La maldición del petróleo y la renta…

Por Werner Corrales Leal

@wernercorrales 

 

 

 

¿Vendemos el sofá para salir de ella?

El título que hemos dado al presente artículo llama la atención sobre algunas explicaciones que circulan acerca del origen de nuestra crisis actual, las cuales expresan un enfoque ingenuo según el cual la causa de nuestras dificultades está en que tenemos petróleo y que derivamos de él una renta muy cuantiosa.  No, ni tener petróleo es una maldición para Venezuela, ni derivar renta de su comercialización nos condena a un futuro cada día peor. Mucho menos puede afirmarse que la salida a nuestra crisis de 37 años pase por desprenderse de la renta, repitiendo la conducta del marido burlado que vendió su sofá de muchos años, porque acababa de descubrir que en él se había consumado el engaño de su pareja.

 

El deterioro que vive Venezuela ya data de casi cuarenta años y corroe día a día el sistema económico, la estructura institucional, el juego político y los valores y cultura de los venezolanos. Se trata de una profunda crisis de desarrollo, y como tal no tiene sus raíces en una causa sino en un sistema complejo de relaciones que da origen a conductas sociales que llamamos rentistas. Salir de nuestra crisis requiere interpretar esas conductas y los marcos institucionales que las han propiciado, para entonces acordar y poner en práctica las reformas que sería necesario realizar.  

 

Es un hecho que en los últimos 90 años, una proporción muy alta de los ingresos del Estado venezolano ha provenido de la “renta petrolera”, concepto que expresa la diferencia que hay entre los precios de realización internacional del petróleo y los costos de su producción y comercialización, incluyendo en ellos una “remuneración normal” al dueño del capital. Por esta razón  suele decirse que tenemos un Estado Rentista desde los años 1920, queriendo expresar que él obtiene la mayor parte de su ingreso de la exportación de hidrocarburos; pero esta expresión no refleja las conductas rentistas del Estado y de las élites que se acentuaron y consolidaron desde mediados de la década de 1970, en las cuales el uso de la renta no favorece el desarrollo del país sino que más bien lo inhibe.

 

Desarrollo, creación de capacidades y utilización de la renta

El desarrollo de una sociedad, proceso sostenido de expansión de las capacidades y libertades de sus miembros, requiere que todos los individuos tengan oportunidades reales de formación de capital humano, capital económico, capital político y capital social, y que los imaginarios colectivos deriven hacia valores y actitudes de autonomía ciudadana, en que los logros se conciben como resultado de los esfuerzos individuales y la cooperación.  Desde los años 1980, en cualquier sociedad democrática se vive una tendencia creciente a que los individuos y las asociaciones privadas asuman la formación de esos capitales, especialmente el capital económico productivo, mientras las instituciones del Estado protegen a los individuos de la violencia y la coerción, contribuyen a fomentar la cultura ciudadana comentada, invierten en infraestructuras para crear economías externas que incentiven el crecimiento de todas las oportunidades, y velan porque el acceso a las mismas sea equitativo para todos los individuos.   Aun dentro de esta lógica general, en los países en desarrollo la inversión en capital humano (educación y salud) se mantiene fundamentalmente como responsabilidad del Estado.

 

La historia de nuestro desarrollo de los últimos 57 años ha transcurrido de manera distinta, hasta llevarnos a las conductas rentistas que se posicionaron a mediados de la década de 1970. Desde 1958 en adelante, Venezuela comenzó a implementar exitosamente un  Proyecto de País orientado a objetivos de desarrollo como justicia social, industrialización y reforma agraria, universalización de la educación y  democracia representativa, incluyendo la defensa de esta última frente a la subversión de izquierda, todo ello apoyado en un pacto de gobernanza tripartito en que el manejo del  ingreso petrolero por el Estado (que incluye la renta) fue el instrumento de conciliación de intereses. La dinámica acelerada de formación de capital humano, económico y político por los tres aliados mantuvo la cohesión del pacto hasta que irrumpió el boom de precios petroleros de 1974, pero de ese boom nació una hegemonía del Estado Rentista en la conducción del Proyecto de País; la inversión productiva se hizo fundamentalmente estatal  y se rompió el equilibrio político en el pacto de gobernanza tripartito. La nueva lógica que aquí nació es la conducta rentista que nos lleva hasta finales del Siglo XX y que se proyecta profundizándose durante el gobierno del régimen chavista.

 

¿En qué consiste  la conducta rentista venezolana o  “nuestro  rentismo”?

