen el pueblo sólo es útil como elector, y para la oposición también. Pareciera que la única forma de expresarnos como ciudadanos es mediante una elección y sólo a partir de allí, generar cambios en un régimen que ha cerrado todas las puertas a los ciudadanos y a los cambios.

 

Por otra parte, hay un sector opositor de visión más amplia, que ha entendido que la estrategia no puede ser sólo electoral, que se necesita de la protesta y la presión que genera ésta en la calle para generar cambios. Que sólo la reflexión y la acción en diferentes ámbitos, es la única forma de derrotar a un régimen que gobierna en diferentes ámbitos. Esta debe ser una lucha día a día, minuto a minuto, tal y como actúa el régimen. Las elecciones aquí son el mecanismo mediante el cual un gobierno antidemocrático se legitima frente al mundo con procesos típicos de democracias. La oposición se legitima en ellos también y con eso legitima al régimen. No se puede participar sólo por participar. No se puede ir con las reglas que quienes mandan imponen. Si se va, debe irse firmes, exigiendo y denunciando cada atropello, no ceder como si se tratara de un juego limpio o guardando silencios cómplices.

 

Ningún cambio que se pretenda generar desde las instituciones que tiene secuestradas el gobierno puede lograrse sin presión ni articulación social. Todas esas fuerzas que han nacido desde febrero y que están ávidas de participar y organizarse, saben que lo electoral debe ir acompañado de la presión para generar cambios profundos. Intentar hacer política diferente dentro del mismo sistema viciado, sin tomar en cuenta la necesidad de la presión social, sólo es garantía de que esa política diferente termine enviciada y corrupta, es decir, igual.

 

No hay que esperar hasta 2015 para decirle a la gente que sólo en esa elección estará el cambio. Tampoco podemos decirles que con esas elecciones el cambio está garantizado. Hay que decirles desde hoy que debemos organizarnos, hacer presión, articularnos y, por supuesto, asistir a cualquier proceso electoral que en el camino se encuentre exigiendo las condiciones mínimas necesarias para participar y que garantice resultados fiables, pero no detenernos sólo en eso, sino continuar un proceso de reconstrucción nacional, amplio, que trascienda a los partidos políticos y que nos incluya a todos en un sueño compartido de país.

 

De seguir pensando que sólo votar en 2015 generará la transición en la democracia, estaremos frente a una nueva frustración que intentarán aplacarnos con las elecciones de gobernadores y alcaldes de 2016 o las presidenciales de 2019. Ninguna salida del régimen, de forma pacífica y constitucional, puede generarse sin organización ni presión. A la política opositora le ha falta eso: irreverencia en la estrategia, ir más allá de lo electoral, representarnos de verdad como ciudadanos. El peor gobierno de la historia, que tiene todo para no culminar su mandato y lograr su salida de forma constitucional, corre el riesgo de quedarse hasta el final por falta de atino opositor.

 

Es momento de sumar, de reunirnos en función del cambio organizado y mayoritario. Hoy la gente tiene muchos temores que se traducen en preguntar quién se encarga de cobrar en caso de una victoria, al igual que en abril 2013 donde no se cobró o si vale la pena ir a votar sabiendo que somos mayoría habrá menos diputados opositores. Esos son factores que juegan a la resignación de la gente, algo que hoy no podemos aceptar y por lo tanto no podemos esperar.

 

Organizarnos es la única forma de enrumbarnos hacia cualquier objetivo. En lo electoral, exigir las condiciones necesarias para participar, permanecer haciendo presión hasta que esas condiciones se den. Más allá de lo electoral, seguir discutiendo sobre el país que queremos, articulándonos y haciendo de ese país una realidad si todos participamos activamente. Si algo ha demostrado el régimen es que le teme a la fuerza ciudadana agrupada, organizada y activada. Por eso han jugado a disgregarnos, a hacernos pensar siempre que somos minoría sabiendo que no lo somos, aunque algunos sectores opositores también se empeñen en decirlo. Recurrir a las mismas estrategias sólo es garantía de las mismas frustraciones mientras que si nos organizamos, sea cual sea el resultado, podremos hacer la presión necesaria para cambiar el rumbo del país y unirnos como merecemos. Por eso, hay que preguntarse frente al gran reto que viene el año próximo: Parlamentarias 2015: ¿¡Para qué!?

 

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