Como chantajear a una sociedad provinciana

 Por John Manuel Silva

@johnmmanuelsilva

 

 

 

El pasado viernes en horas de la noche hackearon la cuenta en twitter de Lilian Tintori y pusieron a circular en su TL un audio con una supuesta conversación entre Daniel Ceballos y su esposa, Patricia Gutiérrez, alcaldesa de San Cristóbal. Fue la última de una larga lista de humillaciones públicas a las que fueron sometidos los Ceballos, y que incluyó otra grabación montada con una supuesta conversación entre Leopoldo López y el exalcalde tachirense, el traslado a San Juan de los Morros, donde permanece detenido en condiciones degradantes, y en la tarde del mismo viernes, la obstrucción del intento de visita de los expresidente Tuto Quiroga y Andrés Pastrana, quienes acudieron a verlo en la Penitencia General de Venezuela, donde se mantiene en huelga de hambre.

 

El chavismo ha tenido un profundo desprecio por la dignidad de sus adversarios, a los cuales no ve como opositores, tal como lo haría un demócrata, sino como enemigos, tal como corresponde al carácter socialista del gobierno. El socialismo es hegemónico y eso todavía no es entendido por muchos opositores, que siguen pensando que el gobierno comete sus abusos porque se le provoca y no porque su naturaleza sea eliminar todo vestigio de disidencia. La oposición, aún en los peores momentos de su popularidad, siempre representó a buena parte del país. La nuestra ha sido una oposición democrática y pacífica, rayando incluso en la indefensión y pasividad. El gobierno jamás ha querido convivir con esa parte del país que se le opone, no porque estos no tengan mayoría o fuerza, como creen algunos, sino simplemente porque la naturaleza del poder chavista es totalizante. De ahí que el gobierno no busque una derrota electoral o política, sino también moral, personal, humana. Las humillaciones y atropellos a los que somos sometidos a diario no son un exceso o los delirios de una fracción radical, son la naturaleza del proyecto político que encarna el chavismo.

 

Al gobierno no le basta con tener ilegítimamente privado de su libertad a Ceballos, a quien, recordemos, tienen detenido por negarse a reprimir las manifestaciones del año pasado. También requiere de su humillación. Esa a la que no fue sometido el fallecido Hugo Chávez, quien luego de encabezar un cruento golpe de Estado —y apoyar desde la cárcel otro aún más sangriento—, jamás fue humillado o sometido a indignantes condiciones de detención, tal como ha hecho su gobierno con tantos opositores, acusados de “delitos” que en nada se comparan a las sangrías del 92. Porque a la socialdemocracia adeco-copeyana se le podrán criticar muchas cosas, pero si algo dejó sembrado en Venezuela, es que más allá de muchos inaceptables abusos que aquí se cometieron, amén de episodios terribles como El Caracazo o la Masacre del Amparo, mal que bien los venezolanos nos habíamos acostumbrado a un cierto estado de convivencia pacífica entre distintos. Esa coexistencia democrática, contra la que torpemente insurgieron muchas de nuestras élites a principios de los 90’s para subirse al tren del militar golpista, llevó a que hasta enconados enemigos políticos tuvieran algún gesto de humanidad entre ellos, poniendo siempre al ser humano por encima de las ideas. Algo que hoy parece una lejana utopía.

 

Pero volvamos al audio: podrían señalarse muchas cosas, la más obvia es que el gobierno no tiene derecho a realizar esas grabaciones, que hacerlas implica una violación a las leyes y la constitución venezolanas. Del mismo modo, podría hablarse de la escuela que Vladimiro Montesinos, el siniestro jefe de inteligencia del fujimorismo, dejó durante la época en que permaneció oculto en Venezuela. Podría hablarse también de la presencia y actuación, cada vez más absoluta, de los organismos de inteligencia del Estado en las vidas privadas de los opositores. También del papel de los “patriotas cooperantes”, culpables de la cárcel de Rosmit Mantilla y Rodolfo González entre otros.

 

En fin, se podría decir tanto, pero concentrémonos en el contenido de la última grabación, la que soltaron horas antes de la manifestación buscando desmoralizar a los posibles asistentes a la misma.

 

En un guion que bien pudo haber sido de alguno de los programas de Laura Bozzo, se escuchan varios minutos de una pelea entre marido y mujer: hay una supuesta infidelidad que involucra al locutor y humorista Luis Chataing, hay un marido con el orgullo herido, hay una mujer fría y calculadora que apenas se justifica, y hay, como manda el guion de las teleculebras, una sorpresa de última hora: ¡Chataing es gay!

