Ledezma, con una disculpa

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“La educación pública es un deber de la sociedad con sus ciudadanos. Esa obligación consiste en no dejar permanecer ninguna inequidad que produzca dependencia.” 

“L’instruction publique est un devoir de la société à l’égard des citoyens. Cette obligation consiste à ne laisser subsister aucune inégalité qui entraîne de dépendance”

Nicolas de Condorcet.

Para olvidar y sanar de verdad hay que aprender a perdonar. Ego te absolvo. A menudo eso implica aprender a perdonarse a si mimo.  Sea como sea, aprender a perdonar (y/o a perdonarse) exige mucho esfuerzo (a veces toda una vida). La mayoría, una vez consumado un daño, lo que queremos es partir, dejar todo atrás, comenzar a olvidar. Esa es la actitud de tantas personas que han subido el martirio de los huracanes de ideologías que imponen verdades absolutas y destructivas, esclavizadoras o fratricidas. Y quizá huir y olvidar es el medio más natural para mantener la salud mental. Olvidar y seguir con la vida.

Dos sacerdotes budistas se desvestían y colocaban sus enseres sobre un tablón preparándose para atravesar el ancho y taciturno río a nado. Ya con las rodillas en el agua, apareció una joven y desde la orilla les pidió ayuda. Les dijo que a menudo ella atravesaba ese mismo río abrazada a la espalda de su padre o algunos de sus hermanos pero que sola no se atrevía a desafiar la corriente. Uno de los sacerdotes le explicó que lamentablemente sus votos les prohibían tal acción. La joven insistió explicando que su padre se encontraba enfermo del otro lado, por lo que debía atravesar el río para ir a darle asistencia. El otro sacerdote se le aproximó y le dijo que podía aferrarse a sus espaladas. La joven se desvistió y colocó su ropa sobre el tablón. El cruce les tardó varios minutos. El primer sacerdote empujaba el tablón y el segundo llevaba a la chica aferrada a sus espaldas. Ya del otro lado, la joven agradeció la ayuda, se vistió y siguió su camino hacia su casa. Los dos sacerdotes también continuaron el largo camino que les quedaba. Como a la tercera hora caminando en silencio uno de los sacerdotes exclamó, “¡¿Cómo pudiste?! Te has avergonzado a ti mismo violando las reglas más sagradas de nuestra orden, teniendo una mujer desnuda a tus espaldas!” El segundo sacerdote lo miró y con paciencia contestó, “Cierto, yo tuve esa joven en mis espaldas y quizá fue una infracción, pero yo la solté hace horas al borde del río, ¿cuándo la vas a soltar tú?”

Antonio Ledezma, como político, me molestaba. Lo admito. Siempre lo percibí como un arribista asechando alguna elección o algún cargo, incapaz de deslindarse de los errores y exabruptos del liderazgo y de su partido. Por lo menos no recuerdo haberlo visto o escuchado denunciar las corruptelas de sus camaradas en aquellos tiempos. Y muchas veces lo escuché repetir el mismo discurso robótico, un potpurrí lleno de referencias convenientes, de promesas estupendas, de denuncias incompletas, de arrojo mal vestido pero ante todo me molestaba el imitado estilo y verbo de Carlos Andrés. Ya que siempre hay que estar pendientes de los políticos porque son o pueden ser los administradores de la nación en el futuro, Antonio Ledezma, para mí, había quedado fuera de la lista. Para mí era un advenedizo, demagogo populista más. Pero admito que el tiempo me manifestó lo equivocado que estaba. Y en muchos niveles. Me dejé distraer por el tono y el verbo, y no vi el contexto. Quizá entonces no supe reconocer que lo que hoy veo en Antonio José Ledezma, meritos presentes en personajes como Oscar Árias, Desmond Tutu y en Lech Walesa. Una especie de claridad, sencillez, grandeza y humildad. Pero como venezolano, hemos dejado escapar muchos personajes con grandes potenciales, estadistas que hubiesen guiado a esta pobre nación rica por otros rumbos.

En 1792, Nicolas de Condorcet siendo electo Diputado durante los momentos más delicados del fervor revolucionario tuvo el coraje de proponer ante la Assemblée una reforma educativa. Es la primera vez que se contempla la educación jerarquizada, universal y gratuita que, además incluía a las niñas. La propuesta era elevada, preclara y revolucionaria pero los jacobinos intoxicados con la obsesión de la égalité la rechazaron alegando que—no se habían librado de la monarquía y la nobleza para que ahora se le impusiera a la nación una “aristocracia de instruidos”.

