El motor del hambre

El motor del hambre

En materia de motores y fórmula uno el gobierno tiene una experticia de fracasos rutilante. De Pastor Maldonado a los motores de la patria, la práctica de políticas y gestiones que permitan al país salir de la nefasta crisis que vive, no logra arrancar ni a empujones. Nicolás, quien hizo alardes de su talento como conductor de la nación, parece no estar a la altura de la carrera, o más bien del atolladero. No sabe si arrancar en primera e irse pal carajo o acelerar y salir adelante en busca de soluciones concretas. El país va en picada y ni el freno de mano sirve. ¿Cómo conducirá el país sin electricidad? ¿Podrá sortear la oscurana a 180km por hora? ¿Y qué del niño abordo? ¿Vomitará por exceso de abismos, curvas y desfiladeros? ¿O será la eterna excusa para justificar la grave emergencia eléctrica decretada hace varios años? ¡No! Sólo ineptitud e inoperancia. Sólo depredación y muerte.

El niño justifica la falta de moral, de sentido común, el irrespeto hacia los venezolanos. El niño tiene rostros elocuentes en cuya faz brilla la maldición: Chávez, el bien ponderado autor del apocalipsis nacional. Y ahora Nicolás, el heredero, quien llevó el desmadre a límites insospechados. Los verdaderos motores en pie son la corrupción, la pobreza, los homicidios, la inflación, el desempleo, la inseguridad, el bachaqueo, la violencia, la impunidad, la escasez, la represión, la ingobernabilidad y el hambre Nicolás. El motor del hambre campea a la velocidad de la luz. Conseguir qué comer es la verdadera carrera que libramos día a día. Una carrera que se agudiza ante el inoperante motor de la producción nacional de alimentos, gracias al nefasto ejercicio de la expropiación, al ladronismo, a la incompetencia más radical en gerencia alimentaria conocida en la historia republicana del país.

Tú lo sabes Nicolás: socialismo con hambre no dura. Y la gente desea comprar alimentos sin hacer colas. La gente no desea adquirir productos con sobre precio. La gente desea comerse sus caraotas con champiñones y tomates secos. La gente tiene derecho al lomito. La gente tiene derecho de desear. Y conformarse a hacer una cola de ocho horas para dos Harina Pan y una lata de atún, es un crimen. La alimentación es un derecho, no un lujo. Quizás debas decretar que comer es apátrida, que comprar alimentos es un golpe de estado, que servir carne en el almuerzo es imperialista. O salir enfundado en sinceridad, engañotado hasta la médula en coraje y cantarnos al mejor estilo de Isabel Pantoja, “Perdona si te hago llorar, perdona si te hago sufrir, pero es que no está en mis manos, pero es que no está en mis manos”. Eso al menos alimentaria la esperanza de que el presidente se toma algo en serio y asume que el país está en su peor hora histórica. Y le juro presidente, haremos el mejor esfuerzo para escucharlo, para prestarle atención, para reunirnos en un fin común y celebrar la aparición del pudor en pantalla nacional. El poder tiene la oportunidad de construir algo útil desde las palabras verdad, honestidad, probidad, eficacia, gozo, respeto, compasión, sindéresis, sapiencia, tolerancia, inclusión, desarrollo y felicidad. Palabras que animarían a los motores plagados de asma y reumatismo que usted auspicia como salvación y reino de los cielos.

Mientras esperamos su show sincericida, puede revisar la historia de la humanidad desde el Australopitecus hasta el comandante mondongo (Chávez). Las modificaciones en la alimentación permitieron el desarrollo de los pueblos. Porque nadie puede vivir sin comer. Atentar contra la alimentación es arrodillar un exuberante sabor de la vida. Sabor que viene de la misma raíz etimológica de la palabra saber: tener tal o cual sabor, ejercer el sentido del gusto. Saber es degustar, paladear, engullir, saborear. El más inteligente de los sentidos es catar: saber a qué sabe. Un saber que se prueba, que se gusta y degusta, es un saber encarnado, vivo, lleno de alma.

La sabiduría etimológica del sabor nos conduce por acepciones y fundamentos del saber, hasta encontrarnos con palabras como sabrosura, lo que tiene de suyo, lo sabrosón. O palabras como sabio, el que tiene ganas y deseo de saber. Acaso, ¿no habló Santa Teresa de la sabrosura de Dios? Y Safo, ¿no se refirió a Eros como el amargo dulce? Por tanto, saborear es encarnar el alma del saber. En síntesis: un país que se muere de hambre, ¿a qué te sabe Nicolás? ¿Qué saber empuja tu gobierno para salvarnos del abismo? ¿Aparece el motor del hambre por alguna línea de tu agenda? Mientras piensas las respuestas políticamente correctas, seguimos dando pasos agigantados hacia el horizonte de un nuevo gentilicio: muertos de hambre.

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