 

Casi podía escucharse el solo dramático de las radionovelas clásicas, ese que pueden escuchar en este enlace: http://www.dramabutton.com/

 

¿Por qué el gobierno suelta algo así, además de las razones obvias? Creo que porque en el fondo saben que seguimos siendo una sociedad bastante provinciana y que ese provincianismo cuasi colonial fue una de las razones por las que la figura de Hugo Chávez —el macho llanero y faltón que le ofrece “lo suyo” a su esposa públicamente, jodedor y vacilador pero con la autoridad suficiente para poner orden— caló tanto en la población venezolana. Somos una sociedad todavía pueril en nuestros prejuicios y si algo nos gusta es regodearnos en ello. Si siempre hemos sido así, ni hablar de cómo lo hemos sido en los últimos años, cuando nos hemos cerrado a la globalización, para enclaustrarnos cada vez más en una ideología conuquera, reaccionaria, conservadora y prejuiciosa que le teme al progreso y la modernidad. El chavismo, además de todo el desastre ocasionado, también ha servido para que seamos cada vez más mojigatos. Ya no podemos ni decir “vino” en televisión, la cual además de censurada políticamente, también fue limpiada de sexo y violencia. Hasta los videojuegos fueron regulados en la cruzada por la moral y las buenas costumbres. Y sin embargo, nunca habíamos tenido unas calles tan violentas y una sociedad tan inhumanizada. Contradictorias, como todas las cruzadas morales que han existido a lo largo de la historia humana, ha sido la lucha del chavismo por ocultar que tiramos, nos emborrachamos y decimos groserías como seres humanos que somos. La doble moral típica de las cruzadas, esa que cree que poniendo a la gente a hablar y comportarse bonito, se ocultan los horrores circundantes.

 

Si quieres ofender a alguien en Venezuela, dile marico. No le mentes la madre, no le insultes al papá o a los hijos. Solo infla los cachetes y dile marico. En cualquiera de sus derivaciones sirve: marico, mariquito, parcha, pargo, pato, argolla, galletica ‘e soda. Todas son buenas, y todas van a despertar al tigre que hay en el ofendido. Porque si hay algo que no aguantamos en Venezuela es que se dude de nuestra hombría. Que nos digan lo que sea, que nos saquen la madre o cualquier otra cosa, pero que nadie ose en este país de boludos (como decía uno de los pocos escritores comunistas realmente serios que hemos tenido: Argenis Rodríguez), a dudar de nuestras gónadas, esas que tenemos bien puestas.

 

El gobierno sabe que en Venezuela pocas cosas despiertan tanto el morbo como el saber quién se mete en la cama de quién, quién se coge a quién, y claro, la guinda del asunto: quién es el marico del pueblo, quien en este pueblo de machos con el pecho pelúo es el parcha, el pargo, el pato. No es casual que en la fulana grabación la palabra pato se pronuncia decenas de veces, y que minutos después de divulgarla “pato” ya era treding topic nacional.

 

 Tal vez muchos no lo sepan, pero Luis Chataing fue una figura importante para los de mi generación. 92.9 fm, la emisora donde trabajaba en los 90’s, fue un reducto de irreverencia para muchos adolescentes de la época, quienes crecimos leyendo Urbe y escuchando El show de la gente bella, El último round o El monstruo de la mañana, programa que me acompañó muchas veces camino al liceo. Chataing era entonces una figura irreverente y sagaz, un tipo que se alzaba contra los lugares comunes de la radio (Gustavo Pierral era su víctima predilecta) y que luego lo haría con la televisión, desde Ni tan tarde, esa joya de la televisión venezolana, al menos en su formato de media hora. El Chataing que todos conocen, el que surgió después del 2000, cuando se fue integrando a la misma televisión a la que criticó durante años, el Chataing inofensivo y correcto, el que salió bailando en el Miss Venezuela (que años antes había logrado satirizar como nadie en uno de los especiales más brillantes y subversivos que se recuerden en la televisión local), y el que luego se dedicó a hacer un humor adocenado y aleccionador, en la terrible tradición de Laureano Márquez, no me interesa. Supongo que es ese despecho que da al ver a los ídolos de la adolescencia envejecer, o será inmadurez. ¡Quién sabe!

 

Menos me gusta el Chataing político, el que protagonizó una película que apenas y si disimulaba su carácter de pre-campaña. El que desea emular a tantos que han creído que saber articular tres palabras en público ya los capacita para gobernar a un país. Y sin embargo, con todas mis reservas, siento un respeto por el Chataing que aunque ya no me hace reír, sí ha logrado calar en cierto sector del público venezolano, ofreciendo una resistencia humorística que ha llegado principalmente al sector más joven del país, ese que desde hace muchos años ha dejado de tener referentes importantes en Venezuela. El surgimiento de esa grabación busca golpearlo por eso, y en tal sentido es despreciable. No porque lo acuse de gay, sino porque el gobierno presume que el sector al que influye el humorista es tan débil mentalmente que dejará de seguir a Chataing por esa razón. Es un razonamiento tan primitivo el del gobierno: “vamos a decir que este tipo es marico y así desmovilizamos a quienes lo siguen”.

 

Más despreciable es lo hecho con la dignidad de Patricia Gutiérrez, sus hijos, el propio Daniel, sometidos a este guion de mala telenovela, de talk show tercermundista, solo para quebrarlos moralmente. Un razonamiento igual de cavernícola: “Vamos a decir que la esposa del tipo es puta y así nadie irá a marchar mañana y lo jodemos”. Así de básico es todo: vamos a decir que las mujeres que se me oponen son putas y que los hombres que se me oponen son maricos.

 

Quiero creer que esta sociedad ha ido aprendido, a fuerza de tanto dolor y rabia acumulados durante estos años, lo patético del provincianismo, y por tanto no nos dejaremos quebrar moralmente con algo tan simple como un chantaje homofóbico y misógino. Quiero creerlo, de veras que sí. 

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