Obviando su traición de tiempos cuando fue Comandante, Chávez fue electo Presidente y regresó a ser un Comandante. Un Presidente preside, es decir, lidera, no comanda. No es un mandamás. Es un guía. Utilizó a las personas pero por miedo a quedar ensombrecido, nunca exaltó capacidades. Evocaba temor más que respeto. De sus acólitos enalteció la lealtad hacia él y nunca las probidades hacia los objetivos. Sabía torear las numerosas crisis pero nunca las resolvía. Supo cómo administrar para lo inmediato pero no para el futuro. Un líder recompensa a quien se lo merece por ser eficiente, constante, dedicado y responsable. Pero Chávez se recompensó a sí mismo, a su familia y a sus acólitos. Aunque se le vio públicamente denunciado hasta a sus propios ministros, nunca se le vio.

Para empezar, si le critico a Ledezma, María Corina, Leopoldo, o a cualquier político su arribismo, descalifico una aptitud que es vital en todo político. Si invalido la ambición como motivación personal estoy anulando el origen de la excelencia. Y por ambición me refiero a querer tener pero también saber. Queremos políticos ambiciosos, visionarios, soñadores, exploradores y ante todo confiados en su propio potencial. Es la fuente del entusiasmo sin lo que no vale la pena nada. El detalle está en que la recompensa debería ser una consecuencia y no un objetivo. Y es allí donde la ecuación no da. Siendo que fuimos un país inmensamente rico por accidentes geológicos, por casi un siglo hemos obviado los otros potenciales. Todo quedó en la sombra de la empresa que saca y administra el engrudo mugriento de la tierra. Con todas las energías humanas enfocadas en conseguir alguna vía a este enorme pote, como sociedad nos metimos en la mina y nos enterramos dejando de ver el enorme y rico paisaje de luminiscencia, fértil y colmado de potencial.

Asumir que Chávez no era el clásico corrupto porque no buscaba enriquecerse es ridículo. Quizá sea cierto que no ambicionaba las comodidades y privilegios que dan grandes fortunas pero ese fingida humildad se anula ante todo porque no le hacían falta teniendo las comodidades y privilegios del poder. De hecho, para maldición universal, el Presidente en Venezuela, sea electo o impuesto, sea quien sea, pasa a ser el personaje más rico no solo del país sino de buena parte de Latinoamérica. Y quien refute esto es porque no conoce la historia de Venezuela, específicamente en los últimos 50 años y substancialmente en estos 17 años de populismo presidencialista exacerbado en los que el Presidente Chávez (y ahora Maduro) no solamente hicieron lo que le diera la gana con los recursos del país sino con propiedades y medios privados de sus conciudadanos.

Hasta el día de su muerte los argumentos con los que Hugo Chávez por tanto tiempo y tan hábilmente justificó la violación de su juramento a la Constitución con su violento golpe de estado (1992), hoy se han quintuplicado. El nivel de deterioro, corrupción, privilegios, impunidad, el estado clientelar se ha centuplicado a niveles incalculables.

Pero hoy como en 1992, muchos argumentaban que cualquier cosa era preferible al estado de deterioro creciente que insisten se mejorará con más estatismo, más componendas, privilegios y corrupción. En 1992, los militares golpistas, hartos, se decía, estaban renovando la dignidad perdida. Cualquier acción era preferible a quedarse estancado en el mejunje creado.

Algunos alegan que la culpa es de los militares que desde que somos República siempre han estado maniobrando para llegar al poder. Nada que ver,”—contestan otros, los militares son solo un segmento más que se degenera cuando entra en contacto con la política que lo corroe y corrompe todo. La política convierte a cualquier soñador, a cualquier activista, a cualquier hombre honesto en un demagogo. Pero entonces el juego está trancado. Si por demagogo entendemos, en este contexto, alguien que está dispuesto a claudicar sus principios y denunciar, ofrecer, prometer y básicamente decir lo que cree que la gente quiere escuchar, ergo, obviar la realidad. Porque cando la realidad se hace maleable, acomodaticia, útil,  es una mentira.

Necesitamos distancia. En la resucitada AN, en la cálida mañana del 18 de febrero, un extranjero nos reveló lo que vive nuestro país; el estado, el origen y las consecuencias si no actuamos. Lo que dijo en la AN el ex mandatario del país centroamericano hubiera producido el acostumbrado volcán de acusaciones causticas—de injerencia extranjera, de agentes del imperialismo y toda esa paja; pero el personaje que se presentó ante la AN es posiblemente uno de los pocos líderes mundiales que hace tiempo vieron el desenlace inevitable y que nunca le temieron a la belicosidad de Chávez ni a la irracionalidad de su sobrante. “No puede un gobierno decirle a su pueblo—no confíes en lo que ves sino en lo que te digo, porque nadie tolera que lo obliguen a engañarse a sí mismo. Ninguna campaña de opinión pública por muy Orweliana, logrará ganarle la carrera a la evidencia.”

