Mensaje directo

Por Alfredo Yánez Mondragón

@incisos

 

 

 

Hay frases que marcan la diferencia, mensajes que establecen un objetivo claro y decisivo. En la actual coyuntura hay dos órdenes políticas en la calle. Una se refiere a ir a votar, y a defender ese voto< sin mayores indicaciones. La otra, va al grano, se refiere a ganar como sea.

 

Improvisada o no, con multiplicidad de escenarios posibles, la orden de ganar como sea es muy fuerte, y no tiene contrapeso en función de los valores de la democracia, ni tampoco en el sórdido terreno de la igualación hacia abajo que tanto se intenta replicar.

 

No se trata de lanzar una versión buena de la manida frase amenazante, como se hizo con la cuña de los motorizados. De lo que se trata de es de advertir que el objetivo de victoria tiene un antes, un durante y un después, y que ese después no se queda con la mirada perdida en una baranda.

 

Los estrategas están muy ocupados por estos días vendiendo ilusiones (a quienes les pagan), parece que ninguno de los que trabajan por las “buenas causas” se han paseado por el alcance, en toda su dimensión, del descontento.

 

Hay equipos políticos convencidos de que el descontento es directamente proporcional a la intención de voto, y hay otros peores que asumen que el descontento se diluirá por el simple hecho de ir a votar.

 

¿Qué pasará cuando arranque la operación remolque-prórroga? ¿Qué pasará cuando se active el cómo sea? ¿Qué pasará cuando se anuncien los resultados?

 

El país descontento merece mensajes clave, merece la información necesaria para actuar, y esa información no se le está dando. El triunfalismo dosificado, pero triunfalismo al fin, sigue haciendo de las suyas, y podría transformar un escenario esperado como nunca, en el mismo escenario de decepción como siempre.

 

Subestimar el descontento, creer que los efectos de la polarización transmutaron de cara, pero que todo sigue igual, puede ser uno de esos errores que no se contarán en los libros de historia, pero que redundarán en la vida de las próximas generaciones.

 

Urge articular un mensaje claro y suficientemente contundente para estar atenidos, que no se esconda en diminutivos, que encare la dura realidad y que invite a asumir un compromiso moral, más allá de las euforias, y de las promesas electorales que nada tienen que ver con la labor parlamentaria.

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