Escasez, para dummies

Por Daniel González G.

@GonzalezGDaniel

 

“Hay delitos económicos que son más graves que los homicidios porque son más conscientes y son la causa no de una, sino de muchas muertes y de la corrupción”

 

En la “patria grande” las colas, poco a poco, dejan de sorprender. Se van haciendo comunes como las irrespetuosas cadenas del presidente, la reducción de asientos en las aerolíneas internacionales o las marramucias político-judiciales. Pero detrás de cada cola en abastos, supermercados, cadenas de farmacias, bodegas u otros establecimientos de distribución de bienes, está no solo la historia del consumidor que no encuentra la leche para sus hijos o el acetaminofén para paliar los síntomas del chikungunya, también está la tragedia de las empresas productoras o distribuidoras ahorcadas por un sistema económico descabellado.

 

Como economista, muchas personas me han preguntado, ¿pero por qué falta esto, aquello o lo otro? En esta primera entrega pretendo dar respuesta a esa pregunta de la forma más sencilla posible, mostrando las que pueden ser las causas más importantes.

 

El control de cambio

No voy a echar el largo cuento de desde cuando tenemos este asfixiante control de cambio. Ustedes lo saben. Pero les puedo hablar de sus efectos. Por mi práctica profesional, puedo decirles que he visto empresas con promedios de tiempo de cuentas por pagar que superan los 1.000 días. Esto quiere decir que esa empresa ha acumulado deudas, generalmente en moneda extranjera, por más de tres años. Y se preguntarán algunos cómo puede ser posible semejante despropósito. El perverso mecanismo de endeudamiento empieza con una solicitud de divisas, que no necesariamente le aprueban completa a la empresa y sigue con el lapso abismal entre la aprobación y la liquidación. Así, facturas a crédito que debían cancelarse máximo en 30 días generan moras gigantescas y cierre absoluto de las líneas de crédito internacionales. Haga la prueba a ver si dejando de pagar una factura de Corpoelec o Cantv no le cortan el servicio. Las únicas empresas que bajo este esquema perverso medianamente pueden sobrevivir, son aquellas que tengan algún tipo de vinculación económica con su proveedor y puedan llegar a acuerdos con estos. En caso contrario, nadie sigue dando crédito a quien ni paga. Simple.

 

Bajo el escenario planteado, las empresas cada día pueden importar menos inventarios o materia prima para producción local con la consiguiente disminución de lo ofertado a los consumidores. Es decir, el último venezolano de la cola no tiene garantías de que al entrar al establecimiento habrá siquiera un kilo de harina para él, porque precisamente detrás de la escasez solo está un bien insuficiente.

 

El control de precios

El control de precios es lesivo para los agentes económicos, todos. Cuando el gobierno controla precios de bienes considerados básicos, le dice a las empresas que por encima de determinado importe no puede vender ese bien. Eso eventualmente pudiese mantenerse en el tiempo si el costo de ventas y los gastos se mantuvieran constantes, pero no es lo que ocurre en la práctica y menos en una economía donde en un solo mes se puede acumular la inflación que otro país tendría en todo un año.

 

El proceso más simplificado de estimación de costos consiste en valuar los componentes del costo (directos e indirectos), sumar la ganancia que se pretende obtener y en función de eso se obtiene el precio de venta. Cuando el gobierno te dice a qué precio vender, es posible que lo haga sobre la base de un promedio de costos, es decir, la empresa bien puede tener unos costos por encima o por debajo, lo que la llevaría a tener un menor o mayor margen de ganancia. Hasta allí no hay mayor detalle. ¿Pero qué ocurre si los costos se incrementan y el precio se mantiene congelado por meses y meses? La respuesta obvia es que la ganancia cae de forma progresiva y la respuesta, también natural de las empresas es migrar a la producción de presentaciones u otros bienes no regulados o sencillamente dejar de producir y esto tiene impacto en la oferta final. Un control de precios prolongado es el asesinato de las empresas a la que le toca producir el bien. Cuando haga una cola, piense en la empresa a la que se le incrementan los costos día a día y no puede mover su precio o piense en esto y póngase en los zapatos de la empresa. Si usted hiciera tortas, por basarme en un ejemplo, ya sabría lo terrible de conseguir los insumos para su producción, pero si el gobierno le dice que usted puede vender sus tortas a máximo Bs. 500 la unidad y sus costos aumentan disminuyendo de forma progresiva la ganancia, ¿hasta cuándo haría tortas?, ¿no buscaría la forma de producir, por ejemplo, galletas, cuyo precio no está regulado?

 

La ley de precios

Esta ley es como un monstruo de película de terror, con tres cabezas, siete manos y decenas de ojos. Un adefesio. Con el control de precios el gobierno no controlaba de forma taxativa las ganancias de las empresas, pero con el instrumento jurídico esta realidad cambia. El artículo 32 de la ley señala que en ningún caso el margen de cada actor de la cadena de comercialización podrá exceder el 30% de la estructura de costos del bien o servicio y contempla cualquier cantidad de sanciones por incumplimiento. Sin este hazmerreir jurídico las empresas podían, eventualmente, imputar a la ganancia de otro bien lo que dejaba de percibir con la producción de bienes regulados. Hoy eso es cada día menos posible.

 

En un país donde el gobierno tiene a las empresas asfixiadas con un insoportable control de cambios y que en rubros básicos tiene además un férreo e inamovible control de precios, una ley que regula las ganancias viene a sumarse al coctel pro escasez que el mismo gobierno ha creado.

 

La memoria me da para recordar los anaqueles previos a esta novela de controles. La verdad es que se hacía difícil escoger. Hoy se hace difícil no llorar frente a un estante en un supermercado. Con esta estructura de controles, la escasez no puede endilgársele a la empresa privada. Los hacedores del desastre económico son los grandes culpables de que usted deba hacer una cola kilométrica bajo un cielo tan lloroso como su bolsillo.

 

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