Páez y Falcón se reúnen en Carabobo

Por Jimeno Hernández 

@jjmhd

 

 

 

Ciudades y pueblos han sido destruidos, los cielos se han nublado de zamuros y los cadáveres se apilan a las orillas de caminos y ríos. Los campesinos han cambiado el arado por las armas y abandonado las tierras para aventurarse por los trillos de la muerte. Vastas extensiones que solían ser haciendas productivas han sido arrasadas por invasiones, saqueos y la candela.

 

Después de dos largos años en los que reinan la violencia, la pobreza, el hambre y la enfermedad, existe en todos los ánimos el deseo de retornar a la paz y tranquilidad. Corre el año 1861 y ha estallado la Guerra Federal. El anciano General José Antonio Páez ha proclamado su dictadura y ofrece a sus compatriotas trabajar incansablemente por cosechar el olivo de la paz en Venezuela. Para ello ha iniciado contactos con el propósito de pactar una entrevista con aquel quien se autodenomina Jefe Supremo de la Revolución Federalista, un General oriundo de la Península de Paraguaná llamado Juan Crisóstomo Falcón.

 

Largos meses transcurren en un ir y venir de papelitos por todo el territorio nacional para conseguir que estos dos hombres puedan sentarse a dialogar en persona, pero es después de casi un año que finalmente pactan un encuentro. Eso sucede el 12 de diciembre en el Campo de Carabobo, sitio donde el caudillo de los llanos ganó la batalla que selló la libertad de Venezuela hace más de  cuarenta años.   

 

Allí llega Páez a eso de las diez de la mañana y tiene que esperar dos horas y media a que llegue Falcón. Jamás se han visto las caras y lo primero que hacen es darse la mano y abrazarse. Luego cruzan unas palabras usuales de cortesía y, después de un par de minutos, se retiran a solas para conferenciar juntos e intercambiar opiniones sobre los destinos de la República.

 

Un poco más de media hora dura la reunión de los caudillos. Todos se sorprenden que haya durado tan poco tiempo pues existe una infinidad de cuestiones a discutir para lograr un armisticio entre conservadores y liberales. Cuando alguien le pregunta a Falcón que presume por lo oído, visto y discutido con el General Páez, este responde diciéndole que habrá paz. Entonces uno de los generales presentes sonríe ante semejante afirmación y señala a tono de chanza:

 

-Entonces vamos a tener que encerrarlo a usted con Páez para que obligadamente pacten la conciliación de los partidos.-

 

Falcón suelta una risa socarrona y le responde:

 

No hay necesidad que nos encierren. El General José Antonio Páez y yo estamos en perfecto acuerdo. Los que se tienen que encerrar ahora son nuestros ministros para que fijen y arreglen los detalles del convenio.-

 

Todo parece ir encaminado hasta que proceden a reunirse los consejeros de ambos bandos y el encierro no rinde frutos. El General Páez no acepta las proposiciones del General Falcón ni para reformarlas. Las rechaza de buenas a primera y este hecho demuestra que las partes se encuentran lejanas a formular un arreglo que traiga un cese a las hostilidades.

 

José Antonio Páez, al igual que el expresidente Manuel Felipe Tovar, no entiende o parece no querer comprender la gravedad del asunto que enfrenta y lo que significa el grito de la Federación. No le hace justicia a las consecuencias que acarrearán la continuidad de este conflicto ni le da la importancia que merecen, craso error del viejo “Centauro de los llanos”. Las pasiones y su ambición lo ciegan, se niega a ver que la revolución federal defiende un principio encarnizado en las aspiraciones de la masa popular y que esta es incontrolable.

 

Una vez rotas las negociaciones de paz en Carabobo cesa la expectativa en el país, las hostilidades de Guerra Federal continuarán y solo Dios sabe por cuánto tiempo. El “Ciudadano Esclarecido”, ese que todos aclamaban, ha fracasado en su misión de cosechar el olivo de la paz y su elevación al poder, que ha sido vista y recibida con agrado por muchos hombres importantes de distintos gremios sociales, ahora se convierte en un problema para todos.

 

Las cosas seguirán por los mismos caminos que antes, la solución a todo siempre es la guerra y en lugar de un gobierno constitucional, democráticamente elegido y presidido por hombres serios, honrados y educados, el país será regido por el gobierno dictatorial personalísimo de un anciano militar.

 

Pobre Venezuela, a que triste extremo la han conducido los odios, las pasiones,  la ineptitud y la terquedad del Dictador y el Jefe de la Federación.

 

Y pensar que a la República le esperan peores tiempos.         

 

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