¿Por qué nos cuesta tanto la transición política en Venezuela?

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Hay una realidad que no podemos evadir: estamos en el punto de quiebre político más delicado de los últimos años. La sociedad, dividida en dos, busca incesante una solución a sus problemas. La esperanza está puesta en el futuro. Sin embargo, un obstáculo se impone en el camino. Los bandos encontrados por la violencia de las ideologías requieren regresar al borde del punto de quiebre, alejarse un centímetro de la línea fugaz que se pierde entre el diálogo inútil y las protestas espontáneas y exuberantes. Épocas que ya conocemos: 2002, 2014. Esta sensación de regreso es una necesidad: zona segura, con miras a un futuro lejano rojo o azul; más aún, rechazar un presente que está demasiado cerca. El problema político actual es que esa época de seguridad violentada se ha acabado. Cruzamos la línea.

La incertidumbre que provocan las explosiones políticas son venenosas para el venezolano. La historia le ha enseñado a resistir, a mantenerse en la tensa calma de lo frágil. El cristal se rompe, al final, pero el venezolano tratará de mantenerse el mayor tiempo posible sobre el vidrio astillado. Actualmente, al encontrarnos en los segundos antes de la caída que cambiará por completo la historia venezolana, el anhelo de regreso es absoluto. Esta concepción metafísica no es nueva. Es una condición de nuestra historia, del hecho latinoamericano, proyectada ahora en Venezuela.

En concreto: los políticos que lideran bando uno y bando dos saben que debatir sobre polémicas históricas es inútil e innecesario para la condición económica y social del país. Hay temas más importantes, hay decisiones urgentes que tomar. Discutir en la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional sobre Rómulo Betancourt y sus altercados nacionales, las guerrillas urbanas de los años sesenta, el 11 de abril de 2002, es, a efectos prácticos, una inconsistencia entre teoría y praxis. Sin embargo lo hacen, lo han hecho. Dudo que dejarán de hacerlo de aquí a muchos años. Es el símbolo catastrófico del latinoamericano y su historia: no poder superarla, necesitar el regreso de los problemas traumáticos del pasado que por falta de tiempo no se pudieron resolver. Es el pasado ahogando el presente. Devolvernos a la guerra fría para vivirla venezolanamente.

En este anhelado regreso queremos encontramos parados, colindando con los abismos de la explosión política. Intentamos regresar para no afrontar un futuro de enfrentamiento. Por eso los diálogos secretos entre gobierno y oposición, recuerdos de la época del paro y la mediación internacional, por eso las intrigas incompletas, por eso el alargamiento y la dificultad del proceso transitorio.

Europa, a través de Hegel, nos da la solución. El filósofo entiende que el proceso histórico europeo, traumático en sí mismo, ha sido superado, asimilado el pasado en el presente, es decir, convertido en ruinas históricas sobre las cuales construir el futuro. El venezolano, inconsciente de esta solución, en vez de asimilar su historia yuxtapone capas de hechos: va cubriendo con nuevas películas de pintura los efemérides terribles de la Historia. Y cuando la pared empieza a resquebrajarse, a mostrar los esqueletos que guarda bajo capas y capas, se devuelve para resolver lo no resuelto. No hemos superado el 2002, no hemos superado la muerte de Chávez, no hemos superado el proceso de la revolución. Tenemos, patológicamente, un ojo puesto en el pasado, analizando con detenimiento lo que no nos ha dado tiempo de considerar, y otro ojo en el futuro, apresurándonos por alcanzar un presente que se abalanza con violencia sobre nosotros.

Resolver este problema no es tarea de este siglo. Los pasos que ha andado la república son pocos, insuficientes en el aprendizaje veloz. El continente americano está todavía aprendiendo a hablar el idioma del mundo mientras es apresurado por la primera década del milenio. Habrá que forzar la vista, detenernos para replantear la historia venezolana. El tiempo dirá si seguimos mirando al futuro con los ojos del pasado o caminando junto a él construyendo sobre las ruinas de los acontecimientos.

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