Falsos argumentos y manipulación

El lenguaje es el instrumento necesario para expresar lo que se piensa, aunque  a veces el silencio puede resultar muy útil para hacerlo. Una larga polémica se ha dado en torno a la relación entre lenguaje y pensamiento. Algunos investigadores han sostenido que el pensamiento surge antes e independientemente del lenguaje; otros han afirmado que el lenguaje, no sólo le da forma al pensamiento sino que es su base y principal factor de desarrollo, permitiendo además la adquisición de conocimientos, pero todos coinciden en que ambos están estrechamente relacionados hasta el punto de considerarlos inseparables.

El lingüista suizo Saussure afirmaba a principios del siglo XX, que el pensamiento  antes del lenguaje, era como una masa amorfa. En todo caso y a modo de comprobación, puede usted hacer el ejercicio, intentando pensar sin usar ninguna palabra.

El lenguaje es necesario para expresar el pensamiento y ayuda a ordenarlo, pero el razonamiento lo organiza, pues conduce a  relacionar distintas ideas  y sacar una conclusión, siguiendo las reglas de la lógica.

Con mucha frecuencia, se producen fallas en el razonamiento apareciendo ideas erróneas que rompen con la lógica y se conocen como falacias; se usan como argumentos para convencer y pueden encontrarse presentes en nuestras conversaciones cotidianas, en las afirmaciones de quienes interactúan en las redes sociales, en el discurso de un conferencista, en la publicidad, en la política  y en cualquier ámbito donde el ser humano se comunique.

Podría pensarse que los  falsos argumentos son fáciles de detectar y evitar, pero en la práctica  no es así, pues según lo señala el jurista costarricense Alfredo Chirino,  están muy arraigados en nuestra forma de manejar el lenguaje e incluso, de comprender la vida; tienen un alto grado de persuasión psicológica, aumentado por la importancia que en la actualidad se le da a las apariencias, por encima del contenido.

La característica principal del falso argumento es que lo comunicado no se basa en la lógica o la razón del contenido, sino en el grado de persuasión proveniente de  sentimientos, circunstancias personales, transmisión de ciertos valores u otros elementos distintos al asunto central que se comunica. Con el falso argumento se desvía la atención de lo esencial confundiendo al receptor del mensaje quien termina convencido de algo, con base en una falsa idea; el argumento falaz puede sostenerse de buena fe, es decir, creyendo en él genuinamente o usarse para manipular opiniones.

Person about to bash someone with quotes

Las falacias o falsos argumentos se conocen desde los tiempos de Aristóteles y se han estudiado mucho, por lo que existen diversas clasificaciones y una extensa tipología.

Una de las más usadas es la falacia argumental “personal” (ad personam) que consiste en atacar  a quien habla para descalificarlo y con ello desvirtuar su afirmación. Si se sostiene que alguien es ladrón, se concluye que todas sus aseveraciones son mentiras, porque roba; esto podría parecer cierto visto rápida y superficialmente, pero al examinarlo con cuidado no se le encuentra base verdadera pues un ladrón puede mentir o decir la verdad, como cualquier persona.

Otra falacia muy común es el argumento de autoridad (ad verecundiam), que consiste en calificar como verdad indiscutible todo lo que dice un experto e incluso un “influencer”, en razón del prestigio; pero la autoridad puede equivocarse cualquiera que sea la materia de su competencia o el “influencer” puede  responder a ciertos intereses, por lo que no es razonable conformarse con meras afirmaciones de una persona, para formarse una opinión sobre determinado asunto. Los ejemplos son numerosos y los vemos todos los días: expertos opinando sobre calidad de vida, celebridades promocionando determinada marca, influencers dictaminando sobre la honradez o la deshonestidad de personajes públicos o dando noticias falsas.

Un falso argumento muy usado es la falacia del pueblo (ad populum) que consiste en afirmar que algo es cierto, porque mucha gente lo cree, es decir, porque es popular; evidentemente el que mucha gente piense que algo es verdadero no significa que necesariamente lo sea.

Una falacia comúnmente utilizada es la de antigüedad (ad antiquitatem) que falsamente justifica la validez de una afirmación o de una práctica realizada a través del tiempo, sólo porque “así se ha creído o se ha hecho siempre”, sin importar si es razonable o beneficiosa. Otra modalidad del mismo falso argumento sería afirmar que algo no va a ocurrir porque nunca ha pasado.

Una falacia común es la llamada apelación a la ignorancia, consistente en sostener la inexistencia o falsedad de un hecho porque no se conoce o nadie ha lo demostrado.

La lista de falacias es muy extensa y ellas pueden tomar formas muy variadas; lo esencial para distinguirlas y no confundirse es analizar el contenido de la afirmación, sin importar quién lo diga, cuanta gente lo crea o por cuánto tiempo se ha venido creyendo. En estos casos, resulta útil seguir el consejo de los abogados: ir al fondo del asunto y no quedarse en las meras formas.

Mariela Ferraro
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