Cero paja

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

La sicología barata que pulula por las mentes de algunos -Dios quiera que  no sean tantos como parece- afecta a todos los venezolanos.

 

“El respirito”, “las válvulas de escape”, “la esperanza, que es la última que se pierde”, son tan enemigos del país como esta miserable suerte de cúpula mafiosa que se encarga cada día de inocular putrefacción en la vida del país.

 

La resignación, por dosis, la sumisión, por “necesidad”, la entrega “mientras tanto”, no hacen más que aplaudir -sin mover las manos- la estrategia de desactivación que adelanta -con éxito- el régimen de improvisación que detenta el poder en Venezuela.

 

Así como es -y siempre fue- mentira que cada niño venezolano nace con su arepa, o que este es “un país rico”, también es mentira -y siempre lo será- que la fecha de un cambio posible está marcada, definida en un calendario. También lo es que, el día después, la tarea estará hecha.

 

Para que se produzca un cambio; lo primero que debe generarse en cada individuo, es la necesidad de transformación; y eso solo será posible si se deslastra la autoconmiseración; si la lástima, con su pizca de lamentación, se hace a un lado, para reconocer que esto que vivimos, que padecemos, definitivamente no nos lo merecemos.

 

Es cierto que hay una porción de venezolanos que, posiblemente por ignorancia, aún no ha comprendido la dimensión del desastre. Que se cree los cuentos de sábana, que se felicita por un anuncio de aumento salarial, o que argumenta que no transa sus negociaciones en dólares.

 

Pero también es cierto que en el seno de esas familias oprimidas y desesperadas por la migración de sus hijos, sobrinos, nietos, amigos; hay suficiente formación para priorizar, y comprender que el objetivo es uno solo; que desviarse en capítulos subalternos, es hacerle el juego a la división, a la tramoya, al continuismo.

 

Ahora más que nunca; y cada vez que haya alguna oportunidad será así; hay que enfilar los esfuerzos hacia el reconocimiento de la realidad. El voto del próximo 6 de diciembre es importante, clave, crucial, definitorio; pero ni por asomo es la única acción que debemos asumir.

 

Hay que ir a votar; y además, hay que ir a votar bien.  Hay que saber por quién votar; hay que definir el plan de acción. Prepararse para una cola muy larga; y al mismo tiempo para un proceso sencillo y rápido. Hay que pensar que es posible ganar; pero -y es muy importante- tener claro que pueden intentar, e imponer, su propia versión de los hechos.

 

Prepararse no es ir a comprar -si se consigue- más latas de atún de lo habitual. Prepararse es asumir el desafío que tenemos por delante, en conciencia, con mentalidad, con pensamiento. Prepararse es hablar todos los días de esta locura que padecemos, es no permitirse el “lujo” de las “válvulas de escape”, es reconocer en cada momento, el impacto de esta política de marginación en lo político, en lo económico, en lo social.

 

Y es reconocer la perversidad del régimen, no con chistecitos absurdos, sino con la molestia, con la rabia, con la desazón, con todas las emociones que esa perversidad desatan.

 

Estos días que restan para la elección parlamentaria, no son para organizar una fiesta democrática, de comparsa y visitas casa por casa para relanzar la esperanza. No; son para incentivar la necesidad de rescatar un poquito -al menos- de los valores que alguna vez hubo; y en ese sentido, promover la transformación necesaria.

 

La sicología barata, dejémosla para aquellos que creen que les aumentaron el sueldo. Nosotros, asumamos el inmenso reto de saber que esto es una sociedad en escombros, descompuesta, vuelta leña, desesperada, avergonzada, triste, afectada, sodomizada; que reclama la apertura de oportunidades; únicamente posibles, si cada uno se atreve a romper la cápsula en la que vive; y se define de cara a lo que le conviene como persona, y en consecuencia, como miembro de la sociedad.

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