Plan antigolpe y guerra desesperada

Por Armando Durán

@aduran111

 

 

 

Nadie puede pasarlo por alto. Basta pasear la mirada por el tumultuoso escenario de la revolución “bolivariana” para percibir la decadencia de Venezuela, otrora espejo de libertad y progreso donde aspiraban a mirarse nuestros hermanos latinoamericanos, hoy en día páramo físico y espiritual del que millones y millones de venezolanos desearían escapar cuanto antes. De ahí que una honda sensación de desasosiego se enquiste en el fondo del alma nacional y nos induzca a glosar la terrible frase que le sirvió a Mario Vargas Llosa de punto de partida a Conversación en La Catedral, quizá su mejor novela y sin duda la más dolorosamente comprometida con su país: ¿Cuándo se jodió Venezuela?

 

Podemos ensayar múltiples respuestas para satisfacer esta inquietud, pero lo que de veras salta a la vista es el devastador efecto ocasionado por una supuesta revolución que hace 16 años se comprometió a rescatar a millones de compatriotas que vivían en la exclusión y la pobreza, promesa que no se ha cumplido en absoluto sino todo lo contrario, a pesar de la inmensa riqueza generada por más de una década de boom petrolero.

 

Tras estos penosos años de retrocesos y sinrazones, lo único que ahora le ofrece el régimen al país son los discursos de Nicolás Maduro. Peroratas diarias, transmitidas en agotadoras cadenas de radio y televisión, desprovistas de contenido real, deshilvanadas y tremendamente aburridas, como último e infructuoso recurso presidencial para intentar eludir el peligro que le aguarda en la sombría encrucijada del 6 de diciembre. Un fracaso evidente del régimen a la hora exasperada de intentar suavizar el impacto emocional que producen en Miraflores las colas interminables frente a mercados y farmacias, la hiperinflación galopante, la resurrección de epidemias casi prehistóricas, como la malaria, y el dominio de un hampa que actúa despiadadamente y con impunidad a todo lo largo y ancho del país.

 

Estos discursos desesperados de Maduro, en realidad, sólo han logrado afligir aún más a los venezolanos, abrumados por la magnitud de la crisis y por la desconcertante amenaza con que él nos acosa desde que los números de todas las encuestas registran una verdad ineludible: el régimen ya perdió las elecciones de diciembre. Incluso en el fortificado bastión chavista del 23 de Enero, porque, según su visión personal de este punto estratégico del proceso,  la oposición se ha puesto a conspirar de nuevo con el imperio y con Álvaro Uribe, sus enemigos de siempre, para desarticular la economía nacional y generar así un malestar social que le abra las puertas de Venezuela a la contrarrevolución, cuya única y criminal finalidad es despojar al pueblo de los logros luminosos de su revolución.

 

En el marco de su proyecto golpista, la oposición, que por definición oficial es la principal enemiga del pueblo, se dispone a desvirtuar la naturaleza democrática de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre mediante el desconocimiento de sus resultados. Nada más natural, pues, que para defender a como dé lugar los intereses y los derechos del pueblo, Maduro haya decretado estados de excepción en buena parte del país, haya creado 99 distritos militares para mejor articular la defensa de la revolución y nos advierte que ya tiene listas mil nuevas celdas carcelarias donde encerrar a quienes pongan la torta antes, durante y después del 6 de diciembre.

 

Lo cierto, hay que reconocerle su sinceridad, es que durante estos pésimos tiempos para Venezuela, Maduro ha sido cada día más explícito. El pueblo, viene sosteniendo hasta el cansancio, no permitirá que le quiten su revolución y ganará las elecciones “como sea.” Una inadmisible firmeza autocrática que el pasado jueves, para que sepamos que su ultimátum a la nación no es una bravuconada más sino el anticipo de lo que bien puede ocurrir, lo llevó al inaudito extremo de afirmar que, en el supuesto negado de que la oposición gane esas elecciones, “Venezuela entraría en una de las más turbias y conmovedoras etapas de su vida política.” En otras palabras, que si el 6D la oposición comete el disparate de derrotar al régimen en las urnas electorales de ese día, “la revolución pasaría a una nueva etapa”, con la formación de un gobierno popular cívico y militar que, aliado al de Cuba, asumiría la responsabilidad de conducirnos, no hasta el 2019, sino hasta el 2030. De lo cual se desprende, si tenemos ojos para ver y oídos para escuchar, una conclusión sencilla y terrible: o el régimen gana estas elecciones “como sea”, o Maduro convierte a Venezuela en un auténtico campo de batalla. Eso, y al parecer nada más que eso, es lo que nos espera dentro de 5 semanas. ¿O no?

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