¿Somos mudos?

Por Gabriel Reyes 

@greyesg

 

 

 

La política no es el ejercicio inefable de micrófonos y cámaras, ni es el concurso de rostros para vallas y pancartas, ni es el verbo divorciado de la acción, ni la promesa sin cumplimiento, ni las agendas particulares sobre la única agenda que nos debería importar a todos y que se llama Venezuela.

 

Analizar el riesgo que se corría con que la marcha del sábado se convirtiera en una nueva «Salida» como la del año pasado era un tema plausible, razonable, lógico y hasta inteligente. Las condiciones estaban dadas para que el gobierno satanice la manifestación popular y para que, al igual que el año pasado y demostrado ampliamente por los medios de comunicación, fuera infiltrado un acto de participación democrática y lo convirtieran en un nuevo y lamentable episodio de la crónica roja del ejercicio del disenso en Venezuela.

 

Con un proceso electoral parlamentario a menos de seis meses, según los optimistas, esos que no saben cuándo es ni les interesa porque igual dicen que para el 5 de enero tienen que haber nuevos diputados, es riesgoso que la ingobernabilidad generada a través de la calle interrumpa la agenda y retrase, congele o elimine el hito electoral de las fechas próximas.

 

Todo esto pudo pasar por las cabezas de quienes consideraron que el símbolo de la oposición en Venezuela, la marca paraguas de la alternativa democrática, el ícono del cambio se pronunciara sobre no apoyar la marcha convocada por Leopoldo López en el ya muy divulgado video.

 

Ahora bien, suponiendo que todas las razones antes expuestas para no ir fueran válidas, ¿el mecanismo de comunicación utilizado fue el óptimo? ¡Creo que no! Todos los partidos que conforman la MUD menos los que convocaron y otros que confirmaron su asistencia representan menos del 12% de los electores venezolanos. Entonces, quién impide a los ciudadanos demócratas, cansados de tanta barbarie, escasez, impunidad, corrupción, inflación, mediocridad, devaluación, inseguridad, abandono, negligencia, complicidad y pare de contar los motivadores que empujan al pueblo a la calle a ejercer un derecho sustantivo del ciudadano: El Derecho a la Protesta. Esa cívica, organizada y no infiltrada. Esa que reúne a quienes pensamos diferente y construye una masa que le demuestra a la otra parte del país que no estamos de acuerdo en cómo se hacen las cosas, y le demostramos a quienes tampoco están de acuerdo pero no salen de sus casas, que nadie nos va a resolver nuestros problemas sino nosotros mismos. ¡Y le demuestra al mundo a través de las diversas pantallas que Venezuela pide un cambio a gritos!

 

Quienes marchamos el sábado no somos todos acólitos del convocante, ni militantes de su organización, ni ellos pueden atribuirse nuestra presencia como una cuota de su capital político. Quienes marchamos lo hicimos porque nos cansamos de quedarnos en nuestras casas esperando que el twitter nos diga lo que pasa en nuestro propio país, y que cuando lo leemos perdemos la capacidad de asombro sobre las barbaridades que se denuncian local e internacionalmente.

 

Quienes marchamos encontramos en la calle una válvula de catarsis civilizada para drenar el descontento, la frustración, la desesperación de ver como nuestra vida corre peligro cada día más, que nuestro sueldo se diluye entre nuestros dedos evaporada por una inflación y devaluación voraces, y que mientras todo esto pasa lo único que se oye del lado del río de los «buenos» es que todos vamos a votar en unas elecciones que no nos dicen cuándo serán.

 

Yo no vi a  «cuatro gatos», por lo que estoy convencido de que el miedo no se ha apoderado de la psique colectiva, que la desesperanza no nos ha invadido por completo y que no nos hemos convertido en inermes seres conformes que nos adaptaremos a la presión que el proceso ejerza para convertirnos en súbditos incondicionales de una cleptocracia que nos arruina día a día. El sábado me di cuenta que como no nos merecemos lo que tenemos, despertaremos de esta pesadilla porque muchos no somos indiferentes al llamado a luchar por nuestros propios derechos pisoteados.

 

Las ausencias no fueron un acto en apoyo a  los «líderes» que rechazaron esta convocatoria. Endosarse la inasistencia, sería una miopía sideral, que rayaría en la ceguera absoluta. Pero en algunos meses, los mismos que el sábado no fueron y que balbucearon incoherencias para no ir, nos llamarán para ir a votar por ellos para hacerlos diputados, y así lograr el cambio esperado.

 

El cambio, queridos compatriotas, está atado inexorablemente al deseo de cambiar, y eso nace en el corazón de cada elector que se sienta motivado por alcanzarlo. Y esto no está divorciado con el ejercicio de la democracia en todas sus facetas. Debieron darle libertad de conciencia a los militantes y seguidores de los partidos para asistir  a la manifestación y así, con delicadeza, se expresa el desacuerdo, pero se garantiza el libre albedrío.

 

Con sol o lluvia, estaremos en la calle. Y eso no cambiará mi poca o mucha motivación por votar cuando le plazca al ente rectoral convocarnos, pero yo marcho porque no soy mudo, y en Venezuela debemos todos gritar para que nuestra voz retumbe en el mundo y entiendan que el cambio es necesario y eso es ¡YA!

 

¡Amanecerá y veremos!

 

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Guayoyo en Letras