Prueba de fuego a ideologías huérfanas

Por Claudia Alizo

@ClaudiaAlizo

 

 

 

En el escenario del Espacio Plural, en el Trasnocho Cultural, la luz blanca de una delgada lámpara proyecta en el centro de su foco una escueta mesa, sobre la que colillas de cigarrillo se amontonan y una botella de ron figura como lo único apto para llevarse al estómago. A medida que el halo luminoso va perdiendo fuerza en el espacio, aparecen en sus límites una cama destartalada, deshecha, con ropa revuelta de colores indistinguibles y al fondo de la escena, tres paredes cubiertas de periódicos, en la de la izquierda, como en el espectro político, Ernesto “Che” Guevara posa sonriente en una fotografía. En la pared del centro, una cortina improvisada separa el cuartucho de otra estancia en donde reposa, sin saberlo, el quiebre de una causa tan perecedera como el ser humano y tan cíclica como la historia misma.

 

Prueba de Fuego, primera obra del dramaturgo uruguayo-venezolano, Ugo Ulive, y estrenada por primera vez en 1981, es llevada nuevamente a las tablas, después de 34 años, en el marco del Festival Jóvenes Directores, bajo la dirección de Catherine Medina, de 23 años, comunicadora social egresada de la Universidad Monteávila, quién luego de trabajar junto a Federico Pacanins, como actriz, co-directora y asistente en reconocidas piezas teatrales y debutar como directora de Simón de Isaac Chocrón, en 2012, apuesta por la pieza de Ulive no sólo para ganar la oportunidad de presentar su proyecto durante una temporada de mes y medio en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural, sino para comunicar un planteamiento necesario en todas las revoluciones: ¿Qué pasa cuando el líder de un movimiento ya no está?

 

Durante unos 45 minutos, los diálogos entre dos ex guerrilleros, César y Mariñito, interpretados por los actores Aitor Aguirre y Luis Palmero, colocan frente a frente, los pedazos rotos de una ideología. “Las palabras sobran entre unas personas que piensan tan diferente”, cortaría, tajante, el guerrillero que se mantiene fiel a la lucha, aunque sin saber hacia dónde encausarla sin la guía de su comandante, a quién una enfermedad lo ha arrebatado del campo de batalla sin proveerles de un camino a seguir, ahora que el partido ha decidido el cese del conflicto armado. Por su parte, César intenta la conciliación desde su pérdida de ideales y las ganas de continuar con una vida lejos de la guerrilla.

 

A pesar de las tres décadas de diferencia y alejados espacio-temporalmente de la época de auge y declive de los movimientos guerrilleros latinoamericanos de los años 60, Prueba de fuego no puede sino encajar en el rompecabezas que constituye la actualidad venezolana y la de cualquier otro país que haya querido ser transformado por un sólo actor, en cualquier época, tan frágil y efímero como cualquier ser humano, que lejos de empoderar a los más débiles parece más bien restarles capacidades para reconocerse como individuos completamente competentes para hacer evolucionar a las sociedades por sí mismos y en conjunto.

 

Al finalizar la obra, la joven directora agradeció a cada uno de los integrantes del equipo, constituido por Patricia Aymerich en la producción y asistencia, los actores y la iluminación, a cargo de Oscar Tribizón. Así mismo, dedicó la función a Kluivert Roa, estudiante de 14 años asesinado durante manifestaciones en el Estado Táchira. “Como dijo el caricaturista Eduardo Sanabria: ‘por pensar en rojo se convirtieron en blanco”, culminaría Medina.

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