Dialoguemos

 Por Pedro Urruchurtu

@Urruchurtu

 

 

 

El pasado jueves se llevó a cabo un interesantísimo debate en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), con motivo de una reunión extraordinaria del Consejo de Permanente, solicitada por el gobierno venezolano con el fin de manifestar su postura frente a las sanciones individuales que el gobierno de los Estados Unidos de América decidió aplicar a funcionarios venezolanos por violación de Derechos Humanos. No quiero entrar en los detalles de las intervenciones, pero sí detenerme en lo que fue una de las afirmaciones del Representante de los EE. UU. ante la OEA, Sr. Michael Fitzpatrick, al momento de fijar postura:

(…) Mi gobierno ha escuchado el punto de vista de quienes consideran que no conviene hablar acerca de derechos humanos y del debido proceso en Venezuela porque dicen que esto incrementa la polarización en ese país y dificulta el diálogo democrático. Pero si la OEA está fundada sobre principios democráticos y si no nos pronunciamos ahora, ¿cuándo lo vamos a hacer? (…)

 

Esta declaración, tremendamente reveladora, puede analizarse desde dos perspectivas: por un lado, deja entrever una preocupante manera de actuar por parte de un sector opositor venezolano frente a las acciones del régimen venezolano contra los ciudadanos y, por el otro, el rol que deberían asumir los Estados miembros de la OEA en su compromiso en la defensa, promoción y protección de los principios y valores democráticos emanados de la organización y reiterados ampliamente en la Carta Democrática Interamericana.

 

Sobre la primera perspectiva, vale la pena preguntarse: ¿cómo es que los Derechos Humanos pueden constituir un elemento que dificulte el diálogo y aumente la polarización? ¿A qué se refería el Sr. Fitzpatrick cuando mencionaba que han escuchado el punto de vista de quienes consideran no conveniente hablar de esos temas? ¿Significa que un sector opositor hizo lo propio para que las sanciones, reiteradamente aclaradas como individuales, no llevaran su curso? ¿Entonces, los Derechos Humanos son un tema poco importante o poco urgente para un sector que sólo ve el voto como salvación cuando este pareciera más bien volverse una sentencia de muerte, producto de un silencio que no exige nada? ¿Servirá de algo salvaguardar una cuota de poder cuando el poder por sí mismo acabó la República?

 

Es decepcionante e irresponsable que parte del liderazgo opositor se preste a un juego de este tipo. ¿Acaso no son la violencia y la represión, como expresión de un discurso resentido y de odio, las que han polarizado el país? ¿Acaso no es el régimen el que con “diálogos” ha buscado legitimarse a sí mismo dificultando una verdadera y sensata solución a la crisis que vive Venezuela? No puedo olvidar aquella frase de “o dialogamos o nos matamos”, en la que, en realidad, pareciera que el único diálogo fue para darle mérito a la muerte.

 

No es coincidencia. Es el mismo chantaje de los que dicen que exigir condiciones electorales, promueve la abstención; que la gente en los barrios o la gente pobre no sabe de democracia o no sabe de libertad (pero sí sabe de voto, porque a eso si deben estar condenados siempre. A eso y sólo eso); o que hacer primarias no garantiza una victoria electoral y que por eso el consenso (de un grupo) elige a los mejores, subestimando al elector como si no tuviera conciencia o preferencia. Los chantajes y lugares comunes en la política hacen daño, y mucho.

 

Resulta no sólo deplorable sino hasta ofensivo con la memoria y el dolor de las víctimas que algunos partan del hecho de que el diálogo inicia por obviar el tema de los Derechos Humanos, cuando debería ser ese precisamente el punto de partida de cualquier diálogo que derive en una solución a la crisis y en una transición y no al atornillamiento del régimen… ¿o es eso lo que quieren quienes promueven tal postura?

 

¿Cómo debe comenzar el diálogo? Muy fácil, yendo a Ramo Verde, al Helicoide y los sitios de reclusión de presos políticos y exigir su liberación inmediata; reuniéndose con las víctimas de la represión, de la tortura, de la violencia desde la violencia que ha emprendido el régimen. No es posible que se pretenda “no hablar de eso”, porque “eso” convierte en nada a las víctimas y, a su vez, convierte en todo al régimen, aplaudiéndolo por llevarse por el medio el futuro de millones de venezolanos.

 

“Eso” me permite llegar a la segunda perspectiva abordada por el Representante estadounidense ante la organización. El régimen venezolano ha hecho hasta lo imposible por atacar a la OEA, y al Sistema Interamericano en general, pero es el primero en correr a denunciar un supuesto ataque, una supuesta injerencia y una supuesta amenaza a un país que es una amenaza de alcances para un país que no se alcanza a sí mismo y que es una amenaza para sí gracias a su gobierno.

 

¿Por qué en esa reunión no se escuchó a las víctimas de la represión? ¿Por qué darle silla y espacio al violador de Derechos Humanos y pedir solidaridad a un diálogo que, sin las víctimas, sólo sería un salvavidas para el victimario y no una indemnización y justicia para los afectados? Salvo contadas intervenciones de países que mostraron su preocupación por lo que ocurre en nuestro país, el resto prefirió darle un voto de confianza al régimen venezolano cuando el régimen de venezolano ha confiado todo su poder a perseguir a sus ciudadanos, en acabar con el país.

 

Los principios de la OEA y la Carta Democrática Interamericana tienen en su haber el deber de cumplirlos y hacer cumplirlos. He allí el hecho de que el Sr. Fitzpatrick afirme que si no hay un pronunciamiento ahora de cara a los principios democráticos de la organización, ¿cuándo va a ocurrir? Convenientemente el Sr. Insulza afirmó que no existen mecanismos legales para intervenir en países, pero olvida que el cumplimiento de la Carta Democrática y su aplicación en caso de rupturas o crisis democráticas, hace del rol de la OEA una corresponsabilidad con aquellos miembros que deben denunciar lo que ocurre en determinado país.

 

El Sistema Interamericano, único en el mundo, ha sido y debe ser la referencia democrática de la región, no organismos paralelos y creados bajo el sueño integracionista latinoamericano teñido de las más oscuras intenciones propias de mantener el poder y conformar clubes de amigos.

 

La gran reflexión aquí es, ¿quiénes están actuando y cómo lo están haciendo? Por un lado, unos pidiendo que no se hable de Derechos Humanos porque entorpece las posturas acomodaticias de algunos en cuanto a un diálogo que sólo fortalece su monólogo pero, por el otro, el régimen y sus cómplices regionales ignoran la violación de Derechos Humanos y hasta afirman que violadores de tales derechos lo hicieron en defensa de la democracia. Si unos ignoran el tema y otros lo omiten… ¿En qué se diferencian? Ojalá no sea muy tarde, ojalá.

 

A propósito de lo anterior, cierro con “Diálogo según un Dictador” de Rafael Cadenas:

Versión originaria: cuando yo dialogo no quiero que me interrumpan.

Versión segunda: yo dialogo, pero advierto que no cedo en mi posición.

Versión tercera: en diálogo, los que me contradigan deben reconocer de antemano su error.

Versión cuarta: después de cavilar, dictamino humildemente que el diálogo es innecesario.

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