El bolívar y la máquina del tiempo: hacia una Ley de Agujeros en el Bolsillo

Por Zakarías Zafra Fernández

@zakariaszafra

 

 

 

El dinero se nos escapa, se transforma, se diluye a cada minuto. El control de cambio ha metido los billetes en un limbo de polvos cómicos y partículas licuadas. El valor de la moneda se mide ahora según una ley implícita, dominada por los sabios del dinero fácil. Esa ley, que se vale de un artefacto-coyuntura con atributos de máquina del tiempo, puede procrear fortunas cuánticas desplazando el bolívar en una línea de ayeres y mañanas remotos. Nunca será declarada, pero todo ciudadano merece conocer su funcionamiento.

 

La demostración

La Ley[1] se cumple a partir de dos elementos: un ilícito cambiario y la velocidad de la luz. A razón de este análisis, la máquina del tiempo será el cupo viajero que el gobierno asigna a los particulares a través de sus mecanismos habituales y el viajero venezolano equivaldrá al usuario afortunado de esa máquina. Estudiemos la situación en dos momentos distintos:

 

  1. 1.El viajero regresa con 500 dólares sobrantes en la maleta. Mientras esté en el avión, su botín valdrá los mismos Bs. 3150 que pagó para conseguirlo. Sin embargo, al entrar en el espacio aéreo venezolano, la Ley hará que valga, sin mayores esfuerzos, Bs. 50.000. En pocos minutos-luz, este usuario afortunado habrá generado un patrimonio grueso, aunque liviano y fácil de esfumarse si el avión, por ejemplo, decide no aterrizar o si, por el contrario, esos dólares se quedan en la billetera del abuelo como una “fortuna en potencia”.

 

  1. 2.El viajero tiene Bs. 3.150 en el bolsillo. Con eso puede comprar hoy un par de zapatos de calidad promedio. Suponiendo que, en lugar de comprar los zapatos, introduce los mismos Bs. 3.150 en alguno de los módulos de la máquina del tiempo, en pocos minutos y con un desplazamiento no muy largo en el espacio, tendrá el sueldo de un alto funcionario de gobierno y podrá, a su regreso y si cambia de parecer, comprar unos 16 pares de zapatos. Utilizando una sencilla fórmula que contempla el desaparecido Índice de Precios de Caracas y estableciendo un espacio-uniforme y coincidente, veremos que ese viajero comprará esos zapatos a Bs. 197, lo cual implica que su poder adquisitivo es el mismo de enero de 2002 y que su transacción absorbe una distancia de aproximadamente 12 años (poco más de lo que lleva el control de cambio en Venezuela).[2]

 

La cuestión parece complicada, pero las calles están llenas de físicos cuánticos que ya han entendido la lógica de este bolívar-mañana y saben cómo burlar las líneas de tiempo de la macroeconomía venezolana. Naturalmente, y por lógica propia de la Ley, mientras el dólar oficial se quede estático y el dólar paralelo se siga moviendo con su propia velocidad y por encima de las masas, la distancia temporal seguirá aumentando y quizás el viajero venezolano pueda retroceder 15 años y decirle a sus semejantes que cambien su intención de voto en las elecciones del 6 de diciembre de 1998. Pero eso ya sería demasiada ficción.

 

Una evidencia personal, que nunca sobra

Tengo los pies sobre la tierra y voy desde el centro de la ciudad a mi casa. El taxista me quita en 20 minutos lo que yo gano en 16 horas de trabajo. Entre su bolsillo y el mío hay un agujero negro. ¿Por qué pasa esto? La Ley y su silencio:

 

Suponiendo que él y yo ganamos el mismo sueldo (674,83 dólares/mes) y que ninguno de los dos desmerita el oficio del otro, descubrimos el punto medular del agujero: mi sueldo está calculado a la tasa oficial del presente (6,30 bs/dólar), mientras el sueldo del taxista (que confiesa hacer Bs. 50.ooo en un mes “flojo”) está valorado a una tasa sideral de 74, 1 bs/dólar. Considerando un aumento anual promedio de 15% en el tipo de cambio oficial, el sueldo del taxista corresponde al del año 2086.

 

La cuestión es simple: entre su prosperidad y la mía hay 72 años de diferencia.

 

Conclusiones y residuos

La moneda ya no es un tipo de cambio, sino una medida de tiempo.

 

En Venezuela vivimos el bolívar-mañana, una coyuntura cósmica que expande o contrae el bolsillo según sea el caso.

 

Los taxistas, los bachaqueros y los raspacupos son viajeros del tiempo que vienen desde otra Venezuela, más próspera y distante. Ellos se mueven a la velocidad de la luz, mientras nosotros (y nuestras partículas asalariadas) caminamos hacia el futuro con racionamientos de electricidad cada dos días.

 

El dólar ya no es paralelo, sino oblicuo.

 

No hay otra forma posible: hay que saltarse las alcabalas de la lógica macroeconómica, hay que limpiarse el agujero negro del bolsillo.

 

 



[1] Que también podemos llamar “Ley de la Relatividad Macroeconómica” o “Ley de la Fortuna Cuántica”, o simplemente mantenerla en suspenso como “La Ley”.

[2] Los cálculos aquí presentados no tienen mayor rigurosidad y, si se permite la licencia, persiguen objetivos estrictamente “ensayísticos”.

 

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