El rentismo venezolano es una conducta de los actores fundamentales de la sociedad, por la cual se aplican los egresos del Estado (soportados en ingresos que incluyen a la renta) para reproducir las relaciones de poder entre ellos y no para crear oportunidades de que todos los individuos tengan acceso real a los capitales. Las trampas del rentismo son conductas de los actores que llevan a círculos vicios en lo económico, político y cultural; no consisten en “la maldición de tener petróleo” ni en que la mayor parte de los ingresos del Estado provengan de la actividad comercializadora de hidrocarburos.

 

La trampa (el círculo vicioso) de carácter económico, opera desde finales de la década de 1970 cuando el Estado redujo la fracción de sus egresos aplicada a la creación de capitales y en cambio elevó la fracción dedicada a subsidiar consumos con el propósito declarado de “mantener la paz social”. Lo hizo en niveles tales que desde entonces ha requerido endeudarse más allá de su capacidad de repago en situaciones de renta reducida, y entonces rompió la Regla Fiscal que había mantenido desde la década de 1920 y disparó una inflación que ya lleva 40años, la cual reduce día a día el ingreso real de todo venezolano que no pueda “dolarizar su salario”. La pobreza definida en términos de la línea de ingreso se elevó del 25% de la población en 1975 al 70% en 1995, lo que en esta lógica “justifica” día a día aplicar más egresos del Estado a subsidiar consumo, o a “pagar la deuda social” en términos del chavismo, y menos a promover capacidades en la gente, y conduce a endeudarse más y financiar monetariamente más el gasto público. El resultado de esta primera trampa es que “Mientras más solidarios se es con los pobres, más pobreza se genera”.

 

La trampa (círculo vicioso) de carácter político, consiste en que los partidos en función de gobierno aprovechan la lógica económica descrita en párrafos anteriores para mantener cautivos “clientes” que votarán por ellos como vía para tener derecho al subsidio permanente, o para acceder a la oportunidad de recibir protecciones y otras transferencias. No se trata solamente de los pobres; desde los años 1960s hasta hoy muchos empresarios están ligados al Estado por contratos y/o por protecciones para producir sin competir.

 

En fin la lógica económica rentista consolida unas relaciones políticas, de poder y dependencia, que promueven una conducta clientelar de la cual “se benefician” a corto plazo los pobres, las élites económicas y los partidos. Ese patrón hace aguas en el fondo y no puede mantenerse en el mediano plazo porque la renta per cápita disminuye notablemente a partir de los 80s y solo se la puede suplir con emisión monetaria que incrementa la inflación y eleva la fracción de población en situación de pobreza, mientras la discrecionalidad y la relación clientelar  de partidos y empresarios propicia la corrupción en unos y en otros. Los efectos del populismo clientelar terminan por descomponer, desprestigiar  y hacer perder la confianza en las instituciones que “administran” el Proyecto de País de la Democracia; en eso consiste la trampa política del rentismo.

 

Y por último, la “trampa cultural” del rentismo puede describirse a través de la influencia que ejerce en los diversos grupos sociales venezolanos la sostenida dependencia económica y política antes descritas, la cual se expresa en el reforzamiento de valores, actitudes y creencias que conducen a la pasividad frente al Estado, al culto al nacionalismo heroico y a la explicación ingenua de la economía y la pobreza. Todo ello predispone a la mayor parte de la sociedad a aceptar y a hacerse parte del modelo económico político del rentismo. No solo es la cultura de vivir sin trabajar,  esperar todo del Estado o apropiarse del tesoro público, frases con que los segmentos “modernos” de la población pretenden endilgar a los pobres y a los políticos la culpa del populismo.  Se trata de todo un entramado de relaciones políticas y económicas que se refuerzan con una cultura populista en la que participan todos los grupos sociales de Venezuela.

 

No bastan la razón y las soluciones técnicas  para librarnos de ese rentismo

Hay un razonamiento muy empleado en círculos técnicos por el cual se suele reducir los impactos negativos del rentismo sobre el desarrollo al “gasto pro-cíclico” del Estado venezolano y a la reducción de los ingresos de hidrocarburos que se produjo en los años 80, pero él no desnuda la realidad de la economía política implícita ni el carácter de “trampa” o círculo vicioso que tiene ese modelo de conducta. Y finalmente, esa “visión técnica” no relaciona satisfactoriamente las conductas rentistas con la pérdida de confianza de la sociedad en sus élites y sus instituciones, que resultan de que estas hayan mantenido o soportado las conductas rentistas que niegan oportunidades de progreso a todos.  

 

… No hay ninguna maldición en el petróleo y en la renta, hay una lógica de economía política regresiva para el desarrollo, y eso es el rentismo… 

 

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