Así, el orador invitado, premio nobel de la paz, Oscar Árias, con sosiego, dignidad y sabiduría nos dibujó el momento actual. Sus palabras retumbaron como un terremoto en la AN. Tanto así que calculo que la bravuconería chavista no sonará sus trompetas esta vez, exigiendo respeto a dignidad y soberanía. Maduro y sus narcogenerales se quedarán callados en sus laberintos dorados. El embajador no será ni llamado a cancillería, ni expulsado. Y vale la pena recordar de donde viene este ilustrado visionario. Costa Rica, nación de la que fue Presidente, aunque pequeña y carente de grandes reservas minerales, ostenta algunos de los más altos índices del mundo en desarrollo, derechos, libertades económicas, esperanza de vida,  mínimo déficit habitacional, respeto al medio ambiente, prosperidad, el sistema de salud entre los cinco mejores del mundo, educación, equidad y ante todo—seguridad. Por lo que uno se pregunta ¿qué tiene este pequeño país que lo hace tan prospero, estable y seguro? La respuesta está más cerca de lo que no tiene. No tiene Fuerzas Armadas. Es uno de los pocos países del mundo que optó por no formar, mantener y sufragar militares en sus onerosos cargos y destructivas especialidades. Las otras naciones que han hecho esto son todas pequeñas y muchas han acordado o pactado con países mayores o con potencias por sus resguardos en caso de ser agredidos.

Como contraste abrumador a este humanismo, el señor Maduro anunció la creación de un PDVSA paralelo, militar, y muchos observadores se preguntan si su objetivo es terminar de entregarles el país a los generales. La realidad es mucho más perversa. Las fuerzas Armadas son una pirámide invertida y el único muro de contención del régimen. Con “militarizar” a PDVSA, Maduro está anunciándoles a los Camaradas de verde que no cedan a tentaciones golpistas o narcosoleadas porque habrá nuevos cargos jugosos porque la revolución es agradecida con quienes se mantienen leales.

Cuando la guerra civil rusa estaba por acabar, Lenin, el fundador del estado bolchevique estaba muerto y todos sabían que la enorme patria comunista naciente quedaría en manos de alguno de sus colaboradores más cercanos. Por un lado estaba León Trotsky un personaje hábil e inteligente quien de la nada había sido capaz de organizar un ejército fiero, disciplinado, ideológicamente indoctrinado y victorioso, el ejército rojo. Su contraparte era Stalin, un maquiavélico operador político quien se había destacado movilizando piezas políticas en posiciones fundamentales, había sido capaz de manipular la opinión pública o interrumpir cualquier engranaje del estado con propaganda, intrigas, amenazas, sabotajes, acaparamientos, desapariciones, asesinatos, o movimientos de masas. Estas dos fuerzas fueron capaces de derrumbar la centenaria administración imperial rusa pero solo uno podía permanecer en el poder. El brazo militar hubiese podido aplastar a su contraparte pero Trotsky, su creador, ideólogo y purista al fin, sabía que, habiendo sometido a Stalin, tendría que pagar el precio. La revolución por la que tanto habían luchado en vez de volverse un estado socialista degeneraría en otra vulgar oligarquía militar. Los Generales y Mariscales exigirían el derecho a su arte del despojo. Poder. Y así Trotsky prefirió sustraerse optando por el exilio dejándole el campo libre a la dictadura de Stalin.

Algún día en el futuro la sociedad venezolana hará un balance honesto del costo histórico, económico y ante todo social de estos defensores de la patria mantenidos y quizá entonces esté preparada para admitir que los organismos armados han causado demasiado daño y retraso como para seguir lisonjeándolos en las páginas de la historia. Quizá como Costa Rica, decidamos ahorrarnos tantos cuarteles, Generales y Coroneles y pasar a tener los mejores policías, guardacostas y agentes fronterizos del mundo. Soñador soñando.

Durante los primero siglos del perdurable imperio otomano, era corriente que al morir el Sultán, de entre sus numerosos hijos, solo quedara vivo el sucesor elegido. Era demasiado peligroso dejar vivos a herederos potenciales perenemente tramando y conspirando. El Venezuela, a partir de 1830, con la patria preñada de democracia pero nunca pariendo, con el legado de guerra y los militares que exigían su parte del despojo por los sacrificios subidos, los aspirantes al poder, que consideraban tener derecho al trono, siempre eran militares…herederos potenciales perenemente tramando y conspirando. Sin entrar en detallar la larga lista de personajes que fueron catapultados al poder por las armas, en Venezuela a partir de la presidencia del General Gómez (quien le puso orden a la institución castrense…y quizá logró con esto evitar futuras guerras civiles pero no evitó nuevas variable a lo que era él). Aún así, desde entonces la carrera militar siempre ofreció posibilidades de ascenso tácitas en la profesión. El militar pronto recobró el prestigio, los ascensos eran merecidos, no por testosterona y sangre derramada, sino mayoritariamente por mérito. Pero a partir de la irrupción de Chávez en el 99, y la reincorporación del estamento militar en la política, no hay punto de comparación a los beneficios que les ha ofrecido a los militares la fidelidad rastrera. Con vergüenza cívica los hemos escuchado gritar sus lemas hitlerianos, afiliación vergonzosa al líder supremo y a su revolución impuesta.  Este fenómeno de adoración al caudillo militar es común en Hispanoamérica y en la Venezuela del siglo XXI sobrevino con la destrucción de las estructuras republicanas, con el aniquilamiento de la libertad, de la productividad, a cambio de un socialismo trillado tornado parasitario del petróleo y con la innovación del narcopuente que hoy somos.

Quizá en medio de tanta descomposición, le haya llegado la hora a la patria de parir la democracia y la verdadera libertad. Moribundo, el emperador Huayna Cápac, había favorecido a su hijo Atahualpa, nacido de una princesa ecuatoriana, como su sucesor. Así anulaba la tradición de sucesión que indicaba que el trono incaico le correspondía a Huáscar su heredero de la línea más noble de Cuzco. Las intrigas desembocaron en una atroz guerra civil, que al concluir había mermado el formidable apresto militar del imperio (sumado a la viruela que cual agente de guerra bilógica azoló la población). La crisis le permitió a Francisco Pizarro, un ambicioso analfabeta, acompañado por 168 soldados y 37 caballos, someter al imperio más rico, extenso y cohesionado de todo el continente.

Al final del siglo pasado, el residuo de la partidocracia se negaba furibundamente a reformarse igual que hoy el remanente del régimen no quiere aceptar el desastre que produjeron. Es la misma negación que le abrió las puertas al megalómano que nos trajo hasta este deplorable estado. Hoy el país está más estancado de lo que lo estuvo jamás. Pero eso no infiere que argumentos golpistas estén moralmente justificados. Aunque parezcan un clamor popular. Que un gobierno “electo” pierda el decoro y la esencia democrática no admite que sea depuesto por la violencia militar.

Pero un golpe militar en estos momentos no solo no es descartable sino que muchos  lo desean. Retornando a peligrosos caminos andados. Queda que nuestra historia ha sido escrita por los personajes más retorcidos. Nuestros destinos individuales han sido distorsionados por estos embaucadores. De Bolívar a Castro, de Perez Jiménes a Chávez, los militares han impuesto sus mentes y sus artes. Si hemos evolucionado como sociedad, progresado como pueblo y crecido como individuos; no ha sido gracias sino a pesar de ellos. Tenemos un legado común que contrasta con nuestro potencial, que es incalculable e inextinguible. Solo hace falta reconocer las faltas, corregir los entuertos y dejar de repetirlos.

La mitología azteca tiene una lección relativa a este argumento. La diosa asignada con el perdón de los pecados era Tlazolteotl (y se le reconoce fácilmente en los códices porque tiene manchas, mugre alrededor de la boca).  Esta diosa era responsable de la armonía personal y comunal. Perdonaba, limpiaba los pecados porque literalmente se comía la inmundicia del alma de quienes le confesaban sus excesos, léase—abusos, lujuria, mentiras y todo lo que macula el alma humano. En la típica dualidad azteca, los pecados que Tlazolteotl extinguía eran promovidos o incitados por ella. Como el pescador quien corta y libera a la ballena atrapada en sus propias redes. Es decir, era la diosa de la lujuria, del exceso, del abuso pero también quien absolvía de estas faltas. Pero su indulgencia no sucedía con cada achaque de arrepentimiento o vergüenza del pecador. Solo se podía realizar una vez en la vida. Luego de su única absolución, los pecados o máculas subsiguientes corrían por cuenta del pecador. Y eran imborrables.

 

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